sábado, 12 de abril de 2025

Ángel María de Lera, condenado y maltratado


 

La tortura y los maltratos estuvieron presentes en los consejos de guerra de periodistas y escritores durante el período 1939-1945. El colectivo no supuso una excepción con respecto a un marco represivo que, a menudo, recurrió a la violencia para quebrantar la voluntad de los detenidos.

A partir de los testimonios recopilados, los lugares más peligrosos para la integridad física eran las comisarias, tanto las oficiales como las improvisadas con el objeto de dar cuenta de la avalancha de represaliados. No obstante, esas mismas prácticas violentas seguían durante las declaraciones en sede judicial -las actas de algunas las dejan ver de manera implícita- y continuaban en las cárceles, cuyo rígido reglamento permitía las palizas y unas celdas de castigo que cabe considerar como lugares de tortura.

A lo largo de los años que llevo investigando estos consejos de guerra, he contactado con familiares de las víctimas de la represión franquista. Sus testimonios han sido útiles para completar unos trabajos cuya base documental siempre resulta incompleta, sobre todo en lo relacionado con prácticas ocultadas y sin el correspondiente reflejo en los archivos. Estos familiares tienen un conocimiento desigual de sus antecesores, pero a menudo me cuentan historias transmitidas de generación en generación a pesar del habitual silencio. La tortura y los maltratos forman parte de esa memoria compartida.

Los testimonios sobre la violencia los conozco y me ayudan a comprender determinadas actuaciones presentes en los sumarios analizados. Sin embargo, apenas los he citado porque carecen de pruebas documentales y, además, reiteran lo conocido a partir de otros testimonios vinculados a diferentes colectivos.

Este silencio impuesto por la obligación de contar con documentos para cualquier episodio histórico ha impedido conocer la parte más oscura y violenta de la represión sufrida por escritores y periodistas. El silencio no supone impasibilidad, sino la voluntad de ceñirse a lo documentado para garantizar el mayor grado de veracidad posible.

Al iniciar el estudio de los consejos de guerra seguidos contra el novelista Ángel María de Lera (1912-1984) supe que la popularidad del mismo no suponía una bibliografía conocedora de la represión que sufrió. Gracias al contacto con sus hijos, ya he localizado los sumarios de los que fue protagonista y pronto daré cuenta de los mismos como preámbulo de un capítulo que aparecerá en el tercer volumen de la trilogía dedicada a los consejos de guerra de periodistas y escritores.

Mientras tanto, y gracias a la documentación remitida por sus hijos, he sabido de las palizas que sufrió Ángel María de Lera, fundamentalmente en el verano de 1942, cuando todavía estaba en el penal de Ocaña. A raíz de las mismas, y desde el 22 de mayo hasta el 14 de diciembre de 1943, el novelista permaneció en la prisión de Santa Rita (Madrid) con una salud precaria por culpa de los golpes sufridos en la zona lumbar, la entrepierna y otros lugares donde las huellas no fueran demasiado evidentes.

Ángel María de Lera salió vivo de aquella represión, pero las secuelas de los golpes continuaron hasta su fallecimiento. Basta leer el informe del doctor E. Fernández Besave con motivo de la muerte del novelista – depositado en el Archivo Central del Hospital Gregorio Marañón- para comprobar que las palizas sufridas cuarenta años antes tuvieron consecuencias hasta la muerte de quien padeció por unos golpes que nunca olvidó.

En fechas próximas hablaremos de unos sumarios hasta ahora desconocidos, los de Ángel María de Lera, pero desde este momento cabe afirmar que el novelista fue una víctima de la violencia utilizada por quienes pretendieron acabar con cualquier oposición al Glorioso Movimiento Nacional. Cuarenta años después, ingresado el 4 de julio de 1984 en un hospital, las pruebas realizadas remiten a un origen que el doctor no explicita, pero que el paciente contó a la familia como parte de una memoria de dolor y resistencia.

 

 

viernes, 11 de abril de 2025

Una clase de teatro en el teatro


Año tras año, cuando imparto un curso dedicado a la historia del teatro español explico que la mejor manera de conocerlo es participar de la experiencia de ser parte del público de las representaciones. El primer objetivo es que los estudiantes se conviertan en espectadores y así, en sus futuros trabajos como docentes, puedan transmitir la afición al teatro.
Esta semana hemos estado en el Teatro Principal de Alicante para ver La vida es juego. Fiesta de entremeses del Siglo de Oro, a cargo de la compañía Ultramarinos de Lucas. La posibilidad de ver en directo una representación de La tierra de Jauja o el cervantino Retablo de las maravillas nos ha dado motivos para estudiar el tema de los entremeses en las últimas semanas del curso. Y, sobre todo, hemos disfrutado juntos, que de eso se trata.

