jueves, 11 de diciembre de 2025

El acoso que no cesa


 David Uclés

El trabajo de un catedrático se divide entre la investigación y la docencia, además de la gestión. El perfil individual puede decantarse por una de estas facetas, pero debe buscarse un equilibrio. Algunos compañeros tienen una probada capacidad como gestores, otros se inclinan por la docencia y un tercer grupo prefiere centrarse en la investigación. Las opciones son igualmente respetables, pero de acuerdo con el actual modelo de acceso a cátedras es necesario cultivar las tres facetas, aunque no sea en la misma medida.

Desde el curso 1982-83 imparto docencia en la UA y la compagino con la investigación. En cuanto a la gestión, la faceta para la que me siento menos capacitado, he ocupado cargos directivos por elección de mis compañeros durante diez años. Los suficientes, creo, para cumplir y dejar paso a otros colegas con más vocación gestora.

Al cabo de cuarenta y tres cursos, algo de experiencia docente debo tener, pero es necesario renovarla con ilusión porque así lo requiere el respeto al alumnado. Hasta ahora la mantengo, procuro adaptarme a los tiempos y no caer en la inercia de muchos colegas cuya jubilación está cercana.

El resultado de esa tarea, al menos en lo cuantificable, me llega todos los años por estas fechas gracias al programa Docentia. El de este año ha vuelto a ser «muy favorable» y, como diría el emérito, «me llena de orgullo y satisfacción»:



Sin embargo, una experiencia como la de volver al instituto cincuenta años después, dar una charla sobre la necesidad de aprender a convivir en democracia respetando a los demás y ver la reacción de unos doscientos alumnos todavía me ha satisfecho más, aunque solo sea por la novedad de dirigirme a chavales de catorce-quince años que estuvieron preguntando durante una hora.

Al igual que mis compañeros de mesa, procuré adaptarme a la edad de quienes nos escuchaban y el resultado prueba la conveniencia de hacer estas actividades más a menudo. La necesidad de dialogar se enseña mediante el diálogo y el respeto mutuo, también hacia un alumnado que te pregunta con la ingenuidad propia de la edad.

Gracias a que dos profesores del instituto son antiguos alumnos míos, aproveché la visita para reencontrar rincones que no veía desde hace cincuenta años. El edificio permanece prácticamente igual porque goza de protección por su carácter histórico y esa experiencia me emocionó al tiempo que me trajo recuerdos.

De vuelta a casa, mientras caminaba, recordé a los compañeros fallecidos. Son bastantes porque ya andamos por una edad donde estas noticias empiezan a ser habituales. Sin embargo, el recuerdo más triste fue el de quienes perdieron la vida demasiado pronto, apenas cumplidos los veinte años y por culpa del SIDA.

Durante dos cursos coincidí con un par de compañeros homosexuales. A principios de los setenta y en un ámbito como el de un instituto masculino esta identidad era motivo de burlas, discriminación y acoso, concretado en situaciones que ahora me provocan un espanto retrospectivo.

Mi ignorancia de la homosexualidad era total y supongo que compartiría los prejuicios habituales entre mis compañeros. La memoria no debe exculparnos, pero había aprendido en casa un mínimo de respeto hacia los demás y, al menos, nunca participé en un acoso que aquellos compañeros llevaban de la mejor manera posible.

El episodio ya lo relaté en Contemos cómo pasó y me retrotrae a una visita hospitalaria que, por casualidad, me permitió ver a uno de esos compañeros cuando el SIDA estaba a punto de matarle. El otro siguió el mismo camino a mediados de los años ochenta. No tuve una amistad con ellos, pero nunca les olvidaré porque me pareció brutal, por lo injusto, que murieran tan pronto después de sufrir un acoso del que por entonces podrían empezar a salir.

Así lo imaginé, con la ingenuidad del optimista y confiado en la condición humana, pero desde entonces he tenido múltiples ocasiones de ver quebrada esa evolución hacia un mayor respeto al otro, al diferente especialmente. Como director de mi departamento, hace unos diez años debí afrontar otro tipo de acoso más sofisticado por lo virtual, pero igualmente bestial. Lo sufrieron de nuevo alumnos homosexuales, que por ser también brillantes en lo académico parecían merecer las barbaridades que nunca les dijeron en la cara.

Todavía recuerdo aquellas reuniones, cuando leí en voz alta lo que circulaba por las redes y nadie se atrevió a reconocer su autoría. Algo hemos cambiado. En los setenta, los acosadores actuaban con la complicidad de la clase. Ahora, en la universidad, procuran esconderse detrás del anonimato de las redes y se muestran cobardes -supongo que también avergonzados- cuando se les invita a reconocer lo hecho.

La evolución dista mucho de ser suficiente y, de acuerdo con lo visto en los medios de comunicación, parece que volvemos a las andadas en temas como el acoso, que no solamente tiene a los homosexuales como víctimas, pero que todavía les afecta.

Al volver a casa, después de recordar a los compañeros fallecidos, leí el muro del novelista David Uclés, al que siento una especial simpatía tras leer La península de las casas deshabitadas y, sobre todo, verle en varias presentaciones. Me parece el alumno ideal: inteligente, trabajador, simpático, brillante, bienhumorado, humilde…, a pesar del éxito de quien ha vendido más de trescientos mil ejemplares y podía caer en la vanidad.

El muro hablaba del duro acoso sufrido como homosexual durante su etapa en la enseñanza secundaria, hace apenas veinte años. La descripción era preocupante, pero la verdadera preocupación vino cuando la exposición utilizó el presente para referirse a episodios de ahora mismo.

