El pasado día 14, en la edición digital de El Diario, apareció un excelente artículo de Marta Borraz sobre el proceso de Miguel Hernández. Uno de los objetivos del investigador universitario es procurar la difusión de sus trabajos y, gracias a la colaboración con periodistas como la citada, especializada en los temas de memoria democrática, he podido difundir de nuevo el trabajo realizado para el Ministerio de Defensa y la Universidad de Alicante en 2022.
Ahora, pasada una semana desde la publicación del artículo, reproduzco aquí el texto del mismo con la autorización de la autora. Otro día, con más tiempo, hablaré de las sorprendentes cifras de la citada edición, que es de acceso abierto para cualquier interesado.
Sumario 21001: Franco contra Miguel Hernández
- El
Gobierno otorgará el próximo 31 de octubre a los descendientes del
escritor una declaración de reconocimiento y reparación en la que se
detallará que su condena a pena de muerte “por adhesión a la rebelión” es
nula en virtud de la Ley de Memoria Democrática
- —
El Supremo rechaza el derecho al olvido de un alférez que participó en el
proceso que condenó a muerte a Miguel Hernández
14 de octubre de 2024 22:29h Actualizado el
18/10/2024 12:50h
“Josefina, la fiebre se va poco a poco y estoy mejor. Manda hoy mismo otra caja de inyecciones BISEPTISEN. No eches nada a la sustancia. El primer día me gustó, solo que estaba muy espesa. Da besos a Manolillo. Miguel”. En un trozo de papel higiénico al que le falta una esquina, en lápiz y sin fecha, escribió Miguel Hernández por última vez a su mujer Josefina Manresa y su hijo, que entonces tenía tres años y había nacido estando él encerrado en la cárcel de Alicante. Había sido condenado a prisión por defender ideas republicanas y allí moriría en la madrugada del 28 de marzo de 1942 de una tuberculosis. En su tumba, donde sus restos reposan con los de su esposa y su hijo, la piedra reza: Miguel Hernández. Poeta.
Dos fueron los procedimientos
sumarísimos de urgencia que se instruyeron de forma simultánea
contra él tras ser detenido en abril de 1939, recién finalizada la Guerra
Civil. El primero, el 21001, seguido en Madrid, fue el que acabó en condena:
“Fallamos que debemos condenar y condenamos al procesado Miguel Hernández
Gilabert, como autor de un delito de adhesión a la rebelión, a la pena de
muerte”, dictó el consejo de guerra. El castigo sería conmutado después por 30
años de cárcel que nunca llegaría a cumplir. El segundo sumario, el 4407, fue
abierto en Orihuela, su ciudad natal, pero no se cerró hasta que un funcionario
avisó de que el encausado ya había fallecido hacía meses.
La figura del poeta ocupa desde hace semanas la actualidad a
cuenta de las peticiones de anulación de sus condenas. Varios ayuntamientos de
la Comunitat Valenciana han tramitado mociones en este sentido con votos
dispares del Partido Popular dependiendo de sus alianzas con Vox,
y la Generalitat valenciana ha impulsado una declaración institucional sin
mencionar ni el golpe de Estado ni la dictadura. Según el president
Carlos Mazón (PP), su objetivo es “sumar su voz” a la reclamación de la
familia del poeta oriolano para que el Gobierno apruebe una declaración de
reparación para Hernández e invalide sus sumarios.
“No se puede dar de lado que, si lo dejan morir, no es
porque haga un soneto perfecto, sino por sus ideales, sus valores a favor de la
libertad y la República. Eso no se puede separar de su obra”, afirma el
investigador hernandiano Joan Pamiés, que fue portavoz de la familia hasta 1997
a instancias de Josefina Manresa y ha impulsado la petición, apoyado por los
descendientes del poeta. Estos llevan años intentando que se declare la nulidad
de su condena, para lo que iniciaron un proceso judicial en 2010 que frenaron
los tribunales.
