viernes, 25 de octubre de 2024

Dinamita, tuercas y mentiras, de Gaizka Fernández Soldevilla y Ana Escauriaza Escudero


 

A lo largo de los años como docente, y en mi caso van cuarenta y uno, acumulas mensajes que repites de curso en curso. Uno de mis preferidos es que las mejores lecturas son aquellas que, lejos de darte respuestas capaces de reafirmarte en tus ideas, te generan preguntas. Y más todavía si algunas de ellas resultan incómodas e incluso te obligan a reconsiderar lo pensado hasta entonces.

En los años noventa, cuando comencé a explicar en clase el teatro del siglo XX, me interesé por la trayectoria dramática de Alfonso Sastre. La obra seleccionada era La taberna fantástica, que me entusiasmó desde que la viera en una grabación de RTVE con la participación de Rafael Álvarez, El brujo, por entonces en sus inicios. Pronto conté con la correspondiente edición crítica y algunos artículos para preparar las clases dedicadas a esa obra bronca que nos habla de una España marginal.

La lectura del resto de las obras de Alfonso Sastre, salvo Escuadrón hacia la muerte, no era de fácil acceso y me puse en contacto con la editorial Hiru, que regentaba su pareja, Eva Forest, y contaba con ediciones de otros textos de un autor que por entonces ya llevaba años viviendo en el País Vasco.

La editorial me atendió correctamente, pero me quedé con la interrogante acerca de esa especie de exilio voluntario de quien durante décadas vivió en Madrid. Algo sabía acerca de la implicación de Eva Forest, y del propio Alfonso Sastre, en la preparación o el apoyo de atentados de ETA durante los últimos años del franquismo. Aunque de una forma vaga, conocía el alejamiento de ambos del PCE y su apuesta, más o menos explícita, por posturas radicales del nacionalismo vasco. Poco más, salvo la militancia en una Herri Batasuna que parecía un destino sorprendente para un dramaturgo capaz de denunciar la violencia.

Las dudas permanecieron durante años, pero como resultado de una información inconexa e incompleta. Me llegaban ecos aislados y, en definitiva, siempre imaginé que ese acercamiento al mundo de ETA no había ido más allá de lo ideológico, si es que de ideas se puede hablar al referirse a un grupo terrorista.

Mi entusiasmo por el teatro de Alfonso Sastre fue decreciendo. Cuando tuve la oportunidad de ver una representación de Escuadrón hacia la muerte pensé que el tiempo de la obra solo era el pasado y, al final, hasta La taberna fantástica fue sustituida por otra obra que gusta más al alumnado. Y, por supuesto, en la polémica con Antonio Buero Vallejo en torno al posibilismo, siempre me incliné por las posturas más razonables y prácticas del autor de Historia de una escalera.

Al cabo de muchos años, y gracias a un excelente artículo de Antonio Muñoz Molina publicado en El País, supe del papel de Eva Forest en el brutal atentado de la madrileña cafetería Rolando. El mismo lo tenía alojado en el recuerdo como un ejemplo de la barbarie que debimos soportar durante décadas, pero nada sabía de la trastienda del atentado y de las mentiras contadas por ETA y sus cómplices, que nunca reclamaron la autoría de aquella matanza indiscriminada.

El artículo me llevó al volumen Dinamita, tuercas y mentiras. El atentado de la cafetería Rolando, escrito por Gaizka Fernández Soldevilla y Ana Escauriaza Escudero. Lo he leído con asombro por diversos motivos. Al margen de una redacción brillante para dar cuenta de un exhaustivo trabajo de investigación, mi sorpresa ha sido descubrir el papel destacado de Eva Forest y, en menor medida, Alfonso Sastre en aquel atentado que segó la vida de trece personas y dejó malheridas a otras muchas.

Vistas las pruebas y evidencias, las mentiras de la pareja sobre aquel atentado solo merecen el desprecio absoluto. Hasta me parece increíble que, llevados tal vez por un fanatismo, fueran capaces de mentir durante tantos años o de buscar coartadas para el comportamiento más miserable que cabe imaginar.

En clase, y para evitar equívocos, repito que la bondad o la brillantez de una obra literaria no supone que ambos rasgos también se encuentren en quien la escribió. La historia está repleta de sinvergüenzas de una brillantez pasmosa y de buenas personas incapaces de interesarnos con sus textos. Ya lo sabemos y hasta es un tópico. Sin embargo, me resulta difícil en ocasiones separar la vida y la obra porque, contra corriente, sostengo que la creación fundamental de un individuo es su propia vida.

Alfonso Sastre tuvo momentos de mérito indudable. Supongo que Eva Forest, a la que no he leído, también los tendría. De acuerdo, pero saber de sus complicidades con el terrorismo en actos sanguinarios me aleja definitivamente de sus libros. Me resulta imposible leerlos sin pensar en las víctimas de la cafetería Rolando.

Puesto en contacto con Gaizka Fernández Soldevilla para felicitarle por su trabajo, me acaba de comunicar que en enero tendremos en la Universidad de Alicante una exposición dedicada a esas víctimas. He hablado con el compañero que la trae y me he puesto a su disposición. El objetivo es que nuestro alumnado conozca las verdaderas dimensiones de aquella barbarie, respete a las víctimas y reflexione acerca de las complicidades que el terrorismo pudo encontrar en unos años donde todo andaba trastocado con dosis de fanatismo. Y no solo entre los partidarios de la dictadura.

 

2 comentarios:

  1. Se ha publicado un segundo libro sobre el atentado, "El huevo de la serpiente (El nido de ETA en Madrid)", escrito por Eduardo Sánchez Gatell, entonces un joven izquierdista vinculado a la red de apoyo de ETA en Madrid, en la que por lo que leí en un artículo en El País también se señala (en la misma línea) el papel que jugaron Sastre y Forest.

    Aquí el artículo:

    https://elpais.com/espana/2024-09-07/la-matanza-indiscriminada-que-fundo-a-eta-militar.html

    Un saludo.

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  2. Gracias, Rafa. Sabía del mismo gracias al artículo de Muñoz Molina, pero todavía no he podido leerlo. En cualquier caso, ahí creo que Eva Forest y Alfonso Sastre salen todavía peor parados. Saludos.

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