La tortura y los
maltratos estuvieron presentes en los consejos de guerra de periodistas y
escritores durante el período 1939-1945. El colectivo no supuso una excepción
con respecto a un marco represivo que, a menudo, recurrió a la violencia para
quebrantar la voluntad de los detenidos.
A partir de los
testimonios recopilados, los lugares más peligrosos para la integridad física
eran las comisarias, tanto las oficiales como las improvisadas con el objeto de
dar cuenta de la avalancha de represaliados. No obstante, esas mismas prácticas
violentas seguían durante las declaraciones en sede judicial -las actas de algunas
las dejan ver de manera implícita- y continuaban en las cárceles, cuyo rígido
reglamento permitía las palizas y unas celdas de castigo que cabe considerar
como lugares de tortura.
A lo largo de los años
que llevo investigando estos consejos de guerra, he contactado con familiares
de las víctimas de la represión franquista. Sus testimonios han sido útiles
para completar unos trabajos cuya base documental siempre resulta incompleta,
sobre todo en lo relacionado con prácticas ocultadas y sin el correspondiente
reflejo en los archivos. Estos familiares tienen un conocimiento desigual de
sus antecesores, pero a menudo me cuentan historias transmitidas de generación
en generación a pesar del habitual silencio. La tortura y los maltratos forman
parte de esa memoria compartida.
Los testimonios sobre la
violencia los conozco y me ayudan a comprender determinadas actuaciones
presentes en los sumarios analizados. Sin embargo, apenas los he citado porque
carecen de pruebas documentales y, además, reiteran lo conocido a partir de
otros testimonios vinculados a diferentes colectivos.
Este silencio impuesto
por la obligación de contar con documentos para cualquier episodio histórico ha
impedido conocer la parte más oscura y violenta de la represión sufrida por
escritores y periodistas. El silencio no supone impasibilidad, sino la voluntad
de ceñirse a lo documentado para garantizar el mayor grado de veracidad
posible.
Al iniciar el estudio de
los consejos de guerra seguidos contra el novelista Ángel María de Lera
(1912-1984) supe que la popularidad del mismo no suponía una bibliografía
conocedora de la represión que sufrió. Gracias al contacto con sus hijos, ya he
localizado los sumarios de los que fue protagonista y pronto daré cuenta de los
mismos como preámbulo de un capítulo que aparecerá en el tercer volumen de la
trilogía dedicada a los consejos de guerra de periodistas y escritores.
Mientras tanto, y gracias
a la documentación remitida por sus hijos, he sabido de las palizas que sufrió
Ángel María de Lera, fundamentalmente en el verano de 1942, cuando todavía
estaba en el penal de Ocaña. A raíz de las mismas, y desde el 22 de mayo hasta
el 14 de diciembre de 1943, el novelista permaneció en la prisión de Santa Rita
(Madrid) con una salud precaria por culpa de los golpes sufridos en la zona
lumbar, la entrepierna y otros lugares donde las huellas no fueran demasiado
evidentes.
Ángel María de Lera salió
vivo de aquella represión, pero las secuelas de los golpes continuaron hasta su
fallecimiento. Basta leer el informe del doctor E. Fernández Besave con motivo
de la muerte del novelista – depositado en el Archivo Central del Hospital
Gregorio Marañón- para comprobar que las palizas sufridas cuarenta años antes
tuvieron consecuencias hasta la muerte de quien padeció por unos golpes que
nunca olvidó.
En fechas próximas
hablaremos de unos sumarios hasta ahora desconocidos, los de Ángel María de
Lera, pero desde este momento cabe afirmar que el novelista fue una víctima de
la violencia utilizada por quienes pretendieron acabar con cualquier oposición
al Glorioso Movimiento Nacional. Cuarenta años después, ingresado el 4 de julio
de 1984 en un hospital, las pruebas realizadas remiten a un origen que el
doctor no explicita, pero que el paciente contó a la familia como parte de una
memoria de dolor y resistencia.