Desde el Ministerio de Política Territorial y Memoria
Democrática explican que todas las condenas de los represaliados del franquismo
ya están anuladas en virtud de la Ley de Memoria de 2022. Esta declara “la
ilegalidad e ilegitimidad” de los tribunales franquistas y las condenas y
sanciones que de ellos emanaron “por motivos políticos o ideológicos” contra
quienes “defendieron” la democracia. “Se declaran ilegítimas y nulas por vicios
de forma y fondo”, mantiene la norma, que apunta a que esto puede dar lugar al
derecho a obtener una declaración de reconocimiento y reparación personal.
"Son sumarios incorrectos e irregulares contra personas
que no habían cometido ningún delito, solo defender el orden legal establecido.
La razón de por qué lo dejan morir en lo que llamamos un asesinato por omisión
es su antifascismo"
Joan Pamiés, exportavoz de la familia
Esta es la que recibirá la familia de Miguel Hernández el
próximo 31 de octubre, día de recuerdo y homenaje a las víctimas de la
dictadura, en un acto en el que se reparará a una veintena de represaliados.
Será un reconocimiento oficial y público de que los procesos que los condenaron
fueron injustos y antidemocráticos. “Son sumarios incorrectos e irregulares
contra personas que no habían cometido ningún delito, solo defender el orden
legal establecido”, añade Pamiés, que apunta a que los relatos que hablan de
Hernández solo como “un excelente poeta” se quedan “cortos”: “La razón de por
qué lo dejan morir en lo que llamamos un asesinato por omisión es su
antifascismo”.
“Uno de los intelectualoides”
La Guerra Civil estalló cuando un precoz Miguel Hernández ya
había publicado sus dos primeros libros de poemas –Perito en lunas y
el Rayo que no cesa– y se movía en el ambiente intelectual y
literario madrileño. En la contienda, militó en el Partido Comunista, se alistó
como voluntario en el 5º Regimiento del Ejército Republicano, intervino en
actividades propagandísticas en diferentes frentes y colaboró muy activamente
en distintas publicaciones comprometidas con la causa republicana como El
Mono Azul, Ayuda, La Voz del Combatiente, Frente
Sur...
Una vez terminada la guerra y consciente de que sería
represaliado, el oriolano intentó huir hacia Chile haciendo escala en Lisboa,
pero fue detenido el 30 de abril de 1939 en la localidad portuguesa de Moura y
puesto a disposición de los guardias fronterizos españoles. “Los mismos
supieron pronto que no era un republicano más, sino una destacada figura del
mundo literario”, explica Juan A. Ríos Carratalá, catedrático de la Universidad
de Alicante que ha estudiado a fondo los sumarios y ha publicado Los consejos de guerra de Miguel Hernández.
Comenzaría así el duro y gravoso periplo del poeta, que pasaría en total por 12
prisiones en condiciones penosas de hambre, frío y falta de higiene.
El poeta fue sometido a un duro interrogatorio para que
confesara que mató a Primo de Rivera, según recordaría después Josefina, y
sería trasladado después a Rosal de la Frontera (Huelva), donde aplicó una
táctica exculpatoria, al menos para evitar la muerte inmediata: se
autoidentificó como “apolítico” y al mismo tiempo intentó hacer ver a sus
captores su relevancia en la cultura republicana. “No por vanidad, sino para
intentar que no se excedieran y evitaran algo similar a lo
ocurrido con Lorca”, señala Ríos. Los agentes captaron “la
contradicción” y concluyeron que el poeta había sido “uno de los
intelectualoides de la que fue zona roja que exaltadamente llevaron a las masas
a cometer toda clase de desafueros, si es que él mismo no se ha entregado a
ellos”.
Ya en la cárcel de Torrijos, en Madrid, donde compartiría
penurias con otros 3.000 presos en un momento de intensísima represión
franquista, comenzó a instruirse el “juicio sumarísimo de urgencia” nº 21001.
