LA
IMPORTANCIA DEL DETALLE
Castillos de fuego (2023),
de Ignacio Martínez de Pisón, ha tenido una excelente acogida crítica. El autor
zaragozano afincado en Barcelona apenas sorprende al lector porque, desde hace
décadas, lleva adelante una tarea novelística presidida por la coherencia de
unas constantes que le caracterizan con nitidez. Entre las mismas está el gusto
por el detalle preciso, que es el resultado de una concienzuda tarea de
documentación donde el literato se solapa con el historiador o, al menos, el
creador riguroso que confía lo estrictamente necesario en la imaginación.
Esta circunstancia resulta
llamativa cuando nos adentramos en una época tenebrosa como la posguerra, casi
siempre parca en una información accesible que supere los lugares comunes o las
obviedades. Ignacio Martínez de Pisón indica al final de su novela las monografías
que le han ayudado a documentarse. El rasgo prueba su honestidad cuando algunos
colegas cultivan un pretendido adanismo no exento de soberbia. Sin embargo, es
evidente que la labor de documentación va más allá de esa relación
bibliográfica. Lo percibimos en múltiples y pequeños detalles que salpican el
relato: los nombres de las calles, las distancias de una precisa geografía
urbana, las referencias a personajes de la época, el paisaje de un Madrid
desbastado, la imagen de los protagonistas, el interior de los domicilios…
Todo, absolutamente todo, está
cuidado con esmero para dar al detalle la importancia de un elemento
protagonista. Algunos pensarán en una innecesaria demora que ralentiza el ritmo
narrativo. Otros lo agradecemos como fieles lectores. Al final, el resultado es
la posibilidad de adentrarte en unas coordenadas ancladas en el pasado, pero
percibidas con la nitidez del observador capaz de trasladarnos su propia
percepción con sencillez, dejándonos ver también a nosotros porque el mediador
sabe desaparecer una vez realizada su labor con una honestidad poco frecuente.
Tras largos meses de
investigación para escribir Las armas contra las letras, la lectura de
esta magnífica novela de Ignacio Martínez de Pisón me ha brindado la
posibilidad de vivir durante unas semanas en ese Madrid de la represión que,
desde diferentes perspectivas, ambos recreamos para fortalecer la memoria de
una época verdaderamente dramática porque la guerra no había terminado para
muchos. La conclusión, claro está, no es solo una frase a la búsqueda del
titular periodístico, sino una realidad probada con la contundencia de lo
abrumador.
La experiencia de esta lectura
produce escalofríos y genera preguntas de difícil respuesta, pero es
absolutamente necesaria para un historiador que a menudo solo dispone de los documentos
archivísticos, tan imprescindibles como alejados del pálpito cotidiano. El
mismo lo recoge Ignacio Martínez de Pisón con las dotes de un observador avezado
que sabe encontrar en el detalle, el más preciso y veraz, la prueba que remite
a una época recreada a brochazos por otros creadores menos dispuestos al
trabajo.
La enseñanza para el
investigador universitario, también lector, es obvia: búsqueda constante de
detalles bien seleccionados, presentados con precisión y documentados para
garantizar la veracidad. El relato de la historia, con estos materiales bien
escalonados, viene dado sin necesidad de recursos efectistas, sobre todo si se
cuenta con la solidez narrativa de Ignacio Martínez de Pisón.
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