miércoles, 9 de abril de 2025

La SGAE afronta su propio pasado: Ángeles y demonios


Desde hace cuatro años colaboro con María Luz González Peña, responsable del Archivo de la SGAE, para esclarecer lo sucedido con los socios de esta sociedad durante el período de la Guerra Civil y la posguerra. Este intercambio de información y documentos nos ha permitido avanzar en el conocimiento de la turbulenta trayectoria de la sociedad durante un período especialmente difícil. Ahora este trabajo, al que se ha sumado el historiador Fernando Jiménez Herrera, ha fructificado en una iniciativa editorial: Ángeles y demonios. II República, Guerra Civil y posguerra en la SGAE.
La publicación del volumen ha venido acompañada de una exposición en la sede de la propia SGAE. Así, con estas iniciativas complementarias, hemos intentando ayudar a conocer la compleja realidad histórica de unos momentos donde, como reza el título, hubo ángeles y demonios entre los propios socios. Frente a los delatores y los oportunistas de todo tipo, hemos descubierto comportamientos nobles y hasta heroicos que procuraron aliviar aquella tragedia. Su memoria es nuestro empeño y esperamos haber dado cuenta con rigor de aquellas vicisitudes.
Mi capítulo, pp. 45-96, está dedicado fundamentalmente a los consejos de guerra protagonizados por los socios, pero sobre todo me siento orgulloso de haber rescatado la labor desempeñada por Joaquín Dicenta Alonso al frente del Sindicato de Autores, que en buena medida sustituyó a la SGAE durante la guerra en la zona republicana. Incluso hemos podido editar por primera vez su extenso informe para la junta directiva del sindicato donde detalla las iniciativas llevadas a cabo para salvaguardar la vida y los intereses de los socios que sufrieron alguna persecución.
Por otra parte, gracias a este volumen completo lo expuesto en Nos vemos en Chicote Perder la guerra y la historia, al menos en los casos donde estuvieron involucrados los socios de la SGAE. La labor del historiador es un continuo corregir y ampliar para volver a revisar. La historia nunca se cierra porque presupone un debate permanente donde, al margen de los dogmáticos, jamás llegamos a la conclusión acerca de «lo verdadero», por mucho que -como recordaba Sergio del Molino en la entrada del pasado día 6- algún león sordo pretenda acabar con el violinista.


martes, 8 de abril de 2025

Anales de Literatura Española asciende al primer cuartil de Scopus


En enero de 2020 asumí la dirección de Anales de Literatura Española, una veterana revista universitaria publicada desde 1982. El reto era su adaptación a las actuales normas que rigen el competitivo mundo de las revistas universitarias, su indexación para asegurar la continuidad y el posterior ascenso en los cuartiles establecidos al respecto, que son fundamentales para la valoración académica de los artículos. 
Gracias a formar un equipo con mis jóvenes compañeros Davide Mombelli y Laura Palomo, pronto llevamos a cabo esa adaptación que supuso un cambio profundo de orientación y metodología del trabajo, conseguimos el sello FECYT de calidad y empezamos en el cuartil cuarto de Scopus. Aparte de pasar a editar dos números anuales con el mismo presupuesto que antes aparecía uno solo, hemos progresado número a número y esta semana la revista ha ascendido al primer cuartil, justo cuando se ha solicitado la renovación del sello FECYT.
El trabajo es colectivo y propio de un pequeño grupo tan coordinado como empeñado en mejorar la calidad de la revista. La recompensa también debe ser compartida, pero -cuando hace un mes se cuestionó en una sentencia mi trabajo académico- este reconocimiento público de la labor realizada supone un motivo personal de orgullo y ánimo para recurrirla a la espera de que la libertad de expresión, cátedra e investigación sea amparada por más altas instancias judiciales.

domingo, 6 de abril de 2025

Una excelente tribuna de Sergio del Molino en El País


 Sergio del Molino. Fuente: Wikipedia

Babelia, de El País, es el suplemento literario más leído entre los publicados en la prensa española. Sergio del Molino, periodista y escritor al que sigo con admiración desde hace años, me ha dedicado una tribuna con motivo de la reciente sentencia de un juzgado de Cádiz, que ha provocado indignación y preocupación en el mundo académico y literario. A la espera de que la jueza aclare la sentencia para presentar el correspondiente recurso ante la Audiencia Provincial de Cádiz, me abstendré de comentar mi valoración sobre esa sentencia al margen de manifestar que ha supuesto una grave afrenta para mi dignidad profesional. Afortunadamente, los numerosos gestos de solidaridad que me han llegado me animan a seguir en la lucha por la libertad de expresión, de cátedra y de investigación que ha sido cuestionada por la sentencia en contra, en mi opinión, de la doctrina del Tribunal Constitucional y abundante jurisprudencia.

En cualquier caso, siempre me quedo con lo positivo de cada circunstancia de la vida. Y estos días, que al principio fueron de consternación, se han convertido en otros de agradecimiento por las continuas muestras de solidaridad recibidas. La escrita por Sergio del Molino en El País del 5 de abril me ha emocionado especialmente:

https://elpais.com/babelia/2025-04-05/mato-mi-abuelo-al-tuyo.html

Pasado el suficiente tiempo desde su publicación y habiendo sido el texto completo del artículo ampliamente difundido a través de las redes sociales, reproduzco a continuación lo escrito por Sergio del Molino para quienes no puedan acceder a la fuente original arriba indicada:

¿Mató mi abuelo al tuyo?

Mi abuelo contaba siempre un chiste que le hacía mucha gracia: un violinista pasea por la selva y se encuentra con un tigre. El músico saca su instrumento y empieza a tocar, amansando a la fiera. Poco a poco, convoca a todos los animales, hasta que se forma un auditorio de serpientes, gorilas y demás fauna encandilada. Al final, aparece un león. Avanza hasta la primera fila y se zampa al violinista. Los animales protestan: “Maldita sea, llegó el sordo y se jodió el concierto”.

La magistrada del juzgado de primera instancia número 5 de Cádiz, Ana María Chocarro López, podría interpretar el papel de león en este cuento que no tiene ninguna gracia. Al condenar al historiador Juan Antonio Ríos Carratalá por intromisión ilegítima parcial en el derecho al honor de Antonio Luis Baena Tocón, secretario del juzgado de instrucción que procesó a Miguel Hernández en 1939, zanja de un mazazo una discusión sutil, larga, tentacular y en buena medida inefable sobre la responsabilidad y la culpa (colectiva e individual) de las sociedades sometidas a la violencia y la dictadura. Es una discusión sobre cómo funciona la represión, quién la ejerce y qué supone mirar hacia otro lado o cumplir las órdenes. Filósofos, historiadores, escritores, juristas fuera de servicio y ciudadanos de toda condición participan en un ágora necesariamente abierta cuyo valor no son las conclusiones, sino las modulaciones de la conversación misma, cuya persistencia mide la densidad democrática de un país.

