viernes, 5 de diciembre de 2025

Constantino Ruiz Carnero, represaliado después de ejecutado


 Constantino Ruiz Carnero. Fuente: Wikipedia

El marco represivo de la Victoria sigue la lógica de la eliminación del «enemigo», pero a veces la misma revela un ensañamiento difícil de entender más allá de abrumar, hasta el espanto, a quienes pudieran estar cerca de las víctimas. La posibilidad de iniciar un proceso judicial contra alguien ejecutado extrajudicialmente, tan solo para asegurarse de que no ha dejado bienes susceptibles de ser disfrutados por sus familiares, forma parte de ese ensañamiento sin límites protagonizado por represores de aquellos años.

El periodista y escritor Constantino Ruiz Carnero, aparte de buen amigo de Federico García Lorca, era el director de El Defensor de Granada cuando se produjo el golpe de Estado. Su posicionamiento favorable a la II República, así como sus frecuentes críticas a los sectores reaccionarios de la capital andaluza, le convirtieron en una víctima al triunfar los sublevados en una ciudad donde, de hecho, nunca hubo una guerra, pero sí una fuerte represión.



Constantino Ruiz Carnero con Federico García Lorca
Fuente: Universolorca.com

El 27 de julio los sublevados le detuvieron y, tras recibir maltratos, el 8 de agosto fue ejecutado sin que hubiera algún tipo de proceso judicial. Algunas fuentes indican que ni siquiera fue necesario llevarlo al pelotón de fusilamiento porque ya estaba muerto por entonces a consecuencia de un culatazo en la cara, que le rompió las gafas incrustándose los cristales en sus ojos. Así habría agonizado uno de los más brillantes periodistas de la época.

La biografía escrita por Francisco Viqueras, Granada, 1936. Muerte de un periodista (2015), gracias a los familiares del protagonista detalla y documenta lo sucedido durante aquellas trágicas semanas. Poco o nada se puede añadir a la labor de investigación realizada por quien también es periodista y escribe desde la admiración por el legado que dejó su colega y coterráneo.

Sin embargo, y aunque no sea algo completamente nuevo a tenor de los casos ya estudiados, me ha llamado la atención que a Constantino Ruiz Carnero le aplicaran retroactivamente la Ley de Responsabilidades Políticas aprobada el 9 de febrero de 1939. Esta circunstancia ya la había constatado varias veces en los casos de los periodistas y escritores sometidos a consejos de guerra. La historia de Matilde Zapata es ejemplar en este sentido, pero nunca lo había observado en un ejecutado extrajudicialmente, hasta el punto de que su fallecimiento ni siquiera consta en el Registro Civil de Granada.

Según cuenta Francisco Vigueras en su citado libro editado por Comares, el expediente lo iniciaron el 15 de septiembre de 1939, más de tres años después de la ejecución y siendo plenamente conscientes de la misma por la relevancia social de la víctima. En la documentación del expediente constan diversos informes donde se afirma que el periodista «se distinguió por su propaganda izquierdista y antipatriótica», hasta tal punto que «su actuación puede calificarse de desastrosa, antipatriótica y contraria a los postulados que encarna nuestro Glorioso Movimiento Nacional. Fue pasado por las armas y en esta capital no se le conocen bienes».

La ausencia de estos bienes, en una ley concebida para apropiarse de los mismos como vía complementaria de la represión, no desanimó a quienes rebuscaron para localizar lo que pudiera haber dejado este «invertido» amigo de Federico García Lorca. La sentencia era clara en este sentido: «condenamos a la sanción de pérdida total de bienes que existan o pudieran existir del inculpado, cuya remisión económica será efectiva en la forma prevista por la ley».

Al final, y como fruto de las diligencias ordenadas por el juzgado, el 17 de noviembre de 1941 localizaron en la Caja General de Ahorros y Monte de Piedad de Granada una cuenta a nombre del ejecutado con un saldo de 7,85 pesetas. La cantidad sería remitida a las autoridades competentes por la forma prevista legalmente, no sin antes molestar en varias ocasiones a las dos hermanas del periodista.

El relato de Francisco Viqueras analiza la documentación y permite saber que la misma no fue archivada por la correspondiente Comisión Liquidadora hasta el 20 de febrero de 1958, cuando el nombre del periodista era el de un proscrito en la ciudad a la que tantas páginas dedicó. Los plazos de la burocracia represiva debieran ser tenidos en cuenta por quienes blanquean el franquismo más allá de la Victoria.

Constantino Ruiz Carnero no tuvo la posibilidad siquiera de pasar por un sumarísimo de urgencia y, por lo tanto, no aparecerá en mis libros dedicados a los consejos de guerra de periodistas y escritores. Apenas importa. La labor de recuperación de su memoria ya está realizada y, al mismo tiempo, sabemos que los represores se ensañaron con sus víctimas hasta extremos que permiten pensar en una diabólica lógica de la burocracia judicial, aquella que requisa las 7, 85 pesetas dejadas por quien murió porque escribió a favor de la convivencia democrática en un régimen republicano.

 


martes, 2 de diciembre de 2025

Concepción Santalla Nistal, «corresponsal obrera»


 Portada del sumario 109.493 del AGHD

De la Standard Eléctrica al Bazar de Justiniano

Concepción Santalla Nistal (1909-2004) tuvo tiempo y libertad de sobra para relatar sus peripecias en la Standard Eléctrica, cuando en marzo de 1937 fue nombrada «corresponsal obrera» de la misma en Mundo Obrero. Por entonces, esta mujer casada de cuyo marido nada sabemos destacó por su capacidad para expresarse, tanto oralmente como por escrito. Sus compañeros de fábrica la animaron a participar en la vida política y sindical. Concha volvió a militar en la UGT de la que había salido en 1934, se afilió a las JSU llegando a ocupar el cargo de «secretaria femenina» para pasar a principios de 1937 al PCE, al tiempo que participaba en el Socorro Rojo Internacional, la Agrupación de Mujeres Antifascistas, la Alianza de Intelectuales Antifascistas -supongo que por su condición de periodista- y los Amigos de la Unión Soviética.

Dado ese currículo militante, parece lógico que Concepción Santalla Nistal interviniera como una obrera en mítines junto a La Pasionaria (La Libertad y El Sol, 11-IV-1937) y formara parte del comité provincial del PCE (El Sol, 13-IV-1937). También concedió entrevistas en la prensa comunista en su calidad de representante de la Standard Eléctrica, una fábrica por entonces dedicada a la industria bélica (El Sol, 17-VI-1937). La madrileña asimismo acudió a los frentes de la capital para animar a los milicianos (Ahora, 11-IX-1937) y, poco antes de terminar la guerra, fue la primera mujer que participó en la junta directiva de la APM, concretamente en la presidida por el pronto fusilado Javier Bueno (La Libertad, 18-I-1939). En marzo de ese año resultó detenida por los golpistas del coronel Casado, pero la dejarían libre antes de llegar las tropas franquistas.

La trayectoria de la militante comunista es destacada y, comprobado que su nombre no aparece entre los exiliados, cabía esperar que Concepción Santalla Nistal acabara procesada en un consejo de guerra. La búsqueda en este sentido ha resultado infructuosa. Al margen del deliberado silencio mantenido por una protagonista que quiso difuminar esa etapa biográfica, así se deduce de la frustrada entrevista telefónica que en 1997 mantuvo con mi colega Juan Carlos Mateo, la explicación la encontramos en el voluminoso sumario 109.493 del AGHD.