David Uclés, el novelista con más éxito de estos dos últimos años, ha debido abandonar X, tomar precauciones y afrontar unas campañas brutales de acoso donde a la homosexualidad se añade su ideología. Lo ha hecho con valentía y hasta humor. Tal vez porque, a pesar de todo, los tiempos han cambiado y siente la empatía de los miles de lectores que hemos disfrutado con su maravillosa prosa.

La charla del instituto duró dos horas, se habló de muchos temas y, al final, coincidimos en dar al alumnado un consejo: el odio no solo provoca acosos, sino que rompe la convivencia y es la antesala de las dictaduras. Si la idea caló, tal vez algún acosado tenga la fortaleza de aquellos compañeros capaces de vivir deprisa o la brillantez de un David Uclés al que los intolerantes no le perdonan su éxito.

El consuelo de la imaginación es mínimo, pero ojalá quienes murieron demasiado pronto pudieran ver actos como el del novelista con Rodrigo Cuevas, cuyo vídeo traigo aquí perque vull, como diría la canción de Ovidi Montllor. Verlo siempre será motivo de ánimo para quienes, de una u otra manera, sufrimos el acoso de los intolerantes que añoran la dictadura.

https://www.youtube.com/watch?v=cX-4r17Tir8&t=39s



domingo, 7 de diciembre de 2025

El regreso al instituto cincuenta años después


 

Hace cincuenta años pasaron muchas cosas. También en lo personal. En aquella primavera, y tras siete cursos, abandoné las aulas del instituto masculino Jorge Juan de Alicante, adonde entré con pantalones cortos para salir barbado y con peluca. Ya era un veterano de un centro destartalado de tanto uso en turnos de mañana, tarde y noche, pero nunca imaginé que volvería como catedrático al cabo de cincuenta años para charlar con un alumnado que ahora es más diverso. El instituto pronto dejó de ser masculino y nadie se sorprende de ver en sus aulas a jóvenes de las más distintas procedencias.

El motivo del regreso es el Día Internacional de los Derechos Humanos y el tema de la charla «vivir en democracia», una aspiración que vuelve a estar de actualidad cuando una parte de la juventud parece distanciarse de un régimen con múltiples defectos, pero que siempre será el menos malo de los conocidos y, sobre todo, mejor que cualquier dictadura.

Mi participación podría ser la de quien ha escrito miles de páginas dedicadas a la cultura del período franquista, pero nunca he dejado de ser un alumno del Jorge Juan. Prefiero, pues, recordar mi experiencia, aquella que me impide cualquier asomo de añoranza más allá de la juventud. Y de la peluca, por supuesto.



Profesorado del Jorge Juan poco antes de mi ingreso

El Jorge Juan de 1975 era un instituto tan masculino como abarrotado con diferentes turnos y unas aulas donde permanecíamos hacinados. El franquismo dejó la enseñanza secundaria en manos de la Iglesia Católica y apenas construyó centros dedicados a esta etapa educativa, que fue minoritaria hasta bien entrados los años sesenta.

El problema se agravó cuando la avalancha de los nacidos durante el desarrollismo cumplimos los diez años. La imprevisión de la dictadura se solucionó tarde y mal. A la espera de la construcción de nuevos centros, que solo tuvo un impulso fuerte con la llegada de la democracia, la alternativa consistió en utilizar las mismas aulas para diferentes turnos. El deterioro de los centros fue brutal, así como el de la calidad de la enseñanza, que algunos chavales recibían a última hora de la noche.

A falta del profesorado joven que llegaría en cantidades relevantes con la democracia, el relevo generacional apenas se había cumplido y teníamos unos profesores desbordados al final de sus trayectorias. Las clases con hasta cincuenta alumnos eran ingobernables y cualquier proyecto pedagógico estaba abocado al fracaso, Solo el respeto a algunos docentes y el entusiasmo de los recién incorporados suponían una excepción en un panorama mediocre agravado por una falta de financiación e infraestructura, sobre todo a la hora de cualquier práctica deportiva o de laboratorios.

Los medios que proporciona cualquier sistema educativo son fundamentales. Los del franquismo eran mínimos, pero a menudo las carencias se solventaban a base del entusiasmo de algunos profesores o las ganas de protagonizar algo diferente en una generación cuyos dieciocho años, una edad clave, coincidiría con el final de la dictadura.



Bendecidos por Pablo VI en la primavera de 1974

Así recuerdo, por ejemplo, que en el curso 1974-1975 conseguimos formar un grupo de teatro con el objetivo de representar una obra concebida por nosotros mismos. Algunos habíamos oído hablar del Teatro Independiente y creímos, con toda la ingenuidad del mundo, que era sencillo subirse a un escenario para emular a esos grupos de las furgonetas y el entusiasmo como único patrimonio.

La joven profesora de Lengua y Literatura, con paciencia y comprensión, apoyó la iniciativa y nos dejó actuar con libertad. Mientras tanto, la dirección del instituto miraría para otro lado como sucedía en tantas iniciativas de un alumnado cada vez más alejado de la rigidez dictatorial. Así, a base de ingenuidad y ganas, improvisamos una obra que ahora nos haría sonreír, pero que nos la tomamos muy en serio.

El problema vino a la hora de representarla en el salón de actos ante los compañeros y los familiares. La autorización de la autoridad competente, la delegación del Ministerio de Información y Turismo, suponía un requisito para evitar sanciones.

Gracias a la ayuda de la profesora, iniciamos la tramitación, que incluía la presentación del texto a representar, junto con las indicaciones de la puesta en escena, que eran las elementales de un grupo de chavales. Todavía recuerdo el día en que entregamos la documentación a un funcionario que nos miró como si fuéramos marcianos empeñados en molestarle.

Los días pasaron y la autorización no llegaba. La táctica del silencio administrativo era habitual. Censurar a un grupo de instituto resultaba excesivo para aquellos tiempos, pero cabía la posibilidad de dar la callada como respuesta a la espera de que, con el lógico temor, los profesores decidieran por su cuenta suspender la representación.