La mención inicial a mi abuelo es oportuna. Hace una década escribí un libro titulado Lo que a nadie le importa sobre él, soldado raso del ejército franquista durante toda la guerra, reclutado a la fuerza, y vigilante de un campo de prisioneros al terminarla. En aquella novela me preguntaba sobre su responsabilidad y su culpa, si la sintió. ¿Nos arrastra la historia o podemos oponernos a ella? ¿Somos cómplices o marionetas? Millones de españoles con abuelos como el mío podían compartir mis dudas, y la literatura ofrece un marco para el matiz. Salvo en los casos flagrantes de gente poderosa con culpas clarísimas, la mayoría vive en un claroscuro donde no se puede separar lo blanco de lo negro.

Eso es lo que aduce el hijo de Baena Tocón en su demencial demanda contra todos los medios de comunicación de España (desestimada en su casi totalidad, salvo en unos aspectos referidos a Ríos Carratalá): que su padre era un joven que hacía el servicio militar y recaló en aquel juzgado como podría haber caído en cualquier otra covacha de la administración franquista. Considera —y la jueza le ha dado parcialmente la razón— que echarle encima la condena del poeta es un exceso y una infamia, y si no hubiera llevado la discusión por la vía judicial, su punto de vista sería un reto que enriquecería muchísimo este debate. La sentencia, en cambio, lo empobrece.

Cuando Ríos Carratalá, en su libro Nos vemos en Chicote y en otros estudios sobre la represión del primer franquismo sobre escritores y periodistas, estudia el papel de figuras como Baena Tocón, no busca una revancha judicial, sino alumbrar los rincones más oscuros de la sociedad franquista. ¿Hasta dónde llega la responsabilidad ética de la represión? ¿Es pasivo un funcionario que estampa una firma? ¿O su cumplimiento acrítico del deber pone en marcha el aparato? Más allá de los errores factuales que cualquier investigador puede cometer, la cuestión es muy especulativa y necesita grandes dosis de opinión. La sentencia toma el rábano por las hojas y aprovecha unas minucias ya corregidas e incorporadas a la discusión para recortar la libertad de expresión. Con este precedente, elaborar juicios de valor y argumentos sobre los actores de la represión va a ser muy costoso.

Desde Hannah Arendt y la banalidad del mal de su Eichmann en Jerusalén hasta la hipocresía de los Mitläufer retratados por Géraldine Schwarz en Los amnésicos (aquellos alemanes que no militaron ni colaboraron con el nazismo, pero se beneficiaron pasivamente de su silencio), estas cuestiones atormentan y entretienen a los intelectuales europeos desde la primera vez que un joven de los años cincuenta preguntó en la cena: “Papá, ¿dónde estabas tú cuando pasó aquello?”. Muchos respondieron como el personaje de Billy Wilder en Uno, dos, tres: no se enteraron de nada, trabajaban en el metro. Desde entonces, unos se han dedicado a señalar, y otros, a negar. En el caso español, la pregunta es más dura: ¿mató o encarceló tu padre al mío? Y afinando más, para centrarnos en este caso: ¿firmó la sentencia o solo la tramitó?

En cuanto las investigaciones trascienden los libros académicos (700 ejemplares en dos ediciones vendió Nos vemos en Chicote: el secreto de Baena Tocón estaba bien guardado hasta que su hijo decidió exponerlo a los tribunales), es natural que despierten duelos y quebrantos, pues hablamos de historia aún viva. Al hijo de Baena Tocón le habrán escocido más los tuits y comentarios a las noticias que cualquier licencia literaria de Ríos Carratalá, pero es al historiador a quien le ha caído encima el león sordo. No le ha devorado como al músico del chiste, pero le ha dado un buen mordisco que disuadirá al resto de violinistas de adentrarse por esa selva.

 

 


sábado, 5 de abril de 2025

El sumario del periodista Carlos Rivera Gómez


 Carlos Rivera, a la derecha, en Mundo Gráfico, 13-I-1937

El Archivo General e Histórico de Defensa me ha remitido el sumario del periodista onubense Carlos Rivera Gómez (AGHD, 3151). Hace meses, al ver las dos fotografías reproducidas en el blog, me llamó la atención el aspecto de este olvidado redactor de Informaciones que durante la Guerra Civil publicó crónicas y entrevistas, al tiempo que intervino en mítines de afirmación republicana. Nada se ha escrito sobre el joven de veinticuatro años procedente de Ayamonte que llegó a Madrid para triunfar como literato y acabó procesado en un consejo de guerra. El 14 de agosto de 1939 le condenaron a muerte.