Concepción Santalla Nistal fue consciente del peligro que corría en el Madrid de la Victoria y consiguió trasladarse a Mansilla de las Mulas (León), donde vivía su madre junto con otros familiares. Allí pasó los meses más duros de la represión sin que nadie la molestara, a pesar de lo sospechosa que sería la llegada de una mujer procedente de Madrid. El alcalde ni siquiera supo de su existencia y el comandante de la Guardia Civil el 28 de febrero de 1942 testifica que tuvo una buena conducta en el pueblo. Así hasta que, para solventar su precariedad económica, en septiembre de 1939 consiguió un empleo como taquimecanógrafa en un almacén de accesorios de coches y bicicletas de la capital leonesa.

La madrileña de treinta años debió sentirse aliviada al esquivar la represión que se cebó con sus camaradas sin despertar sospechas por su condición de mujer casada que vivía sola y buscaba trabajo. La casualidad quiso, según su primera declaración en el citado sumario, que encontrara por las calles leonesas a Concha del Río Álvarez, a la que conocía de los tiempos en el comité provincial del PCE madrileño. Ambas reanudaron la amistad y se instalaron en una misma vivienda. La declarante reconoce que hablaban de su militancia común, pero siempre en tiempo pasado y a modo de recuerdo. Así hasta que aparece el novio de su amiga, Valeriano García Marquina, un camarada capaz de convencerla para que en la primavera de 1941 dejara el empleo en el taller y se trasladara a San Sebastián, donde le esperaba otro en el Bazar de Justiniano que regentaba Liberto Llorca Pardo. En realidad, el local era una tapadera de la organización comunista de aquella capital y su propietario pronto resultaría condenado a quince años de reclusión mayor.

Tras llegar a la capital guipuzcoana, Concepción Santalla Nistal pasó a ser viajante de comercio con destino en Asturias y Galicia. Ambas regiones fueron los destinos de su primer recorrido comercial. Al volver por un nuevo muestrario del bazar, Valeriano García Marquina le explicó que la verdadera finalidad de su trabajo era establecer contactos con los comunistas asturianos y gallegos para saber si seguían vivos o en libertad. La misión de Concha era «enlazar unas regiones con otras, aprovechando la movilidad de su profesión y las pocas sospechas que despertaría». Su condición de viajante tal vez no la hiciera sospechosa a los ojos de la Brigada Político Social, aunque la femenina lo era de sobra para una labor profesional ejercida casi exclusivamente por hombres. La misión estaba condenada al fracaso como tantas otras coetáneas cuya pretensión era la reconstrucción, o la supervivencia, del PCE en unas durísimas condiciones de clandestinidad.

La militante Concepción Santalla Nistal debió ser mujer de carácter, aceptó el arriesgado encargo de quien terminaría fusilado y se trasladó hasta Redondela y Vigo, donde estableció diversos contactos cuya finalidad era la de saberse vivos, aunque perseguidos y abocados a una próxima caída. Al volver a San Sebastián, Concha descubrió que la Brigada Político Social ya sabía del Bazar de Justiniano y el domicilio donde convivía con Valeriano, su novia y otra militante conocida de los tiempos en el comité provincial, Manolita del Arco Palacios, era un lugar bajo vigilancia. De hecho, la citada inquilina también fue condenada poco después a resultas de otro sumario (AGHD, 111.601).

Las detenciones de la Brigada Político Social habían desarticulado aquella célula que intentaba la reconstrucción del PCE en las tierras vascas y la viajante hizo uso de su condición para encaminarse de nuevo a Mansilla de las Mulas. Sin embargo, alguien debió cantar su nombre y el 28 de enero de 1942 fue detenida en la estación de Miranda del Ebro. Su calvario, similar al de tantos militantes comunistas, comenzó ese día al verse Concha incluida en un sumario con veintisiete procesados, de los cuales siete acabaron fusilados en el madrileño cementerio del Este a las siete treinta de la mañana del 16 de diciembre de 1942.

Uno de los fusilados era Valeriano, de treinta y tres años y el novio de Concha del Río Álvarez. Así lo certificó el teniente médico Ángel Tafalla González, que realizó el mismo trámite para dar cuenta de los fusilamientos de Antonio Quirós Expósito, de treinta y tres, Jesús Ugalde Baztán, de treinta y uno, Félix Miñón Merino, de treinta y cuatro, Luis Fernández García, de treinta y cuatro, Luciano Saldaña Urquía, de veinticinco y Realino Fernández López, el mayor de los fusilados aquella madrugada por tener treinta y nueve años. Las profesiones de los ejecutados por atentar contra la seguridad del Estado, de acuerdo con la ley del 29 de marzo de 1941, eran confitero, albañil, peluquero, metalúrgico, practicante y, en dos casos, perito mercantil.

El extenso sumario 109.493 de casi dos mil folios que incluyó otras condenas hasta completar las veintisiete se tramitó con rapidez. El general honorífico Jesusaldo de la Yglesia Rosillo (1869-1964), titular del Juzgado Especial de Espionaje «y otras actividades marxistas», con jurisdicción en todo el territorio nacional desde el 11 de junio de 1940, era tan tradicional que la Y de su apellido nunca debe ser reemplazada por una plebeya I. El anciano que sirvió a la Patria durante ochenta años, tres meses y trece días, sin contar el período de su permanencia en Filipinas, nunca tuvo el debido reposo para estudiar la carrera de Derecho, al igual que su sucesor el coronel Eymar Fernández, según el magistrado Juan José del Águila. https://historia-hispanica.rah.es/biografias/23980-jesualdo-iglesia-rosillo. Sin embargo, a los setenta y tres años era un anciano tan implacable como eficaz. A la vista de otros casos ya abordados en mis estudios, su anticomunismo perduró más allá de la edad de haber pasado a la reserva, circunstancia que impidió la publicación de sus últimos nombramientos en el BOE.

El consejo de guerra

Una vez detenida en Miranda del Ebro, Concepción Santalla Nistal fue interrogada por la Brigada Político Social y pasó a la cárcel de Las Ventas, pues todo lo relacionado con este sumario se centralizó en Madrid. El 21 de febrero de 1942, el general Jesusaldo de la Yglesia Rosillo la llamó a declarar. La procesada, aunque colaboró en la aclaración de lo sucedido, se mostró menos explícita a la hora de dar los nombres de quienes la habían acompañado durante los meses de clandestinidad. La probable ausencia de torturas en la sede judicial moderó su espíritu colaborador, que habría sido forzado ante los policías de la primera declaración.


Cabecera de un ejemplar de Mundo Obrero incluido en el sumario

Concepción Santalla Nistal reconoce su presencia en la redacción de Mundo Obrero. Allí cobraba diez pesetas diarias, que era una retribución modesta para la época, aunque probablemente la completara con su trabajo en la Standard Eléctrica. La declarante atribuye esa presencia a la presión de los compañeros de la fábrica y niega haber escrito artículos de contenido político, pues se limitó a «contar las condiciones laborales de las mujeres». Es decir, eran artículos provistos de ese contenido político, al menos de acuerdo con los parámetros de aquella jurisdicción militar. La madrileña oculta su colaboración como reportera en Estampa y su presencia en la junta directiva de la APM. Afortunadamente para ella, el Juzgado Militar de Prensa ya estaba disuelto por entonces y nadie completó la información acerca de sus actividades periodísticas.

La declarante manifiesta haber ganado unas cuatrocientas o quinientas pesetas mensuales como viajante, pero nunca cotizó a favor del PCE porque, aunque «inconscientemente se ha ido metiendo en estas actividades del partido», se limitó a establecer los contactos que reseñó en la anterior declaración. La ancianidad del general Jesusaldo de la Yglesia Rosillo no suponía blandura y la devolvió a la prisión de Las Ventas con la acusación de haber participado en la reorganización del PCE.

