El 8 de octubre de 1935, La Libertad da cuenta del enlace matrimonial de Carlos Pérez Merino con «la bella señorita» Natividad Fernández. Cuatro años después, ambos estaban procesados en consejos de guerra, que en el caso del periodista terminaron con una condena a muerte.
El objetivo represivo de
sacar adelante decenas de miles de sumarísimos de urgencia en un plazo breve,
para causar un terror capaz de paralizar cualquier respuesta contra la
dictadura, no solo supuso la ausencia de garantías jurídicas. También obligó a
adoptar criterios procesales donde el cargo del procesado pesaba más que su
comportamiento en el ejercicio del mismo. Así se buscaba un automatismo que
simplificaba desde la instrucción hasta la sentencia. En el ámbito de la prensa
lo observamos con claridad. Los directores de los periódicos republicanos como
Manuel Navarro Ballesteros, Javier Bueno y Augusto Vivero estaban de antemano
condenados a muerte con escasas posibilidades de una conmutación a treinta
años. Los redactores jefes de esos mismos órganos de prensa corrían una suerte
similar, aunque en estos casos la conmutación resultaba viable. Poco o nada
importaba su comportamiento personal y político durante la guerra. La
investigación al respecto era mínima, los avales apenas contaban y solo cabía
confiar en las gestiones de las familias o allegados para conseguir que estos
periodistas no terminaran ante un pelotón de fusilamiento.
El madrileño Carlos Pérez
Merino nunca se caracterizó por una militancia política claramente definida y
se consideraba a sí mismo como un profesional de la prensa, pero cometió el
error de aceptar la voluntad de sus compañeros para ser el redactor jefe del
periódico socialista Claridad desde febrero de 1938. El cargo le supuso
una condena a muerte dictada por un consejo de guerra celebrado el 3 de
noviembre de 1939, cuando el periodista contaba treinta y cuatro años, estaba
casado y vería con asombro la inutilidad de los argumentos utilizados en su
defensa ante el Juzgado Militar de Prensa. El capitán Manuel Martínez Gargallo,
auxiliado en esta ocasión por el teniente Andrés Gordillo González, era
inflexible con un redactor jefe y su instrucción estuvo abocada a trasladar al
tribunal un sumario capaz de justificar la pena de muerte para quien,
paradójicamente, había debutado en un periódico tan reaccionario como El
Siglo Futuro.
El estudio de los dos
sumarios donde estuvo procesado Carlos Pérez Merino (AGHD, 7173 y 10527)
aparecerá como un capítulo del tercer volumen de la trilogía dedicada a los
consejos de guerra de periodistas y escritores. Al margen de las barbaridades
jurídicas cometidas durante la instrucción del primero, también descubriremos
en el segundo que las falsas denuncias no siempre tenían una motivación
ideológica o política. Tiempo habrá para completar esta historia donde hasta
una portera debió desmentir lo afirmado, de forma temeraria o interesada, por
un capitán de los vencedores.
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