Carlos Rivera, a la derecha, en Mundo Gráfico, 27-I-1937

El 31 de marzo de 1939, los falangistas Julián Martínez Odriozola y Regino Cuevas de la Calle le detuvieron para conducirle a una comisaría madrileña acusado de ser un periodista republicano. Allí mismo Carlos Rivera Gómez hizo la primera declaración, pasó a una improvisada prisión en Ronda de Atocha y el auditor ordenó instruir el correspondiente sumario al Juzgado Permanente n.º 2.
Dada la condición de periodista del encartado, el 17 de junio de 1939 el sumario pasó al Juzgado Militar de Prensa por orden del auditor de guerra. El 21 de julio, un mes después, el juez Manuel Martínez Gargallo inicia la instrucción con la colaboración del alférez Baena Tocón como secretario.
El joven y apuesto Carlos Rivera Gómez debió entrar en pánico por razones obvias y sus declaraciones suponen una retractación como republicano. La compasión no estaba prevista para estos casos durante la inmediata posguerra. La instrucción solo duró cinco días hasta la elaboración del auto resumen fechado el 3 de agosto de 1939.
Este documento, fundamental para el plenario del consejo de guerra, pide el procesamiento de Carlos Rivera Gómez por haber sido teniente de carabineros, aunque nunca participó en acciones militares, y autor de artículos publicados en Informaciones, «en los que no solo alienta a la resistencia contra el Ejército Nacional, sino que son un continuo insulto y ultraje para él».
El tribunal presidido por el comandante Félix Navajas García le condenó a muerte reiterando lo fundamental de lo dictado por el juez Manuel Martínez Gargallo. Así se solía hacer en los sumarísimos de urgencia. De ahí la importancia de los auto resúmenes, que solían ser la clave de la sentencia a falta de otros elementos de juicio o ponderación.
La petición de procesamiento formulada en el auto resumen incluye dos acusaciones: la condición de teniente del «ejército rojo» y los artículos publicados en Informaciones. Con el objetivo de conseguir los mismos, el juez Manuel Martínez Gargallo el 30 de julio de 1939 dictó una providencia que cuenta con la firma del alférez Baena Tocón como secretario:


El citado alférez se personó en la Hemeroteca Municipal de Madrid para realizar la «investigación» y, en solo dos días, elaboró un informe donde hay cinco folios dedicados a transcribir un artículo de Carlos Rivera Gómez y otros cuatro a resumir diferentes crónicas del mismo. A partir de esta base documental y con el acompañamiento de las declaraciones efectuadas, el juez redactó el auto resumen que, examinado por el plenario del consejo de guerra, derivaría en la citada condena a muerte.
El procedimiento se repite en otros sumarios examinados en mis libros, al igual que en los de diferentes colegas especializados en la represión franquista. Baste recordar en este sentido el sumario de Javier Bueno, otro condenado a muerte. A raíz de la sentencia del juzgado gaditano, todavía pendiente de aclaración a instancias de mi abogado, tengo dudas sobre cómo proceder en el tercer volumen de la trilogía, donde aparecerá el capítulo dedicado a Carlos Rivera Gómez.
¿Debo atender a lo documentado en los archivos militares o, de acuerdo con el sentido exculpatorio de la sentencia, debería hacer caso omiso de esa documentación para relativizar la trascendencia del papel desempeñado por el secretario durante la fase de instrucción? 
A la espera de la respuesta de la jueza, traslado la pregunta a otros historiadores con los que estoy en permanente contacto para corregir mis trabajos y sigo recopilando documentación con el deseo de que el joven y apuesto Carlos Rivera Gómez, al menos, tenga el testimonio de sus actividades periodísticas al servicio de la II República.

martes, 1 de abril de 2025

La tercera edición de Nos vemos en Chicote


 

Las monografías universitarias suelen tener una difusión testimonial con independencia de la entidad de su aportación científica. Salvo puntuales excepciones, sus lectores pertenecen al mismo ámbito académico que los autores y las editoriales saben que basta con una tirada mínima para abarcar tan modesto mercado. El resultado son libros por cuya edición deben pagar a menudo los propios autores -a veces sometidos a un chantaje de las editoriales privadas que convendría hacer público para su erradicación-, repartidos entre los colegas y depositados en las bibliotecas universitarias con buena parte de la tirada durmiendo en los almacenes.

Por fortuna y al cabo de un plazo razonable, estas monografías suelen contar con ediciones digitales y copias en los repositorios universitarios. Esta circunstancia favorece su difusión y accesibilidad. De hecho, como autor he tenido discretos resultados de ventas de algunos libros que posteriormente han contado con otros más brillantes en su versión digital. Por ejemplo, de Los consejos de guerra de Miguel Hernández, editado en 2022, todavía quedan a la venta algunos ejemplares, pero sus dos ediciones digitales aseguran su difusión hasta tal punto que la colgada en el repositorio de la UA cuenta con una media diaria de tres descargas del correspondiente archivo. Si este dato sostenido a lo largo del tiempo se trasladara a las ventas, estaríamos hablando de un best seller universitario.

A diferencia de la mayoría de mis colegas, tengo la fortuna de no pagar por publicar. Tampoco cobro, pero esta circunstancia carece de importancia porque en realidad las publicaciones son fruto de un trabajo relacionado con mi condición de funcionario público y, afortunadamente, los catedráticos estamos bien situados en el escalafón de los funcionarios.

El valor de los libros universitarios no depende de sus ventas, pero siempre es un motivo de satisfacción que las mismas vayan bien dentro de lo previsible en este sector del mercado editorial. Así, cuando se agota una tirada, cabe celebrarlo y pensar que la obra ha interesado a un número considerable de colegas. Incluso a lectores ajenos al mundo académico, que por distintos motivos pueden sentirse interesados.

En mi bibliografía hay varios libros agotados, pero solo he tenido la oportunidad de llegar a una tercera edición con Nos vemos en Chicote, publicado en 2015, reeditado en 2019 y ahora presente en las librerías con una tercera edición. Este dato prueba que los lectores avalan el libro, que por otra parte ha sido citado en bastantes ocasiones por los colegas y cuenta con la aprobación de la CNEAI cuando lo presenté para obtener mi quinto sexenio de investigación.