El 22 de junio de 1942, el juez instructor redacta un extenso informe acerca de los veintisiete procesados. Al llegar a lo relacionado con Concepción Santalla Nistal, se limita a resumir sus declaraciones y recopila lo fundamental de los informes solicitados. Los mismos «dicen que tiene buena conducta y en la hoja de depuración de la fábrica donde prestó sus servicios se hace constar que es comunista, que asistía a asambleas y cobraba, habiendo sido propagandista y colaboradora de Mundo Obrero durante la guerra, careciendo de antecedentes penales».

El 14 de octubre de 1942, el fiscal pide treinta años de reclusión mayor para la militante comunista y una semana después le leen los cargos en la prisión de Las Ventas. La acusación se centra en la misión de enlace de los comunistas vascos con los gallegos y asturianos, prescindiendo de sus actividades durante la Guerra Civil. Esta circunstancia retrasaría su indulto años después.


Cabecera de un manifiesto del PCE incluido en el sumario

El 3 de noviembre de 1942 tiene lugar el consejo de guerra bajo la presidencia del comandante Carlos -o Marcos, según los documentos- Lobato Castillo. A pesar de la dureza de una sentencia dictada en una mañana y que incluye siete condenas a muerte, el tribunal solo condena a cinco años de reclusión a Concepción Santalla Nistal. La rebaja con respecto a lo pedido por la fiscalía es tan notable que induce a pensar en alguna circunstancia carente de huellas documentales en el sumario.

El auditor recaló inmediatamente en esa rebaja y el 26 de noviembre establece, sin argumentos jurídicos para la modificación, una pena de treinta años de reclusión mayor para la militante madrileña. El capitán general de la I Región Militar la confirma el 15 de diciembre por un delito contra la seguridad del Estado, previsto y penado en la ley de 29 de marzo de 1941. Por lo tanto, la fecha de la extinción de la condena quedó establecida para el 28 de enero de 1972. Por aquel entonces, Concepción Santalla Nistal habría sido una anciana asombrada al salir a la calle y ver a las jóvenes con minifalda.

La militante madrileña no debió esperar tantos años en la cárcel. El 24 de mayo de 1947, se acoge al Decreto del 9 de octubre de 1945 y solicita el indulto «por tener necesidad de cuidar y mantener con su trabajo a su madre, anciana de sesenta y ocho años, que se encuentra completamente sola por carecer de otros parientes». El 24 de junio el auditor remite al fiscal la petición para el correspondiente informe, que es negativo porque los hechos delictivos eran posteriores al 1 de abril de 1939. El 14 de julio el auditor deniega el indulto y una semana después el capitán general de la I Región Militar ratifica la decisión. Del destino de la anciana madre, probablemente en Mansillas de las Mulas, nada sabemos.

La vía para el indulto quedó cerrada, pero la benevolencia de S.E. el Jefe del Estado, siempre atento a estas medidas de gracia según sus hagiógrafos, permitió que el 30 de diciembre de 1948 Concepción Santalla Nistal fuera indultada. La excarcelación de Las Ventas tuvo lugar el 19 de enero. Es decir, la madrileña sufrió siete años de reclusión por haber servido de enlace para los comunistas vascos, aunque solo fuera para saber que los camaradas gallegos y asturianos seguían vivos.

Visto lo sucedido y que siete compañeros nunca pudieron acogerse al cabo de los años a la benevolencia del S.E. el Jefe del Estado, parece comprensible que la militante renunciara a su pasado, quedara espantada para el resto de sus días y procurara difuminar su presencia en aquella barbarie de la Victoria. La actitud humana de la anciana Concha merece el respeto, pero los historiadores estamos obligados a contar lo sucedido con aquellos treintañeros que siendo confiteros, peluqueros y peritos mercantiles acabaron ejecutados por atentar contra la seguridad del Estado. También con aquella militante que, por tener don de palabra y escritura, apareció en la prensa como «corresponsal obrera» dispuesta a dar cuenta de las condiciones laborales de otras mujeres. La realidad documentada de aquel drama merece el respeto de la memoria, que se traduce en un testimonio para la reflexión acerca de la violencia empleada por los artífices de la Victoria cuando se trataba de juzgar al «enemigo» en una interminable guerra.

 


domingo, 30 de noviembre de 2025

¡Ay, Carmela!, de Sanchis Sinisterra: memoria y amor


 

La memoria es frágil. Lo comprobamos, de manera simbólica, en el desenlace de la adaptación cinematográfica de ¡Ay, Carmela! (1990), dirigida por Carlos Saura a partir de un guion de Rafael Azcona. La pizarrita con el nombre de la protagonista es la única identificación de su tumba, localizada fuera del cementerio porque los responsables de su muerte ni siquiera le han reconocido el derecho a un enterramiento digno.

Paulino y Gustavete, sus compañeros de la compañía de «variedades a lo fino», la dejan allí cuando emprenden un viaje hacia ninguna parte. Pronto, con la primera lluvia o ráfaga de viento, esa pizarrita desaparecerá. Carmela quedará en el anonimato, como tantas personas desaparecidas trágicamente durante la Guerra Civil y la posguerra. A la muerte física, violenta, le sucederá la muerte definitiva por la pérdida de la memoria.

La fragilidad de la memoria es un futuro que suponemos tras finalizar una adaptación cinematográfica cuyo tiempo dramático tiene un desarrollo lineal, desde que Paulino y Carmela caen prisioneros de los militares hasta el asesinato de quien se rebela frente a la humillación y muestra su solidaridad con otros condenados a muerte.

Sin embargo, en la obra original de José Sanchis Sinisterra (1987) asistimos a un tiempo invertido gracias a las libertades que permite el convencionalismo teatral. La protagonista de la obra ya ha fallecido cuando la misma comienza. Paulino permanece en el teatro donde tuvo lugar el trágico suceso, humillado por los militares como «artista» ahora destinado a barrer el escenario.

Allí se le aparece el fantasma de Carmela. Su compañero todavía puede verla, incluso tocarla, con la intensidad de una memoria tan viva como inmediata. Junto a ella y frente al público revive los episodios de sus últimos días, desde que ambos cayeron prisioneros en el frente de Aragón hasta la celebración de la velada artística donde se produjo el trágico suceso, Sin embargo, poco a poco, a Paulino le cuesta más verla, sentirla cercana, porque la memoria es frágil, aunque medie el amor.




José Sanchis Sinisterra escribió una magnífica obra sobre la fragilidad de la memoria y la necesidad de revitalizarla mediante el recuerdo y el conocimiento para evitar la muerte definitiva de quienes fallecieron. Su protagonista es Carmela, una modesta artista de las variedades cuyo nombre evoca una popular canción de la época. La conocemos como mujer apasionada, sincera y espontánea capaz de contagiar su solidaridad de «madre» hacia los prisioneros que acabarán ejecutados al día siguiente de la velada. Gracias al recuerdo compartido por Paulino, le damos cuerpo y rostro. También voz en sus diálogos y canciones. La sentimos cercana. Carmela es nuestra compañera mientras asistimos a una velada con su trastienda de represión e imposiciones para la humillación del «enemigo». Sabemos de su inocencia y nos rebelamos ante la violencia del asesinato como prólogo de un olvido, el que le espera en una tumba pronto anónima.

Carmela es un personaje con personalidad propia, pero también el epítome de tantas otras mujeres o víctimas anónimas de aquella guerra donde la violencia fue la consecuencia de una intransigencia incapaz de convivir con el diferente. Al final, cuando inevitablemente nos sentimos arrastrados por su vitalidad, descubrimos que Carmela también es nuestra compañera, la mujer que podemos descubrir viendo un álbum familiar de fotos, investigando en un archivo militar o hablando con quienes procuran mantener viva la memoria de una generación trágicamente truncada por la Guerra Civil.

