A lo largo de los años
como docente, y en mi caso van cuarenta y uno, acumulas mensajes que repites de
curso en curso. Uno de mis preferidos es que las mejores lecturas son aquellas
que, lejos de darte respuestas capaces de reafirmarte en tus ideas, te generan
preguntas. Y más todavía si algunas de ellas resultan incómodas e incluso te
obligan a reconsiderar lo pensado hasta entonces.
En los años noventa,
cuando comencé a explicar en clase el teatro del siglo XX, me interesé por la
trayectoria dramática de Alfonso Sastre. La obra seleccionada era La taberna
fantástica, que me entusiasmó desde que la viera en una grabación de RTVE
con la participación de Rafael Álvarez, El brujo, por entonces en sus
inicios. Pronto conté con la correspondiente edición crítica y algunos
artículos para preparar las clases dedicadas a esa obra bronca que nos habla de
una España marginal.
La lectura del resto de
las obras de Alfonso Sastre, salvo Escuadrón hacia la muerte, no era de
fácil acceso y me puse en contacto con la editorial Hiru, que regentaba su
pareja, Eva Forest, y contaba con ediciones de otros textos de un autor que por
entonces ya llevaba años viviendo en el País Vasco.
La editorial me atendió
correctamente, pero me quedé con la interrogante acerca de esa especie de
exilio voluntario de quien durante décadas vivió en Madrid. Algo sabía acerca
de la implicación de Eva Forest, y del propio Alfonso Sastre, en la preparación
o el apoyo de atentados de ETA durante los últimos años del franquismo. Aunque
de una forma vaga, conocía el alejamiento de ambos del PCE y su apuesta, más o
menos explícita, por posturas radicales del nacionalismo vasco. Poco más, salvo
la militancia en una Herri Batasuna que parecía un destino sorprendente para un
dramaturgo capaz de denunciar la violencia.
Las dudas permanecieron
durante años, pero como resultado de una información inconexa e incompleta. Me
llegaban ecos aislados y, en definitiva, siempre imaginé que ese acercamiento
al mundo de ETA no había ido más allá de lo ideológico, si es que de ideas se
puede hablar al referirse a un grupo terrorista.
Mi entusiasmo por el
teatro de Alfonso Sastre fue decreciendo. Cuando tuve la oportunidad de ver una
representación de Escuadrón hacia la muerte pensé que el tiempo de la
obra solo era el pasado y, al final, hasta La taberna fantástica fue
sustituida por otra obra que gusta más al alumnado. Y, por supuesto, en la
polémica con Antonio Buero Vallejo en torno al posibilismo, siempre me incliné
por las posturas más razonables y prácticas del autor de Historia de una
escalera.
Al cabo de muchos años, y
gracias a un excelente artículo de Antonio Muñoz Molina publicado en El
País, supe del papel de Eva Forest en el brutal atentado de la madrileña
cafetería Rolando. El mismo lo tenía alojado en el recuerdo como un ejemplo de
la barbarie que debimos soportar durante décadas, pero nada sabía de la
trastienda del atentado y de las mentiras contadas por ETA y sus cómplices, que
nunca reclamaron la autoría de aquella matanza indiscriminada.
El artículo me llevó al
volumen Dinamita, tuercas y mentiras. El atentado de la cafetería Rolando, escrito
por Gaizka Fernández Soldevilla y Ana Escauriaza Escudero. Lo he leído con
asombro por diversos motivos. Al margen de una redacción brillante para dar
cuenta de un exhaustivo trabajo de investigación, mi sorpresa ha sido descubrir
el papel destacado de Eva Forest y, en menor medida, Alfonso Sastre en aquel
atentado que segó la vida de trece personas y dejó malheridas a otras muchas.
Vistas las pruebas y
evidencias, las mentiras de la pareja sobre aquel atentado solo merecen el
desprecio absoluto. Hasta me parece increíble que, llevados tal vez por un
fanatismo, fueran capaces de mentir durante tantos años o de buscar coartadas
para el comportamiento más miserable que cabe imaginar.
En clase, y para evitar
equívocos, repito que la bondad o la brillantez de una obra literaria no supone
que ambos rasgos también se encuentren en quien la escribió. La historia está
repleta de sinvergüenzas de una brillantez pasmosa y de buenas personas incapaces
de interesarnos con sus textos. Ya lo sabemos y hasta es un tópico. Sin
embargo, me resulta difícil en ocasiones separar la vida y la obra porque,
contra corriente, sostengo que la creación fundamental de un individuo es su
propia vida.
Alfonso Sastre tuvo
momentos de mérito indudable. Supongo que Eva Forest, a la que no he leído, también los tendría. De acuerdo, pero saber de sus complicidades con el
terrorismo en actos sanguinarios me aleja definitivamente de sus libros. Me
resulta imposible leerlos sin pensar en las víctimas de la cafetería Rolando.
Puesto en contacto con
Gaizka Fernández Soldevilla para felicitarle por su trabajo, me acaba de
comunicar que en enero tendremos en la Universidad de Alicante una exposición
dedicada a esas víctimas. He hablado con el compañero que la trae y me he
puesto a su disposición. El objetivo es que nuestro alumnado conozca las
verdaderas dimensiones de aquella barbarie, respete a las víctimas y reflexione
acerca de las complicidades que el terrorismo pudo encontrar en unos años donde
todo andaba trastocado con dosis de fanatismo. Y no solo entre los partidarios
de la dictadura.
Se ha publicado un segundo libro sobre el atentado, "El huevo de la serpiente (El nido de ETA en Madrid)", escrito por Eduardo Sánchez Gatell, entonces un joven izquierdista vinculado a la red de apoyo de ETA en Madrid, en la que por lo que leí en un artículo en El País también se señala (en la misma línea) el papel que jugaron Sastre y Forest.
ResponderEliminarAquí el artículo:
https://elpais.com/espana/2024-09-07/la-matanza-indiscriminada-que-fundo-a-eta-militar.html
Un saludo.
Gracias, Rafa. Sabía del mismo gracias al artículo de Muñoz Molina, pero todavía no he podido leerlo. En cualquier caso, ahí creo que Eva Forest y Alfonso Sastre salen todavía peor parados. Saludos.
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