Ahora, cuando ya cuento con seis y un séptimo es imposible por la cercanía de la jubilación, el dato de la tercera edición solo es un motivo de satisfacción sin consecuencias curriculares. También reconforta por lo que supone tras la condena dictada por un juzgado de Cádiz. A estas alturas ignoro si Nos vemos en Chicote ha sido incluido en la sentencia, que recurriré cuando cuente con la aclaración de la misma solicitada por mi abogado. En cualquier caso, los lectores ya han aclarado su respuesta agotando las dos primeras ediciones. Solo cabe darles las gracias y prometer que seguiremos trabajando para intentar que los próximos libros tengan un resultado similar.

sábado, 29 de marzo de 2025

Nuevas muestras de solidaridad


 Imagen de mi entrevista con Ximo Puig

La solidaridad reconforta. Por fortuna, hasta el presente la he mostrado con infinidad de víctimas y en buena medida mi trabajo durante estos últimos años es, además de un deber de memoria, un ejercicio de solidaridad con los escritores, periodistas y dibujantes represaliados por ejercer el derecho a la libertad de expresión.

Ahora, a raíz de hacer público un acoso de seis años y compartir una sentencia pendiente de aclaración, esa solidaridad la he recibido hasta el punto de emocionarme.  El apoyo de mi familia ya se mostró cuando me acompañó con motivo de la declaración en el juzgado. He superado varias oposiciones, pero un interrogatorio de tres horas en sede judicial, con una escenografía que me recordaba las imágenes de delincuentes declarando, es duro para quien solo ha hecho su trabajo como catedrático y, por el mismo, ha recibido el máximo reconocimiento académico.

El alumnado también me ha mostrado su solidaridad. Cada año, al principio del curso, explico la situación en que me encuentro para que nadie tema tener a un energúmeno como profesor tras ver la web de mi demandante. Al margen del temario, mis clases son una defensa de la libertad de expresión y la tolerancia para establecer un clima de diálogo que, de cara al futuro profesional del alumnado, supone la principal enseñanza que les puedo transmitir. La respuesta es excelente y, ahora más que nunca, siento el respeto y la solidaridad de mi alumnado.

Mis colegas ya lo han manifestado, incluso de manera oficial, en reiteradas ocasiones, pero durante estos días he recibido comunicados, mensajes, abrazos, sonrisas y muestras de apoyo que me abruman. La propia rectora, ante el Consejo de Gobierno de la UA, me manifestó su solidaridad. La agradezco porque resume el sentir de la comunidad universitaria, que es incompatible, por los propios estatutos de la universidad, con quienes rehúyen el debate y judicializan la historia a la búsqueda de una condena para quien manifiesta ideas contrarias o distintas.

También desde el ámbito político los apoyos han sido significativos. Todos son motivo de agradecimiento y, por resumirlos en un solo texto, copio a continuación el publicado en El País (28-III-2025). Su autor es Ximo Puig, ex president de la GV y actual embajador de España en la OCDE:

«Miguel Hernández. A Miguel lo dejaron morir en la cárcel de Alicante, que es como decir que lo mataron. Era el año 42, tal día como este viernes. Desde su muerte solo ha habido un culpable, y es kafkiano lo que hemos conocido: se condena al prestigioso profesor de Literatura de la Universidad de Alicante Juan Antonio Ríos Carratalá por ser leal con su compromiso científico y escribir en un libro el nombre de una de las personas que formaron parte del tribunal que sentenció al poeta de Orihuela y valorar su actuación.

Hablo con él, cara a cara. Es un hombre tranquilo, fuerte, sereno. Compartimos perplejidad. Es peligroso, como una garra suave detrás de la ventana, que el miedo pueda atenazar a los escritores, investigadores y profesores que buscan llenar los viejos silencios con la justicia poética. Sería letal que el miedo secuestrara a la ciudadanía de un Estado democrático y de Derecho.

El del 1942 era un Estado con unos órganos judiciales ilegales e ilegítimos. Aquella farsa franquista sentenció a Miguel. Hoy, al modo kafkiano de El Proceso, sentencian a un profesor por dar luz a la memoria. Incomprensible. Quizás sólo nos quede esperar, como el poeta, que nos dejen la esperanza».


Imagen de mi entrevista con Nieves Concostrina

Los apoyos y las muestras de solidaridad también han venido desde el ámbito de los medios de comunicación, donde la sentencia ha producido la perplejidad de la que escribe Ximo Puig. Ayer hablé con Nieves Concostrina, la popular periodista de la SER. Aparte de manifestar públicamente su solidaridad, acordamos colaborar en la tan necesaria tarea de divulgar la historia contra la acción de quienes pretenden el olvido o la erradicación de la memoria democrática.

Y así podría ir sumando nuevos ejemplos de una reacción solidaria que me abruma. Solo deseo dar las gracias a todos con la confianza de que, aunque harto de sufrir un acoso de seis años, seguiré adelante y mañana, frente a la tumba de Miguel Hernández, pensaré que la memoria de aquellos represaliados merece el esfuerzo de aguantar la difamación constante de una persona.

Pd.: Con fecha del 3 de septiembre de 2025, la junta directiva de la Asociación de Historiadores de la Comunicación ha publicado en su web el siguiente comunicado, que también ha sido remitido a todos los asociados:




La Junta de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Alicante, en su reunión del 10 de abril de 2025, acordó por unanimidad respaldar el escrito presentado por el área de Historia Contemporánea y mostrar su solidaridad conmigo ante la condena del juzgado gaditano:

miércoles, 26 de marzo de 2025

La Rosa Blanca y los colaboradores necesarios


 Cartel anunciador del ciclo dedicado a la Rosa Blanca

La posibilidad de la conmoción aumenta cuando nos adentramos en un ámbito desconocido. Desde hace más de diez años ando rodeado de sumarios y otros documentos relacionados con la represión franquista. La mirada del investigador también se encallece y, al final, ni siquiera los episodios más violentos producen sorpresa y menos una conmoción. El peligro es indudable, pues el historiador acaba familiarizado con una barbarie que atenta contra los derechos humanos y corre el peligro de un distanciamiento inconveniente. El rigor metodológico no exige la equidistancia ni la impasibilidad ante la violencia, sea la física o la ejercida a través de órganos judiciales al servicio de una dictadura.