Gracias a José Sanchis Sinisterra, todos empatizamos con Carmela, pero también somos Paulino. El «artista», aquel que siente el orgullo de serlo, aunque sea en sus más modestas manifestaciones, es cobarde y acomodaticio. Lejos de la espontánea rebelión de su compañera, Paulino acata para sobrevivir. El precio a pagar resulta caro. No solo pierde a Carmela, sino que también sacrifica su dignidad como artista ahora destinado a barrer el escenario donde imaginó la posibilidad de triunfar.

Ambos, Paulino y Carmela, son unos derrotados pronto convertidos en víctimas abocadas al olvido. El destino de ella nos parece más trágico por mediar un asesinato, pero el de su compañero también lo suponemos dramático porque, con el tiempo, le costará recordar a quien amó. Así comprobará la fragilidad de la memoria cuando la misma es un acto solo personal, sin el apoyo de quienes debieran tener la responsabilidad de mantenerla viva.




José Sanchis Sinisterra escribió su obra contra la política de «pasar página» sin haberla leído. La misma imperaba de manera indiscutible cuando se celebró el cincuentenario de la Guerra Civil. En 1986, las Carmela permanecían olvidadas en las cunetas de numerosos caminos. Ni siquiera disponían de una pizarrita con su nombre junto con las fechas de nacimiento y muerte.

Gracias a obras que han procurado la recuperación de la memoria histórica para devolver su voz a personajes olvidados, en la actualidad conocemos a muchas mujeres como Carmela y hombres enamorados al estilo de Paulino. Todos permanecen en la modestia de un lugar en la historia que linda con el anonimato de los personajes menores. Apenas importa, los sentimos cercanos, empatizamos con ellos y, a través de sus vicisitudes no desprovistas de contradicciones, comprendemos aquellos dramáticos años que desgarraron a todo un país.

La fragilidad de la memoria precisa de nuestra voluntad de recordar, investigar y conocer para saber de un pasado que nunca nos debiera resultar ajeno. Paulino y Carmela nos hablan de unas circunstancias históricas concretas en torno a la Guerra Civil, pero la propia obra de José Sanchis Sinisterra ha sido trasladada a otros contextos porque, en cualquier conflicto, siempre hay una modesta y anónima pareja de enamorados cuyo dramático destino es una consecuencia de la Historia, aquella que parece protagonizada exclusivamente por los líderes de los bandos enfrentados.

La obra de José Sanchis Sinisterra aboga por la necesidad de mantener viva la memoria histórica personalizándola en quienes nos dejaron sin legarnos suficientes huellas para el recuerdo. Basta con su presencia fragmentaria y hasta azarosa para revitalizarla cuando media la voluntad de investigar y, sobre todo, conocer con el objetivo de comprender.

¡Ay, Carmela! también es una historia de amor. La palabra nunca aparece en las frecuentes discusiones que mantienen dos protagonistas contrapuestos y, al mismo tiempo, enamorados. La caracterización de Paulino supone el envés de la personalidad de Carmela. Gracias a ese contraste, con su inevitable conflicto no desprovisto de humor, asistimos entre interesados y divertidos a sus discusiones por los más variados motivos. Los diálogos aportan la necesaria tensión dramática, pero al escucharlos, más allá de las apariencias, percibimos que ambos están enamorados y se necesitan mutuamente.

Tal vez las mejores historias de amor sean aquellas donde nunca se pronuncia esa palabra porque el concepto lo percibimos latente. Paulino y Carmela discuten sobre lo divino y lo humano, incluso después de la muerte de ella. Solo porque están enamorados y quieren mantener viva esa relación. A Carmela le quitan la vida por su gesto de humanidad hacia otras víctimas. A Paulino le humillan como superviviente y le dificultan, condicionando incluso la intimidad de sus recuerdos, la memoria de quien ha dejado en una tumba condenada al anonimato.

Ambos, gracias a la exitosa obra de José Sanchis Sinisterra, vuelven una y otra vez a los escenarios para luchar contra quienes matan y humillan y, además, pretenden el olvido del pasado para asegurar la exculpación. Frente a esta actitud, solo cabe recurrir al conocimiento y la memoria con el objetivo de recuperar la historia de tantos Paulinos y Carmelas que tuvieron el derecho de enamorarse, vivir y discutir hasta el enfado porque en el fondo así se sentían juntos. También cercanos a nosotros cuando hacemos uso de una memoria compartida.

Nota: La presente entrada está destinada al alumnado de la asignatura dedicada al teatro español del siglo XX que imparto en la Universidad de Alicante y cualquier otro interesado por el tema. Para completar la información, también se puede consultar la entrada de este mismo blog publicada el 11 de diciembre de 2024: https://varietesyrepublica.blogspot.com/2024/12/teatro-y-cine-en-la-espana-del-siglo-xx.html.

Asimismo, se puede consultar la entrevista que hice a José Sanchis Sinisterra el 11 de noviembre de 2005, cuya transcripción se encuentra en el catálogo de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/entrevista-a-jose-sanchis-sinisterra-11112005--0/html/009d23e2-82b2-11df-acc7-002185ce6064_2.html#I_0_

 

 

viernes, 28 de noviembre de 2025

Mihura, el último comediógrafo


 

La cronología del teatro español durante el siglo XX incluye anomalías significativas porque ejemplifican los obstáculos que debieron sortear los autores innovadores. Valle-Inclán concluyó Luces de bohemia en 1924, pero nunca la vio representada y el estreno se pospuso cincuenta años. Federico García Lorca terminó La casa de Bernarda Alba en la primavera de 1936, apenas unas semanas antes de ser fusilado. El texto se conservó milagrosamente, pero la obra no se pudo ver en un escenario español hasta que Juan Antonio Bardem, casi treinta años después, se empeñó en hacerlo superando todo tipo de problemas. La presencia del teatro lorquiano en la cartelera, en realidad, no se normalizó hasta la década de los ochenta. Y Miguel Mihura, cultivando un género completamente distinto, tampoco tuvo suerte con la recepción de Tres sombreros de copa. Escrita en 1932, cuando era un joven obligado a guardar reposo por un problema de salud, el texto debió permanecer en un cajón hasta que veinte años después otros jóvenes con similares inquietudes lo desempolvaron para estrenarlo.

Estas circunstancias, que afectan a tres autores tan distintos como unánimemente reconocidos, ejemplifican los obstáculos para la renovación teatral y la búsqueda de la excelencia en los escenarios españoles del siglo XX. La censura y hasta la violencia represiva estuvieron presentes, pero también la incapacidad de los profesionales que podrían haber llevado a la escena estas obras y, por supuesto, la inercia de un público a menudo refractario a cualquier novedad. El balance es desolador, pero de obligado conocimiento para valorar la labor de unos dramaturgos expuestos a todo tipo de problemas y que, como mal menor, optaron por la libertad de la literatura dramática -la destinada al papel- ante las dificultades de cultivar el verdadero teatro.

Mihura, el último comediógrafo, del joven Adrián Perea, recrea con acierto una de esas anomalías. La puesta en escena de Tres sombreros de copa actualmente afronta el problema de un clásico empolvado por anteriores puestas en escena, demasiado literales y ajenas al espíritu rompedor con que fue concebida la obra. La opción de Adrián Perea, con la colaboración de Beatriz Jaén en la dirección, es recrear precisamente la motivación de Miguel Mihura a la hora de escribir un texto pronto rechazado por las compañías a causa de su alejamiento del canon comercial.