La alternativa fue «jugársela». La representación se hizo sin la autorización y gracias al silencio del equipo directivo, que comprendería el absurdo de prohibir la iniciativa del alumnado. La sanciones resultaban disuasorias, pero las ganas de subir al escenario o de ver a los alumnos ilusionados prevalecieron en detrimento del temor, aunque durante unas semanas permanecimos preocupados a la espera de alguna carta oficial.

Así, a base de «jugársela» en el día a día, en cuestiones anecdóticas que nunca pasarán a los libros de historia, se inició el camino hacia la democracia, a pesar de los obstáculos, incluidos los violentos, puestos por los beneficiarios de la dictadura, que eran una legión.

Ahora, cuando contamos con una infraestructura educativa muchísimo mejor y la libertad de manifestar nuestras opciones ante cualquier tema, la añoranza de una dictadura que separaba a los chicos de las chicas, nos hacinaba en las aulas y ni siquiera permitía organizar un acto cultural es propia de mentecatos.

Los hay, y en abundancia, gracias a unas redes sociales y determinados medios de comunicación donde cualquier botarate sienta cátedra. Tal vez porque tranquiliza tener respuestas sencillas, y contundentes, a problemas complejos que requieren de mil matices tras muchas horas de estudio o lectura. Esa indolencia intelectual conduce al fanatismo de los gregarios que añoran las dictaduras para excluir al diferente: el inmigrante, la feminista, el miembro de la comunidad LGTBI, el izquierdista… El otro, en definitiva.

Frente a esa deriva que pone en peligro los derechos más básicos, siempre cabe hacer uso de lo esencial: nuestra voluntad de formarnos e informarnos para decidir siendo críticos y conscientes ante una democracia imperfecta, capaz de desanimarnos a menudo por su inoperancia a corto plazo, pero mejorable gracias a nuestra participación en un proyecto de convivencia.

La dictadura, no lo olvidemos, es la negación de esa participación porque la práctica de la misma queda asimilada a la posibilidad de «jugársela». Y, claro está, no siempre hubo un final feliz como con aquella representación. El camino hacia la democracia estuvo jalonado de víctimas anónimas que nunca subieron a un escenario, pero nos dejaron un legado que debemos preservar para no volver a unos tiempos donde lo que no era obligatorio estaba prohibido.

viernes, 5 de diciembre de 2025

Constantino Ruiz Carnero, represaliado después de ejecutado


 Constantino Ruiz Carnero. Fuente: Wikipedia

El marco represivo de la Victoria sigue la lógica de la eliminación del «enemigo», pero a veces la misma revela un ensañamiento difícil de entender más allá de abrumar, hasta el espanto, a quienes pudieran estar cerca de las víctimas. La posibilidad de iniciar un proceso judicial contra alguien ejecutado extrajudicialmente, tan solo para asegurarse de que no ha dejado bienes susceptibles de ser disfrutados por sus familiares, forma parte de ese ensañamiento sin límites protagonizado por represores de aquellos años.

El periodista y escritor Constantino Ruiz Carnero, aparte de buen amigo de Federico García Lorca, era el director de El Defensor de Granada cuando se produjo el golpe de Estado. Su posicionamiento favorable a la II República, así como sus frecuentes críticas a los sectores reaccionarios de la capital andaluza, le convirtieron en una víctima al triunfar los sublevados en una ciudad donde, de hecho, nunca hubo una guerra, pero sí una fuerte represión.



Constantino Ruiz Carnero con Federico García Lorca
Fuente: Universolorca.com

El 27 de julio los sublevados le detuvieron y, tras recibir maltratos, el 8 de agosto fue ejecutado sin que hubiera algún tipo de proceso judicial. Algunas fuentes indican que ni siquiera fue necesario llevarlo al pelotón de fusilamiento porque ya estaba muerto por entonces a consecuencia de un culatazo en la cara, que le rompió las gafas incrustándose los cristales en sus ojos. Así habría agonizado uno de los más brillantes periodistas de la época.

La biografía escrita por Francisco Viqueras, Granada, 1936. Muerte de un periodista (2015), gracias a los familiares del protagonista detalla y documenta lo sucedido durante aquellas trágicas semanas. Poco o nada se puede añadir a la labor de investigación realizada por quien también es periodista y escribe desde la admiración por el legado que dejó su colega y coterráneo.

Sin embargo, y aunque no sea algo completamente nuevo a tenor de los casos ya estudiados, me ha llamado la atención que a Constantino Ruiz Carnero le aplicaran retroactivamente la Ley de Responsabilidades Políticas aprobada el 9 de febrero de 1939. Esta circunstancia ya la había constatado varias veces en los casos de los periodistas y escritores sometidos a consejos de guerra. La historia de Matilde Zapata es ejemplar en este sentido, pero nunca lo había observado en un ejecutado extrajudicialmente, hasta el punto de que su fallecimiento ni siquiera consta en el Registro Civil de Granada.

Según cuenta Francisco Vigueras en su citado libro editado por Comares, el expediente lo iniciaron el 15 de septiembre de 1939, más de tres años después de la ejecución y siendo plenamente conscientes de la misma por la relevancia social de la víctima. En la documentación del expediente constan diversos informes donde se afirma que el periodista «se distinguió por su propaganda izquierdista y antipatriótica», hasta tal punto que «su actuación puede calificarse de desastrosa, antipatriótica y contraria a los postulados que encarna nuestro Glorioso Movimiento Nacional. Fue pasado por las armas y en esta capital no se le conocen bienes».