Una alternativa para recuperar la capacidad de conmoverse es interesarse por lo desconocido, aunque sea a instancias de tu universidad con el objetivo de organizar un acto cultural. En febrero de 2025, participé en un ciclo dedicado a rememorar el testimonio de libertad y tolerancia de La Rosa Blanca (Die Weisse Rose), un grupo de universitarios que en la Alemania de 1942-1943 abogó por la resistencia no violenta contra el régimen liderado por Adolf Hitler. Hasta entonces lo desconocía y, con el deseo de colaborar con un mínimo de conocimiento, durante unas semanas recopilé información sobre aquel movimiento gracias a libros como el de José M.ª García Pelegrín y las tres películas dedicadas a este episodio de la resistencia al régimen nazi.


Inauguración de la exposición en la Biblioteca Central de la UA

El film seleccionado para el ciclo fue Sophie-Scholl. Los últimos días (2005), de Marc Rothemund. Lo vi en V.O.S. y en castellano mientras contenía la angustia para evitar que me cegara ante la barbarie cometida contra unos estudiantes de la Universidad Ludwing Maximiliam de Múnich, que acabaron guillotinados por repartir panfletos apelando a la resistencia no violenta. El objetivo no pasaba por las lágrimas de una conmoción, sino por desentrañar los mecanismos de represión nazi, que no solo coincidían en el tiempo con los del franquismo.


Fotograma de la película dedicada a Sophie Scholl

Un conocimiento basado en fuentes secundarias y cinematográficas no permite hablar con propiedad acerca de un hecho histórico. Mi colaboración se limitó a presentar la película, moderar un debate y escuchar voces más autorizadas. Sin embargo, de aquellos hechos recreados con precisión histórica en el cine retuve la imagen de un personaje aparentemente secundario: el responsable de mantenimiento o conserje Jakob Schmid (1886-1964).

El 18 de febrero de 1943, Hans y Sophie Scholl lanzaron unas octavillas en su universidad. Cuando la tarea estaba prácticamente finalizada, la joven de apenas veinte años vio que podía completarla desde lo alto de unas escaleras porque no había testigos. Jakob Schmid, sin embargo, la vio y la retuvo para entregarla a la Gestapo. Sophie y Hans fueron trasladados al palacio de Wittelsbach, el cuartel general de la policía nazi, y al cabo de cuatro días comparecieron en una farsa de juicio donde el juez Roland Freisler (1893-1945), un psicópata, los condenó a la pena de muerte. Apenas unas horas después, los hermanos Scholl y Christoph Probst fueron guillotinados. Estos veinteañeros no buscaban el martirio en nombre de un ideal extraordinario, sino la posibilidad de convivir en una sociedad libre y tolerante.



Jakob Schmid durante su procesamiento en 1947

La responsabilidad de aquellos asesinatos con coartada jurídica recae en el régimen nazi y sus jerarcas. Puestos a buscar un responsable concreto, cabría señalar al juez Roland Freisler, que en febrero de 1945 moriría en un bombardeo como si de un acto de justicia poética se tratara. Así lo establece la historia y apenas hay dudas al respecto. Sin embargo, yo retuve la participación fugaz, aparentemente secundaria, del conserje Jakob Schimid. El militante nazi podría haber callado ante lo visto aquel 18 de febrero de 1943, pero optó por detener a Sophie y desencadenar un trágico episodio. El fanatizado personaje era consciente de las consecuencias y no actuó por miedo a una represalia o a causa de una obediencia debida e inexcusable. Lo hizo con el entusiasmo de los represores, aunque su responsabilidad fuera secundaria en relación con la del juez Roland Freisler.

La historia de cualquier régimen represivo recoge la participación de numerosos colaboradores necesarios. La eficacia de la propia represión depende de la labor de unos jerarcas, siempre destacados a la hora de establecer una responsabilidad, pero también de una trama social donde encontrar a esos colaboradores, sin cuyo trabajo la actividad represiva en buena medida sería inviable. El historiador debe ponderar el alcance de la participación de cada sujeto en un acontecimiento histórico, pero a la vista de los hechos documentados no cabe dudar de que, sin la determinación del conserje, los tres estudiantes de la universidad muniquesa no habrían acabado guillotinados.

Así también sucede en otros muchos episodios de la represión, con independencia de que se enmarquen en una u otra dictadura. Los colaboradores necesarios estuvieron presentes en la URSS de Stalin o en la España del general Franco. Su participación, al margen de los motivos que siempre conviene desentrañar para comprender su comportamiento, supone la cristalización de una sociedad donde la represión funciona al máximo y goza de una absoluta impunidad. Esta evidencia la he observado en numerosos sumarios gracias a las denuncias de testigos que pudieron callar sin temor alguno, militares que desplegaron una actividad que iba más allá de lo estrictamente necesario para su permanencia en el escalafón y, sobre todo, informantes dispuestos a agravar la situación de los procesados mediante adjetivos tan prescindibles como conducentes a condenas que a veces llegaron a la pena de muerte.

 

domingo, 23 de marzo de 2025

Un nuevo libro: Perder la guerra y la historia


El pasado 19 de marzo fue publicada la segunda entrega, Perder la guerra y la historia, de la trilogía dedicada a los consejos de guerra de periodistas y escritores durante el período 1939-1945. Los ejemplares quedarán a la venta el 7 de abril. Dado el interés despertado entre los historiadores y periodistas, durante ese mes y en mayo haré varias presentaciones. La promoción se ajustará a la modestia habitual en un libro universitario, pero espero que permita agotar la tirada, como está a punto de suceder con la primera entrega de la trilogía: Las armas contra las letras. No obstante, en 2028 los textos de los tres libros acabarán en una web de acceso libre dedicada a la represión sufrida por los periodistas y escritores durante la posguerra.