Miguel Mihura tenía por entonces la misma edad que ahora tiene Adrián Perea. Ambos jóvenes, tan alejados en el tiempo, comparten un anhelo generacional: buscar un teatro concebido como juego donde la frescura de la propuesta rompa con los convencionalismos, el lugar común y el tópico. Ahí, en esa dialéctica, radica la base de Tres sombreros de copa, donde también encontramos un ejemplo de autoficción por recrear un episodio biográfico del propio autor.

Hacia 1929, Miguel Mihura estuvo a punto de contraer matrimonio con una joven adinerada. Al igual que le ocurriera a Dionisio, el encuentro con una compañía de variedades y, en especial, con una joven bailarina de la misma, le llevó a la ruptura de la anterior relación. Dionisio al final de la comedia se casa o, al menos, parece dispuesto a hacerlo, pero ya no será nunca más el joven de las escenas iniciales. La semilla de la libertad que representa el contacto con Paula ha quedado en su interior y, probablemente, le llevará a la melancolía si no cae en el cinismo.

Miguel Mihura optó por el cinismo, en este y otros temas, como salvaguarda cuando dejó atrás lo que representaba Tres sombreros de copa. Así pudo iniciar una trayectoria creativa tan genial como productiva desde el punto de vista comercial. Sin embargo, veinte años después unos jóvenes con ansia de novedad y frescura le recordaron el espíritu renovador de su propia juventud. La propuesta de estrenar la comedia de 1932 le inquietó y se mostró escéptico en un principio. Poco después, y sin un entusiasmo impropio de su actitud vital, cedió porque en el fondo deseaba revivir la apuesta anticonvencional, aunque fuera como una especie de tregua frente a la realidad del teatro que por entonces escribía con acierto para el público más convencional. Incluso con huellas de su primera obra, como observamos en Maribel y la extraña familia, donde la convención queda derrotada sin la carga de profundidad observada en 1932.

La literalidad escénica de Tres sombreros de copa está tan vinculada a la ruptura en el humor que representó la generación del autor que ahora puede resultar ajena, distante y hasta extraña para un público no avezado en ese tipo de humorismo, cultivado por quienes también merecen figurar en la nómina generacional del 27. Sin embargo, Adrián Perea y Beatriz Jaén optan por ilustrar escénicamente un episodio fundamental para entender la historia teatral española del siglo XX y, además, buscan la raíz del mismo. Miguel Mihura, en la cama y añorante de un momento donde la libertad personal fue sinónimo de felicidad, escribe un texto ajeno a cualquier imperativo del teatro comercial. La apuesta es arriesgada, incluso inconsciente con respecto al supuesto absurdo como anticipo de otros movimientos teatrales, pero también vital.




El cinismo puede ser real sin dejar de suponer una máscara. Miguel Mihura nunca pretendió ser un tipo ejemplar. Su biografía desmiente cualquier intento en este sentido, pero al igual que su Dionisio en el fondo siempre añoraría el momento de libertad interrumpido por una realidad donde la continuidad de ese espíritu representaba una quimera.

El comediógrafo lo aceptó con resignación, fue un posibilista genial en sus posteriores creaciones y hasta con su actitud pública favoreció a los partidarios del lugar común y el tópico convencional. Las contradicciones de su trayectoria son notorias, pero en el fondo Miguel Mihura nunca dejó de simpatizar con un Dionisio que paga un precio del que todos tenemos conciencia y hasta evidencia. Por eso necesitamos a Paula, aunque solo sea como un soplo de aire fresco que termina echando al aire los tres sombreros de copa porque la vida continúa y la melancolía, tan justificada, no debe aniquilarnos.




Nota: La representación de la comedia de Adrián Perea en el Teatro Principal de Alicante el 22 de noviembre de 2025 fue el motivo de una clase práctica del curso de teatro español del siglo XX que imparto en la Universidad de Alicante. Para su realización por parte del alumnado, aporto a continuación los enlaces de unos materiales de trabajo:

https://elpais.com/babelia/2025-06-06/mihura-el-ultimo-comediografo-o-como-quitarle-el-polvo-al-humor-de-hace-un-siglo.html

https://www.elconfidencial.com/cultura/2025-05-30/mihura-ultimo-comediografo-adrian-perea-beatriz-jaen_4137659/

https://revistateatros.es/actualidad/estreno-absoluto-de-la-comedia-mihura-el-ultimo-comediografo/

https://www.informacion.es/opinion/2025/11/24/encanto-124045040.html

https://www.larazon.es/cultura/teatro/melancolico-autor-tres-sombreros-copa_20250522682eca4654e3973a601eebeb.html

https://carlosbe.net/2025/05/31/critica-mihura-el-ultimo-comediografo/

https://www.lavanguardia.com/sociedad/20250518/10693522/nave-10-matadero-estrena-semana-mihura-ultimo-comediografo-biografia-sentimental-miguel-mihura-agenciaslv20250518.html

https://www.elespanol.com/el-cultural/blogs/stanislavblog/20250609/mihura-ultimo-comediografo-alocada-comedia-joven-autor-maestro-genero/1003743795708_12.html

https://www.abc.es/cultura/teatros/mihura-ultimo-comediografo-historia-detras-estreno-tres-20250521054916-nt.html?ref=https%3A%2F%2Fwww.abc.es%2Fcultura%2Fteatros%2Fmihura-ultimo-comediografo-historia-detras-estreno-tres-20250521054916-nt.html


Realizada la práctica, incluyo el texto de la alumna que ha obtenido la máxima calificación:

MIHURA, EL ÚLTIMO COMEDIÓGRAFO

Ainara Sedeño Pérez

El pasado 22 de noviembre de 2025 tuvimos el enorme placer de asistir al Teatro Principal de Alicante para disfrutar de Mihura, el último comediógrafo, animados por nuestro profesor Juan Antonio Ríos Carratalá con el fin de realizar una clase práctica asistiendo al teatro.

En Mihura, el último comediógrafo se traslada al escenario algunos de los aspectos más significativos de la biografía de Miguel Mihura (1905-1977), pues Adrián Perea, bajo la dirección de Beatriz Jaén, recupera el texto de Tres sombreros de copa, comedia escrita en 1932 y olvidada durante dos décadas antes de convertirse en uno de los textos fundamentales del teatro contemporáneo en España. Este retraso en su reconocimiento no fue un caso aislado, sino que era a lo que acostumbraban los dramaturgos de la época, ya que fueron muchos los autores del momento que, con un enorme talento, vieron cómo sus obras eran relegadas por un teatro fiel a los convencionalismos.

Es precisamente esta tensión entre la libertad creadora y las limitaciones del teatro comercial la que articula Mihura, el último comediógrafo. Adrián Perea propone con ella una reflexión escénica sobre el origen de Tres sombreros de copa y sobre algunos capítulos de la etapa de juventud de Mihura, quien se ve impedido a frecuentar los círculos profesionales de sus coetáneos a causa de su enfermedad. A pesar de ello, escribió una obra que rompía por completo con el humor tradicional, buscando cierta renovación y ruptura que desafió los tópicos y las normas a las que se arraigaba el teatro de su tiempo.

La vida de Miguel Mihura se refleja en Tres sombreros de copa, donde la biografía del autor dialoga con los personajes que creó. Es por ello por lo que la experiencia personal de Mihura se traslada de manera directa a la figura de Dioniso, un muchacho atrapado entre la comodidad de un matrimonio convencional con Margarita y la sacudida que supone la aparición de Paula en su vida, una bailarina que encarna la libertad y espontaneidad a la que renunciaba en su matrimonio. Asimismo, el excéntrico reparto de artistas que acompañan a Paula representan ese mundo alternativo que Mihura conoció de primera mano y simbolizan en conjunto la irrupción de lo inesperado en una existencia marcada por el deber. Esta tensión entre el deber y el deseo que atravesó a Mihura se traslada a Dioniso, quien se convierte en una imagen del joven Mihura y, como él, muestra cómo su vida se transforma con el paso de Paula en ella. 