La ausencia de estos bienes, en una ley concebida para apropiarse de los mismos como vía complementaria de la represión, no desanimó a quienes rebuscaron para localizar lo que pudiera haber dejado este «invertido» amigo de Federico García Lorca. La sentencia era clara en este sentido: «condenamos a la sanción de pérdida total de bienes que existan o pudieran existir del inculpado, cuya remisión económica será efectiva en la forma prevista por la ley».

Al final, y como fruto de las diligencias ordenadas por el juzgado, el 17 de noviembre de 1941 localizaron en la Caja General de Ahorros y Monte de Piedad de Granada una cuenta a nombre del ejecutado con un saldo de 7,85 pesetas. La cantidad sería remitida a las autoridades competentes por la forma prevista legalmente, no sin antes molestar en varias ocasiones a las dos hermanas del periodista.

El relato de Francisco Viqueras analiza la documentación y permite saber que la misma no fue archivada por la correspondiente Comisión Liquidadora hasta el 20 de febrero de 1958, cuando el nombre del periodista era el de un proscrito en la ciudad a la que tantas páginas dedicó. Los plazos de la burocracia represiva debieran ser tenidos en cuenta por quienes blanquean el franquismo más allá de la Victoria.

Constantino Ruiz Carnero no tuvo la posibilidad siquiera de pasar por un sumarísimo de urgencia y, por lo tanto, no aparecerá en mis libros dedicados a los consejos de guerra de periodistas y escritores. Apenas importa. La labor de recuperación de su memoria ya está realizada y, al mismo tiempo, sabemos que los represores se ensañaron con sus víctimas hasta extremos que permiten pensar en una diabólica lógica de la burocracia judicial, aquella que requisa las 7, 85 pesetas dejadas por quien murió porque escribió a favor de la convivencia democrática en un régimen republicano.

 


martes, 2 de diciembre de 2025

Concepción Santalla Nistal, «corresponsal obrera»


 Portada del sumario 109.493 del AGHD

De la Standard Eléctrica al Bazar de Justiniano

Concepción Santalla Nistal (1909-2004) tuvo tiempo y libertad de sobra para relatar sus peripecias en la Standard Eléctrica, cuando en marzo de 1937 fue nombrada «corresponsal obrera» de la misma en Mundo Obrero. Por entonces, esta mujer casada de cuyo marido nada sabemos destacó por su capacidad para expresarse, tanto oralmente como por escrito. Sus compañeros de fábrica la animaron a participar en la vida política y sindical. Concha volvió a militar en la UGT de la que había salido en 1934, se afilió a las JSU llegando a ocupar el cargo de «secretaria femenina» para pasar a principios de 1937 al PCE, al tiempo que participaba en el Socorro Rojo Internacional, la Agrupación de Mujeres Antifascistas, la Alianza de Intelectuales Antifascistas -supongo que por su condición de periodista- y los Amigos de la Unión Soviética.

Dado ese currículo militante, parece lógico que Concepción Santalla Nistal interviniera como una obrera en mítines junto a La Pasionaria (La Libertad y El Sol, 11-IV-1937) y formara parte del comité provincial del PCE (El Sol, 13-IV-1937). También concedió entrevistas en la prensa comunista en su calidad de representante de la Standard Eléctrica, una fábrica por entonces dedicada a la industria bélica (El Sol, 17-VI-1937). La madrileña asimismo acudió a los frentes de la capital para animar a los milicianos (Ahora, 11-IX-1937) y, poco antes de terminar la guerra, fue la primera mujer que participó en la junta directiva de la APM, concretamente en la presidida por el pronto fusilado Javier Bueno (La Libertad, 18-I-1939). En marzo de ese año resultó detenida por los golpistas del coronel Casado, pero la dejarían libre antes de llegar las tropas franquistas.

La trayectoria de la militante comunista es destacada y, comprobado que su nombre no aparece entre los exiliados, cabía esperar que Concepción Santalla Nistal acabara procesada en un consejo de guerra. La búsqueda en este sentido ha resultado infructuosa. Al margen del deliberado silencio mantenido por una protagonista que quiso difuminar esa etapa biográfica, así se deduce de la frustrada entrevista telefónica que en 1997 mantuvo con mi colega Juan Carlos Mateo, la explicación la encontramos en el voluminoso sumario 109.493 del AGHD.

Concepción Santalla Nistal fue consciente del peligro que corría en el Madrid de la Victoria y consiguió trasladarse a Mansilla de las Mulas (León), donde vivía su madre junto con otros familiares. Allí pasó los meses más duros de la represión sin que nadie la molestara, a pesar de lo sospechosa que sería la llegada de una mujer procedente de Madrid. El alcalde ni siquiera supo de su existencia y el comandante de la Guardia Civil el 28 de febrero de 1942 testifica que tuvo una buena conducta en el pueblo. Así hasta que, para solventar su precariedad económica, en septiembre de 1939 consiguió un empleo como taquimecanógrafa en un almacén de accesorios de coches y bicicletas de la capital leonesa.

La madrileña de treinta años debió sentirse aliviada al esquivar la represión que se cebó con sus camaradas sin despertar sospechas por su condición de mujer casada que vivía sola y buscaba trabajo. La casualidad quiso, según su primera declaración en el citado sumario, que encontrara por las calles leonesas a Concha del Río Álvarez, a la que conocía de los tiempos en el comité provincial del PCE madrileño. Ambas reanudaron la amistad y se instalaron en una misma vivienda. La declarante reconoce que hablaban de su militancia común, pero siempre en tiempo pasado y a modo de recuerdo. Así hasta que aparece el novio de su amiga, Valeriano García Marquina, un camarada capaz de convencerla para que en la primavera de 1941 dejara el empleo en el taller y se trasladara a San Sebastián, donde le esperaba otro en el Bazar de Justiniano que regentaba Liberto Llorca Pardo. En realidad, el local era una tapadera de la organización comunista de aquella capital y su propietario pronto resultaría condenado a quince años de reclusión mayor.