El caso pasó al Juzgado Especial de Prensa, cuya sede estaba entonces en el
Palacio de la Prensa de Callao, en la capital, y que cerraría tras un año de
actividad “porque ya no quedaban periodistas que procesar”, ilustra Ríos, que
en su estudio se ve obligado a no citar con nombre y apellidos al alférez que
participó en el proceso debido a que su
hijo está batallando en los tribunales por el supuesto derecho al
honor de su padre fallecido. De hecho, este lunes ha dado comienzo en Cádiz el
juicio contra 107 personas.
“Hacer feliz a España”
Hernández continuaría con su abundante creación poética en
la cárcel, desde donde escribiría para su hijo –su segundo hijo, el primero
había fallecido a los pocos meses de nacer– las famosas Nanas de la
cebolla, compuestas después de que Josefina le dijera que solo tenían pan y
cebolla para alimentarse. Tu risa me hace libre, / me pone alas /
soledades me quita, / cárcel me arranca, escribe. Sus poemas son, junto a
las numerosas cartas que escribió, un retrato detallado de las condiciones en
las que vivió en prisión. “Hace varias noches que han dado en pasear las ratas
por mi cuerpo mientras duermo”, le contó a Josefina.
En los interrogatorios frente al juez que instruye el
sumario, Manuel Martínez Gargallo, el poeta oriolano reiteró su condición de
escritor antifascista, aunque “ajeno a la militancia en cualquier partido o
sindicato”. Intentó defenderse apuntando a que no había “asesinado ni
denunciado a persona alguna” o que sus actividades siempre fueron
propagandísticas y ajenas a lo militar y al mismo tiempo reconoció “sus ideales
de antifascista y revolucionario, no estando identificando con la Causa
Nacional, creyendo que el Movimiento Nacional no puede hacer feliz a España”,
se puede leer en la declaración indagatoria del 6 de julio de 1939.
El juzgado comienza entonces a pedir ejemplares “editados en
la época de dominio rojo” en los que el poeta hubiera colaborado. “Fue parco en
resultados, los informes que se hacían no eran rigurosos, pero no importaba a
efectos penales o de la acusación”, explica Ríos, que expone en su
investigación que el único ejemplar remitido fue un folleto titulado Teatro
de guerra, con el que intentaron que el encausado reconociera su condición
de “comisario político” y su participación en el cerco al santuario de la Santísima
Virgen de la Cabeza (Jaén), al que Hernández asistió solo como cronista.
Poco importó eso al juzgado que “sin pruebas y sin rebatir
mediante argumentos” lo expresado por el poeta, consideró probada su
intervención en actividades bélicas. El juez también pediría informes a la
empresa Espasa Calpe como extrabajador de la misma y a la alcaldía de Orihuela,
donde viviría hasta los 25 años. La primera habló de Hernández como “una
persona correcta en todo momento”, pero el alcalde del municipio, recién
nombrado, respondió que “su actuación en esta ciudad desde la proclamación de la
República ha sido francamente izquierdista, más aún marxista”.
Las irregularidades del proceso
Si hay algo que revela el exhaustivo trabajo de Ríos
Carratalá son “las numerosas irregularidades” de las que está plagado el
sumario, que incluye errores que van desde fechas equivocadas a datos
incompletos. “Ni siquiera el encausado sabía de qué le acusaban, la instrucción
era secreta y muy precaria, no investigaban nada y con cuatro informaciones
recopiladas de mala manera podían condenar a alguien a la pena de muerte”,
explica el investigador, que incide en que “la maquinaria judicial estaba
desbordada” y sumida en el “caos” en un contexto de represión masiva.