Mientras tanto, ya he terminado de redactar el tercer volumen de la trilogía, que responderá al título de La colmena en recuerdo de la imprescindible novela de Camilo J. Cela. Ahora queda pendiente una lenta tarea para repasar el texto, completar la documentación con nuevas consultas en los archivos y, posteriormente, conseguir los informes favorables que permitan la publicación de esta investigación universitaria cuyo índice es el siguiente:

-       El sumario de Martín Marco, poeta ultraísta

-       El himno republicano de los hermanos Anaya Ruiz

-       La singular trayectoria de Eduardo Bort-Vela

-       El destino de los Vivero

-       La denuncia de un perdedor

-       La «labor mecánica» de Antonio Nicas

-       El «comité rojo» de ABC

-       Los sumarios de tres censores de prensa

-       Elías Palma, el escritor desconocido

-       Las condenas de Ángel M.ª de Lera y Juan A. Gaya Nuño

-       De Hollywood al juzgado: Baltasar Fernández Cue

-       Un «periodista liberal»: Carlos Pérez Merino

-       Un «dibujante retocador» de Heraldo de Madrid

-       Los «cachetes» nunca perdonados de Pedro Luis de Gálvez

-       Alejandro Gaos, poeta y catedrático

-       El destino trágico de un dandi: Antonio de Hoyos y Vinent

-       Un poeta «con el puño en alto»: Jesús Menchén Manzanares

-       La trayectoria del alférez Baena Tocón

-       Bibliografía

Hace una década comencé mis trabajos sobre este episodio de la represión franquista. Ahora, una vez redactados unos mil quinientos folios, empiezo a ver el final de una investigación que esta misma semana ha tenido dos nuevos frutos: la participación en el volumen Ángeles y demonios, editado por la SGAE, y una conferencia sobre los consejos de guerra de periodistas y escritores impartida en un curso celebrado en el Instituto Fernando el Católico con la organización de dos compañeros de la Universidad de Zaragoza, Sergio Calvo y Ana Asión.




La conferencia la impartí por videollamada porque estos días me toca trabajar junto con mi abogado en el recurso que vamos a presentar a la sentencia dictada por un juzgado de Cádiz. La defensa de la libertad de expresión, investigación y cátedra merece que se haga un buen trabajo, tanto desde el punto de vista jurídico como histórico. Afortunadamente cuento con juristas e historiadores que no solo me animan en esta tarea, sino que también me están ayudando.




Por último, el pasado día 20 tuve la oportunidad de entrevistarme en la Universidad de Alicante con Ximo Puig, ex president de la Generalitat Valenciana y actual embajador de España en la OCDE. El encuentro permitió intercambiar información sobre temas de interés común como las obras de Rafael Altamira y Miguel Hernández e, interesado por la reciente sentencia, Ximo Puig me transmitió su solidaridad y preocupación. De hecho, este próximo otoño participaré en una sesión organizada por el Parlamento Europeo para hablar del poeta y exponer los problemas que padezco como historiador por haber investigado su consejo de guerra.

Durante estos días he recibido unos quinientos mensajes de solidaridad de los colegas universitarios. La preocupación es evidente, pero también la voluntad de seguir trabajando en el conocimiento de la historia. Así lo haremos con las publicaciones arriba referidas y otras iniciativas en marcha, siempre que la salud nos acompañe. 


sábado, 22 de marzo de 2025

Los espacios de representación. H.ª del teatro del Siglo de Oro (9)


El dicho de que más vale una imagen que mil palabras a menudo es falso porque minusvalora el poder evocativo o explicativo del discurso oral. No obstante, para conocer los espacios escénicos del Siglo de Oro, especialmente los corrales de comedias, conviene acudir a las imágenes y los vídeos que están a nuestro alcance en You Tube. 
Así podremos completar lo expuesto en los apuntes de la asignatura depositados en el Repositorio de la Universidad de Alicante, concretamente el capítulo comprendido entre los folios 92 y101. Repasad los mismos haciendo hincapié en la pluralidad de espacios de acuerdo con el esquema del profesor José M.ª Díez Borque (f. 94), examinad las imágenes reproducidas a continuación y, finalmente, consultad los vídeos abajo indicados, especialmente los dos elaborados por la UNED porque explican de manera didáctica numerosos puntos ya expuestos en clase.














Estas últimas imágenes de ficción corresponden al film Lope (2010), que recrea los primeros pasos del autor en el mundo del teatro.

martes, 18 de marzo de 2025

Enric Marco y la impostura


 

El impostor es una figura negativa en términos éticos, pero goza de enormes posibilidades en la ficción. A diferencia del mentiroso más o menos ocasional, el creador de una impostura a la búsqueda de una identidad personal debe recurrir a una mentira tan sistemática como coherente. El resultado es una personalidad alternativa con respecto a la realidad. La invención disfruta de las licencias de lo ficticio y, además de resultar satisfactoria o compensatoria para quien la crea, hasta puede ser puesta al servicio de causas nobles.

Hace años, con motivo de la preparación de La memoria del documental (Universidad de Alicante, 2014), me topé con el caso paradigmático de Enric Marco Batlle (1921-2022). El consiguiente escándalo, cuando se descubrió su verdadera personalidad después de engañar a todo el mundo, estalló hacia 2005. Le dediqué un capítulo del libro -«Las trampas de la memoria» (pp. 61-75)- y desde entonces me interesa saber de su «prodigiosa destreza fabuladora» como impostor. Hasta tal punto que, como reconociera Mario Vargas Llosa, «él mismo es una ficción, pero no de papel, de carne y hueso» (El País, 15-V-2005). Al cabo de los años, el verbo hay que ponerlo en el pasado de alguien fallecido.