Tras llegar a la capital guipuzcoana, Concepción Santalla Nistal pasó a ser viajante de comercio con destino en Asturias y Galicia. Ambas regiones fueron los destinos de su primer recorrido comercial. Al volver por un nuevo muestrario del bazar, Valeriano García Marquina le explicó que la verdadera finalidad de su trabajo era establecer contactos con los comunistas asturianos y gallegos para saber si seguían vivos o en libertad. La misión de Concha era «enlazar unas regiones con otras, aprovechando la movilidad de su profesión y las pocas sospechas que despertaría». Su condición de viajante tal vez no la hiciera sospechosa a los ojos de la Brigada Político Social, aunque la femenina lo era de sobra para una labor profesional ejercida casi exclusivamente por hombres. La misión estaba condenada al fracaso como tantas otras coetáneas cuya pretensión era la reconstrucción, o la supervivencia, del PCE en unas durísimas condiciones de clandestinidad.

La militante Concepción Santalla Nistal debió ser mujer de carácter, aceptó el arriesgado encargo de quien terminaría fusilado y se trasladó hasta Redondela y Vigo, donde estableció diversos contactos cuya finalidad era la de saberse vivos, aunque perseguidos y abocados a una próxima caída. Al volver a San Sebastián, Concha descubrió que la Brigada Político Social ya sabía del Bazar de Justiniano y el domicilio donde convivía con Valeriano, su novia y otra militante conocida de los tiempos en el comité provincial, Manolita del Arco Palacios, era un lugar bajo vigilancia. De hecho, la citada inquilina también fue condenada poco después a resultas de otro sumario (AGHD, 111.601).

Las detenciones de la Brigada Político Social habían desarticulado aquella célula que intentaba la reconstrucción del PCE en las tierras vascas y la viajante hizo uso de su condición para encaminarse de nuevo a Mansilla de las Mulas. Sin embargo, alguien debió cantar su nombre y el 28 de enero de 1942 fue detenida en la estación de Miranda del Ebro. Su calvario, similar al de tantos militantes comunistas, comenzó ese día al verse Concha incluida en un sumario con veintisiete procesados, de los cuales siete acabaron fusilados en el madrileño cementerio del Este a las siete treinta de la mañana del 16 de diciembre de 1942.

Uno de los fusilados era Valeriano, de treinta y tres años y el novio de Concha del Río Álvarez. Así lo certificó el teniente médico Ángel Tafalla González, que realizó el mismo trámite para dar cuenta de los fusilamientos de Antonio Quirós Expósito, de treinta y tres, Jesús Ugalde Baztán, de treinta y uno, Félix Miñón Merino, de treinta y cuatro, Luis Fernández García, de treinta y cuatro, Luciano Saldaña Urquía, de veinticinco y Realino Fernández López, el mayor de los fusilados aquella madrugada por tener treinta y nueve años. Las profesiones de los ejecutados por atentar contra la seguridad del Estado, de acuerdo con la ley del 29 de marzo de 1941, eran confitero, albañil, peluquero, metalúrgico, practicante y, en dos casos, perito mercantil.

El extenso sumario 109.493 de casi dos mil folios que incluyó otras condenas hasta completar las veintisiete se tramitó con rapidez. El general honorífico Jesusaldo de la Yglesia Rosillo (1869-1964), titular del Juzgado Especial de Espionaje «y otras actividades marxistas», con jurisdicción en todo el territorio nacional desde el 11 de junio de 1940, era tan tradicional que la Y de su apellido nunca debe ser reemplazada por una plebeya I. El anciano que sirvió a la Patria durante ochenta años, tres meses y trece días, sin contar el período de su permanencia en Filipinas, nunca tuvo el debido reposo para estudiar la carrera de Derecho, al igual que su sucesor el coronel Eymar Fernández, según el magistrado Juan José del Águila. https://historia-hispanica.rah.es/biografias/23980-jesualdo-iglesia-rosillo. Sin embargo, a los setenta y tres años era un anciano tan implacable como eficaz. A la vista de otros casos ya abordados en mis estudios, su anticomunismo perduró más allá de la edad de haber pasado a la reserva, circunstancia que impidió la publicación de sus últimos nombramientos en el BOE.

El consejo de guerra

Una vez detenida en Miranda del Ebro, Concepción Santalla Nistal fue interrogada por la Brigada Político Social y pasó a la cárcel de Las Ventas, pues todo lo relacionado con este sumario se centralizó en Madrid. El 21 de febrero de 1942, el general Jesusaldo de la Yglesia Rosillo la llamó a declarar. La procesada, aunque colaboró en la aclaración de lo sucedido, se mostró menos explícita a la hora de dar los nombres de quienes la habían acompañado durante los meses de clandestinidad. La probable ausencia de torturas en la sede judicial moderó su espíritu colaborador, que habría sido forzado ante los policías de la primera declaración.


Cabecera de un ejemplar de Mundo Obrero incluido en el sumario

Concepción Santalla Nistal reconoce su presencia en la redacción de Mundo Obrero. Allí cobraba diez pesetas diarias, que era una retribución modesta para la época, aunque probablemente la completara con su trabajo en la Standard Eléctrica. La declarante atribuye esa presencia a la presión de los compañeros de la fábrica y niega haber escrito artículos de contenido político, pues se limitó a «contar las condiciones laborales de las mujeres». Es decir, eran artículos provistos de ese contenido político, al menos de acuerdo con los parámetros de aquella jurisdicción militar. La madrileña oculta su colaboración como reportera en Estampa y su presencia en la junta directiva de la APM. Afortunadamente para ella, el Juzgado Militar de Prensa ya estaba disuelto por entonces y nadie completó la información acerca de sus actividades periodísticas.