En este sentido, la propuesta de Perea se aleja de las puestas en escenas que han representado Tres sombreros de copa de manera literal, pues opta por recrear las circunstancias en las que el texto se gestó. Así, la anécdota que inspiró la escritura de Tres sombreros de copa, el encuentro con una bailarina que le llevó a romper su relación con una mujer adinerada, se convierte en metáfora de la irrupción de la libertad en la vida de un Mihura, quien se ve impedido entre el deber y el deseo, la convención y la autenticidad. Esta ambigüedad o tensión es abordada por Perea y Jaén sin recurrir a la «hagiografía» en el sentido de ser una biografía excesivamente elogiosa, aunque incorporan cierto añadido hacia la conclusión de la obra, en la que un Mihura envejecido se reencuentra con aquella bailarina que inspiró a Paula, que proyecta una imagen ciertamente entrañable del autor que no corresponde a la del Mihura histórico. Del mismo modo, su papel durante la Guerra Civil se ve omitido y minimizado en la obra teatral. Esta ambigüedad permite jugar con la autoficción tejiendo un relato donde vida, teatro y memoria se superponen creando una totalidad homogénea que atrapa al espectador durante la totalidad de la representación.

Mihura, el último comediógrafo funciona como un doble homenaje, ya que, mientras que por un lado devuelve a un autor que, sin pretenderlo, revolucionó el humor escénico y anticipó los rasgos que más tarde determinarían el teatro del absurdo; por otro, homenajea a aquellos jóvenes cómicos y profesionales ilusionados que, veinte años más tarde, liberaron el texto de Tres sombreros de copa con su espíritu libretista y rompedor que le otorgó Mihura y ellos, sin ningún tipo de miedo, vieron en él todo un potencial que aseguraría el éxito en su estreno. No obstante, estos jóvenes aficionados tuvieron que enfrentarse a un Mihura que veía en la obra cierto escepticismo tras las críticas que recibió con su escritura. Por ello, la obra capta de una manera entrañable ese momento de duda, de inseguridad y de ilusión, donde las risas, la pasión y los sueños incumplidos se combinan en un relato vitalista y melancólico.

Del mismo modo, la obra plantea cierta consideración sobre la escritura como forma de resistencia, ya sea frente al mercado, frente a la tradición, frente a las expectativas sociales, frente a un teatro que premia lo convencional, e incluso frente al paso del tiempo. Este hilo temático es lo que permite vincular la trayectoria de Mihura con la de los autores contemporáneos, quienes, como Perea, siguen cuestionándose por el lugar del teatro innovador en un contexto donde el riesgo no siempre es bien recibido.

En Mihura, el último comediógrafo, desde una perspectiva biográfica y metateatral, no sólo se rescata a un autor injustamente relegado durante años, sino que la obra nos permitió comprender las tensiones creativas y vitales que dieron origen a Tres sombreros de copa, obra clave del teatro español, al entrelazar la vida de Mihura con su teatro bajo una mirada sensible y lúcida que explicita la valentía de desafiar lo establecido. Así, se nos regaló una experiencia enriquecedora donde la curiosidad se combinaba con la risa, la ternura y las pasiones que nos contagiaban todos y cada uno de los personajes, trasladándonos a la espontaneidad y los desequilibrios de la vida de Mihura. En definitiva, esta experiencia no solo enriqueció nuestro conocimiento académico, sino que también reforzó la importancia de acercarnos al teatro para entender plenamente la fuerza transformadora de sus historias, ya que Mihura, el último comediógrafo nos permitió observar cómo las voces del pasado conviven con las del presente y cómo en esa miscelánea el teatro continúa siendo refugio para la libertad y la creación.


lunes, 24 de noviembre de 2025

Miguel Hernández en los escenarios


 El 27 de enero de 2024 tuve la fortuna de ver el espectáculo Federico García en el Teatro Principal de Alicante. La «biografía sonora y visual» del poeta granadino puesta en escena por Pep Tosar y Evelyn Arévalo me entusiasmó como espectador. Y, como historiador del teatro, me sorprendió la combinación de la música, el baile y la palabra con un documental donde intervenían dos excelentes colegas: Mario Hernández y Domingo Ródenas. Al terminar la representación, los miembros del jurado de los premios José Estruch compartimos el mismo entusiasmo y, si la obra no resultó premiada esa temporada, tan solo fue porque en la categoría correspondiente había otra con méritos similares cuya valoración mereció una igualada votación.

La memoria de aquel espectáculo ha perdurado en mis clases, donde suelo ejemplificar las nuevas posibilidades del teatro gracias a la presencia de imágenes grabadas, incluso de un documental a base de entrevistas como es el caso, en un diálogo escénico hasta hace poco impensable. La conclusión parece obvia: Pep Tosar y Evelyn Arévalo habían abierto un camino por donde otros poetas o literatos podían discurrir con similares garantías de interesar a un público dispuesto a disfrutar mientras conoce mejor un legado como el lorquiano.




La vida depara sorpresas. Hace unos meses recibí una llamada de Pep Tosar anunciándome el montaje de un nuevo espectáculo dedicado en esta ocasión a Miguel Hernández. Por entonces estaba en la fase de documentación y consultas bibliográficas, que es previa a la dramaturgia. Otros compañeros ya le habían aportado información biográfica acerca del poeta y Pep quería completarla con lo sucedido en torno al consejo de guerra que le condenó a muerte. Se lo expliqué, le mandé la edición facsímil de 2022 y le indiqué cómo tramitar, si fuera necesaria, la autorización para utilizarla en el espectáculo teatral.



Pep Tosar

La colaboración se completó el pasado mes de septiembre cuando grabé una entrevista en Orihuela sobre distintos aspectos de la biografía de Miguel Hernández. La misma aparecerá junto a las de otros compañeros y amigos que, desde siempre, han dedicado buena parte de su labor investigadora al poeta oriolano: José Carlos Rovira, Carmen Alemany, Aitor Larrabide, José Luis Vicente Ferris, Jesucristo Riquelme… Sus publicaciones hernandianas han sido referencias inexcusables para mi tardía aportación, que se centra en un aspecto tan concreto como es el consejo de guerra. Del resto, de la obra y la vida de Miguel Hernández, todos ellos me han enseñado y lo agradezco, al igual que hiciera en otras ocasiones tras conocer el testimonio de Lucia Izquierdo, la nuera del poeta con la que ese mismo mes compartí una inolvidable sesión en el Parlamento Europeo.

Ahora, al cabo de unos meses de trabajo, el espectáculo ya se encamina hacia su estreno y con él, a modo de broma, vendrá mi «debut teatral», que llega tras más de cincuenta años en el patio de butacas como espectador. La noticia me ilusiona, pero sobre todo comparto la ilusión de que la obra y la vida de Miguel Hernández tengan un tratamiento escénico como aquel de García Lorca que me entusiasmó.