El film Marco (2024), de los cineastas vascos Jon Garaño y Aitor Arregui, ha vuelto a poner de actualidad esta singular figura que cuenta con una excelente novela de Javier Cercas: El impostor (2014). La coincidencia en el tiempo de mi libro y este último título, una de las mejores obras del novelista extremeño, impidió que me interesara por saber acerca de la relación entre Enric Marco y Javier Cercas. Al cabo de los años, supe que tuvo episodios curiosos como la escena del citado film donde el impostor aparece en una presentación de la novela e irrumpe con descalificaciones hacia el autor, a pesar de que el mismo le invita a debatir en público. De hecho, Enric Marco vivió sus últimos años obsesionado con quien le había dedicado una novela que nunca pretende descalificarle, pero que revela sus artes y posibles motivaciones para convertirse en un deportado de los campos de concentración nazi, aunque en realidad fue un voluntario trabajador en aquella Alemania de Hitler.

El «aguafiestas» de la impostura de Enric Marco fue mi colega Benito Bermejo, un historiador que ha desarrollado una magnífica labor acerca de la presencia de los españoles en los campos de concentración. Fruto de la misma, y de la consiguiente precaución a la hora de dejarse llevar por la memoria o los testimonios de los protagonistas, fue el desenmascaramiento de Enric Marco, que había llegado a liderar el colectivo de los represaliados españoles.

Benito Bermejo contrapuso la documentación conservada con la impostura sostenida por el catalán durante años. La falsedad de esta última quedó evidenciada en 2005. Nadie dudó al respecto, pese al dolor y la vergüenza provocados en el colectivo de los represaliados y de quienes les apoyan. Afrontar la realidad, tan compleja como desagradable a menudo, resulta duro cuando se ha disfrutado con una ficción.




Sin embargo, Enric Marco -como indica el film- nunca aceptó haber cometido una impostura. Hasta su fallecimiento, y con una insistencia digna de un estudio psicológico, defendió públicamente «su verdad»; es decir, una mentira puesta al descubierto por el trabajo de un historiador.

El comportamiento de Enric Marco merece una reflexión porque la suya no es una reacción aislada. Yo mismo, en mis trabajos sobre los consejos de guerra de periodistas y escritores, he encontrado casos similares. Si la impostura es el fruto de una memoria ajustada con las necesidades del presente, nunca una documentación o el desarrollo de una investigación historiográfica supone su final y el consiguiente reconocimiento de la mentira sostenida o el error cometido.

Puestos a vivir en una consoladora impostura, quienes recurren a la misma como Enric Marco prefieren mantenerla contra viento y marea para evitar la depresión o la vergüenza. Nadie duda de su derecho a mentir cuando recurren a la memoria personal, pero la obligación de los historiadores pasa a menudo por ser unos aguafiestas de esa ficción tan consoladora. Benito Bermejo salió indemne. Yo no he tenido la misma suerte, aunque -al final- prevalecerá la historia sobre la impostura.

La mirada del documental. Memoria e imposturas se puede adquirir en:

https://publicaciones.ua.es/libro/la-mirada-del-documental_128164/


sábado, 15 de marzo de 2025

Tres conferencias sobre Lope de Vega. H.ª del teatro del Siglo de Oro (8)


La asistencia a una serie de conferencias debiera ser una práctica habitual en cualquier curso universitario. Las clases teóricas y prácticas permiten abordar el conjunto del temario. Sin embargo, esa materia ha de ser completada con las correspondientes fuentes bibliográficas y, si es posible, la asistencia a espectáculos teatrales y conferencias programadas en un entorno cercano.
La bibliografía recomendada siempre permanece accesible en nuestras bibliotecas universitarias, a menudo solitarias. La circunstancia no es tan favorable en lo que respecta a los espectáculos, que dependen de una cartelera cuyos responsables no pueden programar en función de un determinado curso universitario. Tampoco suele ser fácil asistir a un ciclo de conferencias sobre nuestro temario e impartidas por destacados especialistas.
Gracias a Internet, esta dificultad puede ser superada mediante la visión de los espectáculos en grabaciones como las de la Teatroteca del Ministerio de Cultura, que nunca sustituyen a una representación en directo, pero nos aportan una experiencia aproximada y suficiente para valorar una determinada puesta en escena.
Las conferencias también pueden ser grabadas y, si se hace con los debidos medios, el resultado es excelente de cara a su comprensión y seguimiento. Así sucede con las celebradas en la Fundación Juan March, de Madrid, que se pueden consultar en su canal de You Tube.
Para la preparación de nuestras clases sobre Lope de Vega disponemos de tres excelentes conferencias impartidas por los catedráticos Felipe Pedraza, de la Universidad de Castilla La Mancha, y Javier Huerta, de la Universidad Complutense de Madrid. El primero traza la trayectoria biográfica y teatral del autor dramático y el segundo, con la ayuda de unos intérpretes, nos explica el concepto del héroe colectivo en la tercera obra incluida en nuestro temario: Fuenteovejuna.
Un estudiante debe asistir a una conferencia provisto de lápiz y papel. También sirve cualquier otro instrumento para tomar notas. Lo importante es permanecer atentos, escuchar la exposición y anotar lo fundamental para incorporarlo a nuestro bagaje de cara a la preparación de la asignatura. Así, pues, disfrutemos de este ciclo de conferencias mientras procedemos a la visión y lectura de Fuenteovejuna.