La declarante manifiesta haber ganado unas cuatrocientas o quinientas pesetas mensuales como viajante, pero nunca cotizó a favor del PCE porque, aunque «inconscientemente se ha ido metiendo en estas actividades del partido», se limitó a establecer los contactos que reseñó en la anterior declaración. La ancianidad del general Jesusaldo de la Yglesia Rosillo no suponía blandura y la devolvió a la prisión de Las Ventas con la acusación de haber participado en la reorganización del PCE.

El 22 de junio de 1942, el juez instructor redacta un extenso informe acerca de los veintisiete procesados. Al llegar a lo relacionado con Concepción Santalla Nistal, se limita a resumir sus declaraciones y recopila lo fundamental de los informes solicitados. Los mismos «dicen que tiene buena conducta y en la hoja de depuración de la fábrica donde prestó sus servicios se hace constar que es comunista, que asistía a asambleas y cobraba, habiendo sido propagandista y colaboradora de Mundo Obrero durante la guerra, careciendo de antecedentes penales».

El 14 de octubre de 1942, el fiscal pide treinta años de reclusión mayor para la militante comunista y una semana después le leen los cargos en la prisión de Las Ventas. La acusación se centra en la misión de enlace de los comunistas vascos con los gallegos y asturianos, prescindiendo de sus actividades durante la Guerra Civil. Esta circunstancia retrasaría su indulto años después.


Cabecera de un manifiesto del PCE incluido en el sumario

El 3 de noviembre de 1942 tiene lugar el consejo de guerra bajo la presidencia del comandante Carlos -o Marcos, según los documentos- Lobato Castillo. A pesar de la dureza de una sentencia dictada en una mañana y que incluye siete condenas a muerte, el tribunal solo condena a cinco años de reclusión a Concepción Santalla Nistal. La rebaja con respecto a lo pedido por la fiscalía es tan notable que induce a pensar en alguna circunstancia carente de huellas documentales en el sumario.

El auditor recaló inmediatamente en esa rebaja y el 26 de noviembre establece, sin argumentos jurídicos para la modificación, una pena de treinta años de reclusión mayor para la militante madrileña. El capitán general de la I Región Militar la confirma el 15 de diciembre por un delito contra la seguridad del Estado, previsto y penado en la ley de 29 de marzo de 1941. Por lo tanto, la fecha de la extinción de la condena quedó establecida para el 28 de enero de 1972. Por aquel entonces, Concepción Santalla Nistal habría sido una anciana asombrada al salir a la calle y ver a las jóvenes con minifalda.

La militante madrileña no debió esperar tantos años en la cárcel. El 24 de mayo de 1947, se acoge al Decreto del 9 de octubre de 1945 y solicita el indulto «por tener necesidad de cuidar y mantener con su trabajo a su madre, anciana de sesenta y ocho años, que se encuentra completamente sola por carecer de otros parientes». El 24 de junio el auditor remite al fiscal la petición para el correspondiente informe, que es negativo porque los hechos delictivos eran posteriores al 1 de abril de 1939. El 14 de julio el auditor deniega el indulto y una semana después el capitán general de la I Región Militar ratifica la decisión. Del destino de la anciana madre, probablemente en Mansillas de las Mulas, nada sabemos.

La vía para el indulto quedó cerrada, pero la benevolencia de S.E. el Jefe del Estado, siempre atento a estas medidas de gracia según sus hagiógrafos, permitió que el 30 de diciembre de 1948 Concepción Santalla Nistal fuera indultada. La excarcelación de Las Ventas tuvo lugar el 19 de enero. Es decir, la madrileña sufrió siete años de reclusión por haber servido de enlace para los comunistas vascos, aunque solo fuera para saber que los camaradas gallegos y asturianos seguían vivos.

Visto lo sucedido y que siete compañeros nunca pudieron acogerse al cabo de los años a la benevolencia del S.E. el Jefe del Estado, parece comprensible que la militante renunciara a su pasado, quedara espantada para el resto de sus días y procurara difuminar su presencia en aquella barbarie de la Victoria. La actitud humana de la anciana Concha merece el respeto, pero los historiadores estamos obligados a contar lo sucedido con aquellos treintañeros que siendo confiteros, peluqueros y peritos mercantiles acabaron ejecutados por atentar contra la seguridad del Estado. También con aquella militante que, por tener don de palabra y escritura, apareció en la prensa como «corresponsal obrera» dispuesta a dar cuenta de las condiciones laborales de otras mujeres. La realidad documentada de aquel drama merece el respeto de la memoria, que se traduce en un testimonio para la reflexión acerca de la violencia empleada por los artífices de la Victoria cuando se trataba de juzgar al «enemigo» en una interminable guerra.

 


domingo, 30 de noviembre de 2025

¡Ay, Carmela!, de Sanchis Sinisterra: memoria y amor


 

La memoria es frágil. Lo comprobamos, de manera simbólica, en el desenlace de la adaptación cinematográfica de ¡Ay, Carmela! (1990), dirigida por Carlos Saura a partir de un guion de Rafael Azcona. La pizarrita con el nombre de la protagonista es la única identificación de su tumba, localizada fuera del cementerio porque los responsables de su muerte ni siquiera le han reconocido el derecho a un enterramiento digno.

Paulino y Gustavete, sus compañeros de la compañía de «variedades a lo fino», la dejan allí cuando emprenden un viaje hacia ninguna parte. Pronto, con la primera lluvia o ráfaga de viento, esa pizarrita desaparecerá. Carmela quedará en el anonimato, como tantas personas desaparecidas trágicamente durante la Guerra Civil y la posguerra. A la muerte física, violenta, le sucederá la muerte definitiva por la pérdida de la memoria.