Mi modesta contribución será recoger en la presente entrada del blog aquellas referencias periodísticas que den cuenta del nuevo espectáculo desde su estreno. Algunas han aparecido previamente y con ellas iniciamos la recopilación. Otras muchas se sucederán y las iremos enlazando como una muestra de agradecimiento por la oportunidad de llevar a los escenarios lo investigado acerca de un consejo de guerra como los sufridos por tantos escritores y periodistas republicanos.

https://www.contraproducions.com/espectaculo/vientos-del-pueblo/

https://www.teatreprincipal.com/es/ficha/detalle/960/vientos-del-pueblo/

https://www.auditoricornella.com/es/programacion/c/4690-vientos-del-pueblo.html

https://www.instagram.com/reel/DRrhqQ7jIg5/

viernes, 21 de noviembre de 2025

El proceso de un monárquico, republicano y falangista: José Tarí Navarro


 Sumario 871 del AGHD

La denuncia de José M.ª Ruiz Pérez-Águila fue tan preventiva como generalizada (véase la entrada del 10 de octubre de 2025). El abogado que temía ser procesado por su zigzagueante pasado político, incluido el anticlerical, no reparó en distingos a la hora de establecer responsabilidades entre los periodistas que habían permanecido en Alicante durante la Guerra Civil. Su objetivo fue extender la mancha, hasta el punto de abarcar los nombres de varios colegas de las cabeceras locales que con una cierta lógica se podían considerar entre los vencedores. Al margen del sorprendente caso de Justo Sansano Benisa, director del periódico El Día hasta el 18 de julio de 1936, también cabe recordar el del redactor ilicitano del mismo José Tarí Navarro (1890-¿?), que fue detenido el 6 de mayo de 1939, según consta en el sumario 871 del AGHD.



Encabezamiento de la denuncia presentada por José M.ª Ruiz Pérez-Águila. Sumario 871 del AGHD

José M.ª Ruiz Pérez-Águila le acusa en la denuncia del 20 de abril de 1939 de ponerse «sin condiciones al servicio de los rojos escribiendo [en El Día] crónicas en elogio de los milicianos y dándoles ánimos para luchar». Las habría publicado, según el denunciante, bajo el seudónimo de Jota Tene, que recuerda las iniciales de José Tarí Navarro, aunque este redactor solía utilizar en la prensa local y nacional el de UDA; es decir, «uno de Alicante», de acuerdo con lo declarado por él mismo y otros testigos del proceso. El sargento Adolfo Posada Ruiz, secretario del juzgado instructor Letra D de Alicante, el 20 de diciembre transcribió varias de estas crónicas en un extenso informe de veintiún folios que se convertiría en la única prueba de cargo para llevar al periodista ante un consejo de guerra. 

La primera declaración del periodista ante el juez instructor tiene lugar el 22 de mayo. El veterano José Tarí Navarro niega las acusaciones genéricas de la denuncia, acusa a su colega Emilio Costa como responsable de la incautación de El Día, desmiente la autoría de los artículos o crónicas y, sobre todo, aporta una significativa documentación para probar que era un «afecto al Glorioso Movimiento Nacional». Entre la misma, figura un aval de FET y de las JONS de Alicante fechado el 4 de abril de 1939 donde aparece como «persona de orden». Vista la nueva adscripción, por entonces habría dejado atrás un pasado político como concejal monárquico en 1931 para militar a continuación en el Partido Radical y el Partido Republicano Independiente, según la base de datos del Archivo de la Democracia de la Universidad de Alicante.

El declarante también presenta el documento del 1 de abril de 1939 que prueba su temprana reincorporación como profesor a la Escuela de Comercio de la que había sido apartado por los republicanos. Asimismo, el 25 de abril había donado veinticinco pesetas en monedas de plata para «una suscripción nacional» promovida por los vencedores, según consta en el sumario. Al margen de otros futuros avales, incluida una carta de Justo Sansano Benisa fechada el 20 de febrero de 1940 para desmentir la acusación de José M.ª Ruiz Pérez-Águila, la documentación evidencia que el declarante ya sabría de la posibilidad de ser denunciado por su permanencia en zona republicana durante la Guerra Civil, aunque hubiera sido objeto de persecuciones de «los rojos» que le llevaron hasta la localidad alicantina de Hondón de las Nieves para esconderse.

Otros avales en el mismo sentido constan en la documentación sumarial. Entre ellos, un informe del Servicio Nacional de Seguridad con fecha del 11 de junio de 1939, donde José Tarí Navarro aparece como «persona destacadísima de derechas habiendo estado detenido varias veces por la policía roja». Nunca pasó a ser procesado por estas supuestas detenciones. A pesar de unas evidencias poco o nada sospechosas a los ojos de los vencedores, el periodista permanece encausado, aunque en prisión atenuada en atención a que no era un «rojo» hasta el punto de que, en agosto de 1939 y según consta en el AHN, ya tramitó el expediente de censura de una nueva publicación: Guía de Publicidad de Alicante.



Requisitoria publicada en la prensa local. Sumario 871 del AGHD

El auto resumen del 2 de enero de 1940 supone el sobreseimiento para Eduardo García Marcili, Francisco Soria Tirado, Víctor Viñes Serrano, Fernando Gadea, José Ferrándiz Casares, Juan Sansano Benisa, Juan Sansano Torregrosa y Pascual Rosser Guixot. Todas estas personas vinculadas a las cabeceras locales contaban con numerosos avales entre las autoridades de los vencedores y quienes se habían movilizado para evitar el procesamiento de unos periodistas que, por convencimiento o conveniencia tácita, estaban por entonces en la órbita del Glorioso Movimiento Nacional.

José Tarí Navarro se encuentra en la misma situación y debería haber corrido una suerte similar a tenor de la documentación sumarial. Sin embargo, el instructor le manda al plenario del consejo de guerra por el informe del secretario judicial acerca de las supuestas colaboraciones periodísticas firmadas con seudónimo. La condición de «afecto al Glorioso Movimiento Nacional» era evidente, pero no bastaba a los ojos de los militares. De hecho, el procesado, aparte de haber sido depurado el 12 de septiembre de 1936 como desafecto a la II República en su condición de profesor de la Escuela de Comercio de Alicante, fue redactor de El Día hasta el 18 de julio de 1936. A partir de ese momento, dejó de colaborar en el periódico incautado como muestra de solidaridad con Justo Sansano Benisa. Este, además de ratificarlo ante el juzgado instructor, había quedado absuelto y su solidario colega procesado.

El 29 de enero de 1940, el fiscal pide seis años de cárcel para José Tarí Navarro como «autor de numerosos artículos de propaganda marxista», así como para los otros dos procesados que llegaron al plenario. El marxismo del antiguo concejal monárquico es un misterio a resolver. El 21 de febrero, el tribunal presidido por el comandante Almansa Díaz condena a Emilio Claramunt López y Ernesto Cantó Soler a la pena de seis años de prisión, mientras que el tercero queda absuelto porque los oficiales consideran no probada la acusación del fiscal, que la retiró en el curso del propio consejo de guerra.

El almanseño Emilio Claramunt López (1907-¿?) era un antiguo militante del PSOE que pasó a engrosar las filas del PCE, sindicalista de UGT en Riegos de Levante -le acusaron de haber depurado a empleados de esta empresa- y administrador de Nuestra Bandera, según la declaración del 4 de mayo de 1939. Dada esta trayectoria y a pesar de los avales recabados en su defensa, quince días después el informe de la alcaldía alicantina le considera como una «persona abiertamente hostil al Movimiento Nacional». De hecho, le acusan de haberse desplazado a Madrid con el objetivo de comprar la maquinaria para editar Nuestra Bandera.

El relleuero Ernesto Cantó Soler (1906-¿?) era un agente de seguros de treinta y tres años que reconoce haber sido «redactor nocturno» de Bandera Roja, aunque solo por ganarse la vida limitándose a recoger las noticias y corregir las galeradas. Los datos conservados permiten asegurar que su implicación en la cabecera fue más importante. Varios testigos declaran para exculparle y, además, lo hacen con un lujo de detalles que permite darles credibilidad. Pesaba sobre él, no obstante, su pasado como militante del PCE en Madrid antes de la guerra que llegaría a colaborar como «asesor jurídico» en Frente Sur, editado en Jaén cuando por allí andaba Miguel Hernández.

