La casa de Bernarda Alba (1936)
no es una tragedia acerca de la Guerra Civil, pero su génesis debe analizarse en
relación con el clima que la precedió. Tampoco cabe olvidar sus obras
anteriores, Yerma y Bodas de sangre, con las que la escrita poco
antes del conflicto culmina una trilogía donde el eje de la libertad encarnado
en tres mujeres está siempre presente.
El teatro es conflicto.
Federico García Lorca, en su obra cumbre, aboga por la vuelta a las esencias
del género trágico y desde las primeras escenas traza un conflicto nítido y
rotundo: el enfrentamiento entre Bernarda Alba, la madre autoritaria, y Adela,
la más joven de las hijas sometidas al luto y el encierro en casa por el
fallecimiento del padre.
El título de la tragedia resulta
definitorio. La casa es el espacio donde las hijas quedan encerradas por causa
del luto, entre las gruesas paredes de lo presentado a modo de cárcel. Y la
dueña, o autoridad, es Bernarda Alba, una madre convertida en tirana que dicta
un encierro capaz de acabar con las esperanzas de vida de aquellas mujeres.
El autoritarismo de
Bernarda Alba no es el fruto de una demencia. Ni siquiera supone un
comportamiento aislado que pueda ser considerado como anormal. La madre es
coherente con la mentalidad del pueblo donde vive. Nunca salimos del interior
de la casa, pero gracias a la pericia teatral de García Lorca conocemos la
mentalidad del espacio que la rodea.
El autoritarismo, la
mentalidad cerrada y la violencia con quien pretende transgredir lo impuesto
están tanto en el pueblo, por donde no circula el agua, como en el interior de
la casa bajo la férrea vigilancia de Bernarda Alba. Frente a este polo, se
encuentra el de las hijas, que aspiran a vivir y, resignadas, se ven encerradas
en vida.
La rebelión la encarna
Adela, la más joven y bella, que a sus dieciocho años se resiste a aceptar un
destino tan irracional como impuesto. Esta actitud pronto le lleva a
enemistarse con sus hermanas en un clima de tensión creciente. Sin embargo, el
enfrentamiento fundamental será con la madre, cuya autoridad desafía dando los
avisos que anuncian el trágico desenlace.
Adela entrega a la madre
un abanico de color, luce un vestido verde contrapuesto al omnipresente negro
del luto, busca el contacto con Pepe el Romano y, finalmente, una vez
descubierta, culmina su desafío mediante el suicidio.
Bernarda Alba es férrea e
inalterable. Al principio de la obra, cuando decreta el luto, impone su
voluntad y permanece insensible a los problemas que provoca su decisión. La
criada de confianza, la Poncia, es consciente de los mismos y le avisa, pero la
madre se retira a su aislamiento. Ni siquiera cuando ve el cadáver de Adela
muestra sensibilidad o arrepentimiento.
El conflicto entre el
autoritarismo de Bernarda Alba y la aspiración a una libertad vital que
representa Adela lo podemos trasladar a la época en que fue escrita la tragedia.
Esta lectura histórica es viable, pero gracias al clasicismo de la tragedia
también tiene una lectura universal. Así ha sido representada en numerosos
países porque, en cualquier lugar y época, puede darse el enfrentamiento de una
Bernarda con una Adela.
A partir de lo indicado y
tras ver la grabación de la obra, debéis participar en el debate centrándolo en
los términos con que se desarrolla el citado conflicto y, como reflexión vista
desde vuestras diferentes culturas, lo que supone el luto para las mujeres de
la tragedia, una tradición ahora eclipsada en España, pero vigente cuando la
obra de García Lorca fue escrita.
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