La fragilidad de la memoria es un futuro que suponemos tras finalizar una adaptación cinematográfica cuyo tiempo dramático tiene un desarrollo lineal, desde que Paulino y Carmela caen prisioneros de los militares hasta el asesinato de quien se rebela frente a la humillación y muestra su solidaridad con otros condenados a muerte.

Sin embargo, en la obra original de José Sanchis Sinisterra (1987) asistimos a un tiempo invertido gracias a las libertades que permite el convencionalismo teatral. La protagonista de la obra ya ha fallecido cuando la misma comienza. Paulino permanece en el teatro donde tuvo lugar el trágico suceso, humillado por los militares como «artista» ahora destinado a barrer el escenario.

Allí se le aparece el fantasma de Carmela. Su compañero todavía puede verla, incluso tocarla, con la intensidad de una memoria tan viva como inmediata. Junto a ella y frente al público revive los episodios de sus últimos días, desde que ambos cayeron prisioneros en el frente de Aragón hasta la celebración de la velada artística donde se produjo el trágico suceso, Sin embargo, poco a poco, a Paulino le cuesta más verla, sentirla cercana, porque la memoria es frágil, aunque medie el amor.




José Sanchis Sinisterra escribió una magnífica obra sobre la fragilidad de la memoria y la necesidad de revitalizarla mediante el recuerdo y el conocimiento para evitar la muerte definitiva de quienes fallecieron. Su protagonista es Carmela, una modesta artista de las variedades cuyo nombre evoca una popular canción de la época. La conocemos como mujer apasionada, sincera y espontánea capaz de contagiar su solidaridad de «madre» hacia los prisioneros que acabarán ejecutados al día siguiente de la velada. Gracias al recuerdo compartido por Paulino, le damos cuerpo y rostro. También voz en sus diálogos y canciones. La sentimos cercana. Carmela es nuestra compañera mientras asistimos a una velada con su trastienda de represión e imposiciones para la humillación del «enemigo». Sabemos de su inocencia y nos rebelamos ante la violencia del asesinato como prólogo de un olvido, el que le espera en una tumba pronto anónima.

Carmela es un personaje con personalidad propia, pero también el epítome de tantas otras mujeres o víctimas anónimas de aquella guerra donde la violencia fue la consecuencia de una intransigencia incapaz de convivir con el diferente. Al final, cuando inevitablemente nos sentimos arrastrados por su vitalidad, descubrimos que Carmela también es nuestra compañera, la mujer que podemos descubrir viendo un álbum familiar de fotos, investigando en un archivo militar o hablando con quienes procuran mantener viva la memoria de una generación trágicamente truncada por la Guerra Civil.

Gracias a José Sanchis Sinisterra, todos empatizamos con Carmela, pero también somos Paulino. El «artista», aquel que siente el orgullo de serlo, aunque sea en sus más modestas manifestaciones, es cobarde y acomodaticio. Lejos de la espontánea rebelión de su compañera, Paulino acata para sobrevivir. El precio a pagar resulta caro. No solo pierde a Carmela, sino que también sacrifica su dignidad como artista ahora destinado a barrer el escenario donde imaginó la posibilidad de triunfar.

Ambos, Paulino y Carmela, son unos derrotados pronto convertidos en víctimas abocadas al olvido. El destino de ella nos parece más trágico por mediar un asesinato, pero el de su compañero también lo suponemos dramático porque, con el tiempo, le costará recordar a quien amó. Así comprobará la fragilidad de la memoria cuando la misma es un acto solo personal, sin el apoyo de quienes debieran tener la responsabilidad de mantenerla viva.




José Sanchis Sinisterra escribió su obra contra la política de «pasar página» sin haberla leído. La misma imperaba de manera indiscutible cuando se celebró el cincuentenario de la Guerra Civil. En 1986, las Carmela permanecían olvidadas en las cunetas de numerosos caminos. Ni siquiera disponían de una pizarrita con su nombre junto con las fechas de nacimiento y muerte.

Gracias a obras que han procurado la recuperación de la memoria histórica para devolver su voz a personajes olvidados, en la actualidad conocemos a muchas mujeres como Carmela y hombres enamorados al estilo de Paulino. Todos permanecen en la modestia de un lugar en la historia que linda con el anonimato de los personajes menores. Apenas importa, los sentimos cercanos, empatizamos con ellos y, a través de sus vicisitudes no desprovistas de contradicciones, comprendemos aquellos dramáticos años que desgarraron a todo un país.

La fragilidad de la memoria precisa de nuestra voluntad de recordar, investigar y conocer para saber de un pasado que nunca nos debiera resultar ajeno. Paulino y Carmela nos hablan de unas circunstancias históricas concretas en torno a la Guerra Civil, pero la propia obra de José Sanchis Sinisterra ha sido trasladada a otros contextos porque, en cualquier conflicto, siempre hay una modesta y anónima pareja de enamorados cuyo dramático destino es una consecuencia de la Historia, aquella que parece protagonizada exclusivamente por los líderes de los bandos enfrentados.

La obra de José Sanchis Sinisterra aboga por la necesidad de mantener viva la memoria histórica personalizándola en quienes nos dejaron sin legarnos suficientes huellas para el recuerdo. Basta con su presencia fragmentaria y hasta azarosa para revitalizarla cuando media la voluntad de investigar y, sobre todo, conocer con el objetivo de comprender.

¡Ay, Carmela! también es una historia de amor. La palabra nunca aparece en las frecuentes discusiones que mantienen dos protagonistas contrapuestos y, al mismo tiempo, enamorados. La caracterización de Paulino supone el envés de la personalidad de Carmela. Gracias a ese contraste, con su inevitable conflicto no desprovisto de humor, asistimos entre interesados y divertidos a sus discusiones por los más variados motivos. Los diálogos aportan la necesaria tensión dramática, pero al escucharlos, más allá de las apariencias, percibimos que ambos están enamorados y se necesitan mutuamente.