Miguel Hernández llegó a ser excarcelado por error durante
unos días debido a una descoordinación entre el juzgado y la cárcel. El poeta
aprovechó para ir a Orihuela en busca de ayuda, pero fue nuevamente detenido y
allí mismo se abrió un segundo proceso judicial: el sumario 4407
Tanto es así que incluso Miguel Hernández llegó a ser en
septiembre de 1939 excarcelado por error durante unos días debido a una
descoordinación entre el juzgado y la cárcel. Aprovechó entonces el poeta para
ir a Orihuela en busca de ayuda, pero fue nuevamente detenido y allí mismo se
abrió un segundo proceso judicial: el sumario 4407, que “estuvo dando tumbos”
entre Orihuela, Elche y Alicante a pesar de que Martínez Gargallo había pedido
su inhibición. “Era completamente ilegal mantener dos procedimientos paralelos
por los mismos hechos incluso en el marco jurídico de la posguerra”, afirma
Ríos.
Pero, además, tampoco hay rastro en la documentación de los
procedimientos de ningún testimonio en defensa de Hernández, algo que no era
tan habitual. “No hubo por parte del juzgado ninguna actuación encaminada a
conseguir estas declaraciones. Mucha gente después dijo haber intervenido para
ayudarle, tenía amigos cercanos al régimen, pero en el sumario no queda
reflejado ningún aval. En el de Orihuela había uno de un falangista llamado
Juan Bellod, pero el documento nunca llegó a Madrid. Tampoco habría valido,
porque había que presentarse en persona en el juzgado militar. Eso era difícil
y nadie lo hizo”.
El “poeta de la revolución”
Finalmente, Martínez Gargallo consideró cerrada la
instrucción del sumario 21001 con la incorporación de un manifiesto titulado “A
los intelectuales antifascistas de todo el mundo”, publicado en El Sol y
suscrito por Miguel Hernández, entre otros importantes escritores. Así, el 18
de enero de 1940 el Consejo de Guerra Permanente nº 5 dictó sentencia, en la
que, además de considerar probadas las actividades que el juez instructor
concluyó, apunta a que el escritor es “de antecedentes izquierdistas” y se dedicó
a la publicación de “numerosas poesías, crónicas y folletos, de propaganda
revolucionaria y de excitación contra las personas de orden y contra el
Movimiento Nacional, haciéndose pasar por 'el poeta de la revolución'”.
Unos meses más tarde, en junio, la condena a pena de muerte
fue conmutada. Con este fin hubo peticiones como la del poeta falangista
Dionisio Ridruejo al
ministro José Ibáñez Martín, pero no es posible saber a día de hoy qué
influencia tuvieron. Lo que sí sabemos es que la dictadura no podía permitirse
una repercusión internacional similar a la del fusilamiento de Federico García
Lorca. Al franquismo le importaba su imagen exterior y al mismo tiempo la
condena a Hernández “debía ser ejemplar a tenor de su relevancia pública”, así
que finamente se le impondría una pena de 30 años de cárcel.
No llegaría ni siquiera a cumplir dos años más. Ya en el
Reformatorio de Adultos de Alicante, su frágil estado de salud fue empeorando
con el tiempo y en sus últimas cartas a Josefina ya casi todo se reduce a la
enfermedad, a la necesidad de medicamentos o alimentos. Eso sí, nunca faltan
las referencias a su hijo Manolillo, pero su voz se va apagando a la espera de
un tratamiento hospitalario que nunca llega. “Lo dejaron morir”, afirma tajante
Joan Pamiés, que recuerda “la coherencia” con la que Hernández afrontó lo que
vivió. “Le ofrecieron varias veces que se arrepintiera y se expresara a favor
de Franco, pero nunca lo hizo”.
A pocas semanas de que el poeta reciba la declaración de
reconocimiento y reparación, el investigador hernandiano recuerda a Josefina
Manresa, fallecida en 1987, para la que sería “una alegría extraordinaria” ver
escrito en un documento oficial que su Miguel era inocente y su condena es
nula. “Porque para ella así lo era, sabía que era inocente y que lo que estaba
era defendiendo la libertad”. Pamiés se imagina que hoy lo estarían celebrando.
“Yo con mi gin tonic y ella, estoy seguro, con su poleo
menta”, ríe.
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