Ernesto Cantó Soler fue detenido en la capital andaluza al finalizar la guerra y posteriormente trasladado a Alicante para procesarle. Puesto en libertad condicional el 22 de junio de 1941, la definitiva le llegó el 29 de abril de 1945, aunque regresó al Reformatorio alicantino en dos ocasiones para permanecer a disposición del gobernador civil. Le consideraban hombre de «gran cultura» y, por lo tanto, sospechoso de volver a las andadas. Finalmente, le dejaron trabajar como inspector de seguros, según la base de datos del Archivo de la Democracia de la Universidad de Alicante.

Hasta cierto punto, y de acuerdo con los parámetros de la jurisdicción militar en tiempos de la Victoria, ambos por su relación con el PCE llegaron al consejo de guerra con muchas posibilidades de ser condenados. Sin embargo, José Tarí Navarro estaba en otra órbita ideológica y solo cabe justificar su presencia en el plenario como una consecuencia del informe presentado por el secretario judicial, que se convirtió en la única base de la acusación del fiscal.

El tribunal nunca valoró los significativos avales presentados por los finalmente condenados, mientras que creyó a José Tarí Navarro, a pesar de que el periodista era el único con una prueba de cargo en el sumario. La arbitrariedad fue la propia del derecho de autor seguido en la jurisdicción militar de la Victoria. La condena no venía motivada por los hechos probados, sino por la identidad de quienes pudieron haberlos realizado. Unos habían militado en el PCE y, en consecuencia, carecían de credibilidad a la hora de presentar pruebas de descargo y otro, por el contrario, era una «persona de orden» capaz de negar la única prueba documental que consta en el sumario.

Si José Tarí Navarro careció de vinculación con los partidos del Frente Popular, fue apartado de su puesto como profesor poco después de iniciada la guerra, cesó de colaborar en la prensa cuando su periódico fue incautado -así lo testifica Justo Sansano Benisa- y hasta salió de Alicante para evitar nuevos problemas, ¿qué motivo justifica su permanencia como acusado hasta el plenario del consejo de guerra? La respuesta está en el informe presentado por el secretario judicial, que podía documentar una prueba de cargo posteriormente utilizada por el fiscal para argumentar su acusación. La circunstancia recuerda lo visto de forma reiterada en el Juzgado Militar de Prensa.


lunes, 17 de noviembre de 2025

Franco, chocolate y churros


 Franco rivalizando con los ases de la raqueta

Los 20 de noviembre eran días festivos en Alicante. Durante mi estancia en el colegio San Fernando (1964-1968), a pesar de que ya se habían celebrado los XXV años de Paz, las vísperas de esa señalada fecha la ocupábamos en una visita a la casa-prisión de José Antonio. Allí nuestros maestros, con la preceptiva camisa azul, evocaban la ejemplaridad del sacrificio de un líder cuya imagen nos resultaba tan familiar como las de Franco y el crucifijo. Juntos, en la pared del estrado de las aulas, formaban una especie de Santísima Trinidad.

La visita, como expliqué en Contemos cómo pasó (2015), terminaba con una discusión acerca de si el mendrugo de la celda de José Antonio era el original o lo cambiaban cada año. Los puristas creían en la conservación milagrosa del pan. Los escépticos apuntábamos la posibilidad de la renovación porque, de haber sido un mendrugo de treinta años, aquello debería haberse convertido en un resto arqueológico. Al final, todos juntos, jugábamos un improvisado partido de fútbol en el patio de aquel recinto para culminar una visita donde unos chavales convertían la pared de la ejecución en una portería. El acto era irrespetuoso, pero tampoco parecía respetuoso hablar de fusilamientos y sacrificios ejemplares a quienes llevábamos pantalones cortos por imperativo de la edad.

A lo largo del bachiller, la festividad del 20 de noviembre en Alicante fue cada vez más extemporánea. La conmemoración del fusilamiento era un acto militante con escasa presencia en la ciudad. Muchos aprovechaban la ocasión para desplazarse a otras localidades y hacer una especie de black Friday sin saber del mismo. Mi padre decidió que ir a Jumilla era una buena oportunidad de comprar vino. En otras ocasiones, el destino fue Jijona para proveernos de turrón a un precio especial porque los fabricantes eran «clientes del banco». Estos detalles de «los clientes» determinaron varios hitos gastronómicos hasta mi entrada en la universidad.



Bluff fue fusilado por dibujar caricaturas como la del general Franco

A la altura de 1975, y conocedor de las noticias, mi padre no programó un viaje en el «850» que sustituyó al «600» gracias a su condición de «apoderado del BV». La categoría laboral figuraba en sus tarjetas de visita guardadas en una cajita de plástico. La posesión de esa cajita la añoro, así como la entrega de la correspondiente tarjeta donde ahora figuraría una cualificación que habría enorgullecido al «apoderado», un término que me gustaba tanto como el de «perito».

El 20 de noviembre de 1975 mi padre madrugó como todos los días. El hábito lo he heredado. Aquella mañana vino a mi habitación, con su sempiterno batín granate, para decirme una sola palabra: «¡Ya!». El resto de la implícita frase lo entendí al instante. A partir de ese momento, el desconcierto en nuestras reacciones fue notable porque «no había costumbre» de que Franco hubiera fallecido.

El alivio era notable. Los partes del «equipo médico habitual», con su detallismo acerca de las «madejas sanguinolentas», habían preparado el camino, pero algo sonado debía hacerse. Mi padre sacó un billete de veinte duros y me mandó comprar una rueda de churros, toda una rueda, y chocolate. Así, mojando los churros sin temor a que se agotaran, contemplé al cariacontecido Arias Navarro en la tele o escuché las noticias por la radio. La duda permanece, pero lo bien que me sentaron esos churros es un dogma.



José Robledano fue procesado por caricaturizar al general Franco

La muerte ajena nunca debe ser un motivo de alegría, y menos después de la carnicería a la que fue sometido el general Franco para prolongar su vida, pero conviene reconocer que a veces supone un alivio. El galán del No-Do era por entonces un personaje patético que amenazaba con la inmortalidad. Los secundarios, al menos los procedentes de familias derrotadas en 1939, esperábamos que la productora contratara a un sustituto con mejor presencia. Valía cualquiera y así, con la resignación de haber padecido el pasado, aceptamos al «campechano», que ya sabría de las artes de un buen galán.

Aquella mañana del 20 de noviembre de 1975 en casa no hubo una celebración más allá de los churros con chocolate. Franco había fallecido, pero el franquismo seguía vivo. La comprobación era tan sencilla como salir a la calle. El problema es que esa mentalidad de un «régimen tenebroso de pícaros, patanes y meapilas» (Javier Cercas) no iba a desaparecer gracias al «hecho biológico». La tarea para convertirnos en un «país normal» (Iñaki Gabilondo) resultaba abrumadora y, sobre todo, no había un manual de instrucciones. Menos todavía un «gran timonel» que nos orientara. No obstante, la necesidad de ser «normales» permitió que la dictadura, a diferencia del dictador, fuera derrotada poco a poco en la calle.

El aprendizaje de la convivencia durante la Transición fue un empeño colectivo, pero nunca unánime. El franquismo estaba en cualquier esquina y, visto el presente, parece capaz de mutarse para que no podamos comer unos churros con chocolate sin temor de que se agoten o sin la mala conciencia de que engordan. Qué le vamos a hacer. Siempre tendremos a mano las galletas gracias a las pequeñas victorias en el empeño de ser «normales» para que nadie acabe como Bluff o José Robledano. Ni siquiera insultado o difamado, menos condenado, por pensar que las dictaduras donde mejor están es en el recuerdo de lo remoto.