La experiencia más
satisfactoria de estos años dedicados al estudio de los consejos de guerra de
periodistas y escritores ha sido el encuentro con los descendientes de las
víctimas. De hecho, el proyecto surgió de una entrevista con el abogado Diego
San José, que me facilitó digitalizado el legado de su abuelo para que lo
estudiara y difundiera. Así se hizo desde 2015 y, actualmente, el madrileño es un autor accesible para cualquier interesado en la
historia literaria y periodística de su época.
A lo largo de estos años,
los encuentros con los familiares se han ido sucediendo. A veces para pedirles
datos o documentos. Otras con el deseo de contrastar la
documentación localizada. Y, en algunas ocasiones, hasta para descubrirles
facetas insospechadas de sus familiares. Las experiencias han sido diversas,
pero siempre gratas y presididas por el deseo de recordar a quienes durante
décadas estuvieron sometidos al silencio,
En este marco, el pasado
mes de septiembre mi colega Fernando Miguel Pérez Herranz me mandó un ejemplar dedicado
de una reciente edición del poemario de su abuelo titulado Gota a gota
(1936-1938), editado con esmero por Páramo y con una excelente introducción
de quien no solo recuerda al familiar, sino que también estudia su poesía con
solvencia filológica.
El abulense Víctor Pérez
y Pérez (1891-1963) fue uno de los muchos «maestros de la República», cuyo
apostolado llegó hasta los más recónditos pueblos de la geografía española para
alumbrar una modernidad y un espíritu de convivencia que parecían imposibles en
unas estructuras sociales presididas por el caciquismo y el más rancio
oscurantismo. Así lo hizo Víctor junto con su esposa Teófila, también «maestra
nacional». Llegada la Guerra Civil, o (In)civil como escribe con acierto su
nieto, ambos pagaron las consecuencias porque nunca debemos olvidar el sufrimiento de quienes vieron encarcelados a sus familiares.
El maestro fue apresado el
25 de agosto de 1936 por los sublevados contra la II República y pasó dos años
en la cárcel sin mediar otra acusación que no fuera su condición de maestro
republicano. Durante este período de reclusión, con momentos en los que temió
por su vida, Víctor Pérez y Pérez fue escribiendo este poema «gota a gota», con
la voluntad de «hacer palabra, escritura, lenguaje, esa experiencia del dolor,
porque es la única tabla de salvación a la que el apresado puede agarrarse» (p.
13), según indica su nieto.
El sencillo poemario, en
la popular línea del extremeño José M.ª Gabriel y Galán, nos remite a esa
experiencia del dolor, pero siempre con una mirada serena y ajena a cualquier
rencor. La agradecemos y nos emociona, como esas cartas dirigidas a la esposa
en las que ajusta las cuentas domésticas, hasta la última peseta con una
honestidad ejemplar, para evitar problemas a la familia cuando temía por su
propia vida.
Afortunadamente, Víctor
Pérez y Pérez no corrió la dramática suerte de tantos maestros procesados,
depurados y hasta fusilados. El natural de Casas del Abab, un anexo del concejo
abulense de Umbrías, pudo reincorporarse a la docencia para ejercerla en Navalmoral
de la Sierra y El Barco de Ávila hasta su jubilación.
En esos pueblos, don
Víctor tendría que olvidar lo enseñado durante la II República y explicar la
doctrina del nacionalcatolicismo. La experiencia sería dura para un hombre de talante liberal, pero no me cabe la
menor duda de que, por encima de cualquier retórica propagandística, prevalecería
el sentido humanista heredado de la Institución Libre de Enseñanza y presente
en el Juan de Mairena de Antonio Machado. Su alumnado, al cabo del tiempo,
comprendería que en los años más oscuros tuvo la oportunidad de conocer una voz
diferente, que era el eco de un tiempo donde la libertad y la convivencia
fueron posibles.