Tal vez las mejores historias de amor sean aquellas donde nunca se pronuncia esa palabra porque el concepto lo percibimos latente. Paulino y Carmela discuten sobre lo divino y lo humano, incluso después de la muerte de ella. Solo porque están enamorados y quieren mantener viva esa relación. A Carmela le quitan la vida por su gesto de humanidad hacia otras víctimas. A Paulino le humillan como superviviente y le dificultan, condicionando incluso la intimidad de sus recuerdos, la memoria de quien ha dejado en una tumba condenada al anonimato.

Ambos, gracias a la exitosa obra de José Sanchis Sinisterra, vuelven una y otra vez a los escenarios para luchar contra quienes matan y humillan y, además, pretenden el olvido del pasado para asegurar la exculpación. Frente a esta actitud, solo cabe recurrir al conocimiento y la memoria con el objetivo de recuperar la historia de tantos Paulinos y Carmelas que tuvieron el derecho de enamorarse, vivir y discutir hasta el enfado porque en el fondo así se sentían juntos. También cercanos a nosotros cuando hacemos uso de una memoria compartida.

Nota: La presente entrada está destinada al alumnado de la asignatura dedicada al teatro español del siglo XX que imparto en la Universidad de Alicante y cualquier otro interesado por el tema. Para completar la información, también se puede consultar la entrada de este mismo blog publicada el 11 de diciembre de 2024: https://varietesyrepublica.blogspot.com/2024/12/teatro-y-cine-en-la-espana-del-siglo-xx.html.

Asimismo, se puede consultar la entrevista que hice a José Sanchis Sinisterra el 11 de noviembre de 2005, cuya transcripción se encuentra en el catálogo de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/entrevista-a-jose-sanchis-sinisterra-11112005--0/html/009d23e2-82b2-11df-acc7-002185ce6064_2.html#I_0_

 

 

viernes, 28 de noviembre de 2025

Mihura, el último comediógrafo


 

La cronología del teatro español durante el siglo XX incluye anomalías significativas porque ejemplifican los obstáculos que debieron sortear los autores innovadores. Valle-Inclán concluyó Luces de bohemia en 1924, pero nunca la vio representada y el estreno se pospuso cincuenta años. Federico García Lorca terminó La casa de Bernarda Alba en la primavera de 1936, apenas unas semanas antes de ser fusilado. El texto se conservó milagrosamente, pero la obra no se pudo ver en un escenario español hasta que Juan Antonio Bardem, casi treinta años después, se empeñó en hacerlo superando todo tipo de problemas. La presencia del teatro lorquiano en la cartelera, en realidad, no se normalizó hasta la década de los ochenta. Y Miguel Mihura, cultivando un género completamente distinto, tampoco tuvo suerte con la recepción de Tres sombreros de copa. Escrita en 1932, cuando era un joven obligado a guardar reposo por un problema de salud, el texto debió permanecer en un cajón hasta que veinte años después otros jóvenes con similares inquietudes lo desempolvaron para estrenarlo.

Estas circunstancias, que afectan a tres autores tan distintos como unánimemente reconocidos, ejemplifican los obstáculos para la renovación teatral y la búsqueda de la excelencia en los escenarios españoles del siglo XX. La censura y hasta la violencia represiva estuvieron presentes, pero también la incapacidad de los profesionales que podrían haber llevado a la escena estas obras y, por supuesto, la inercia de un público a menudo refractario a cualquier novedad. El balance es desolador, pero de obligado conocimiento para valorar la labor de unos dramaturgos expuestos a todo tipo de problemas y que, como mal menor, optaron por la libertad de la literatura dramática -la destinada al papel- ante las dificultades de cultivar el verdadero teatro.

Mihura, el último comediógrafo, del joven Adrián Perea, recrea con acierto una de esas anomalías. La puesta en escena de Tres sombreros de copa actualmente afronta el problema de un clásico empolvado por anteriores puestas en escena, demasiado literales y ajenas al espíritu rompedor con que fue concebida la obra. La opción de Adrián Perea, con la colaboración de Beatriz Jaén en la dirección, es recrear precisamente la motivación de Miguel Mihura a la hora de escribir un texto pronto rechazado por las compañías a causa de su alejamiento del canon comercial.

Miguel Mihura tenía por entonces la misma edad que ahora tiene Adrián Perea. Ambos jóvenes, tan alejados en el tiempo, comparten un anhelo generacional: buscar un teatro concebido como juego donde la frescura de la propuesta rompa con los convencionalismos, el lugar común y el tópico. Ahí, en esa dialéctica, radica la base de Tres sombreros de copa, donde también encontramos un ejemplo de autoficción por recrear un episodio biográfico del propio autor.

Hacia 1929, Miguel Mihura estuvo a punto de contraer matrimonio con una joven adinerada. Al igual que le ocurriera a Dionisio, el encuentro con una compañía de variedades y, en especial, con una joven bailarina de la misma, le llevó a la ruptura de la anterior relación. Dionisio al final de la comedia se casa o, al menos, parece dispuesto a hacerlo, pero ya no será nunca más el joven de las escenas iniciales. La semilla de la libertad que representa el contacto con Paula ha quedado en su interior y, probablemente, le llevará a la melancolía si no cae en el cinismo.

Miguel Mihura optó por el cinismo, en este y otros temas, como salvaguarda cuando dejó atrás lo que representaba Tres sombreros de copa. Así pudo iniciar una trayectoria creativa tan genial como productiva desde el punto de vista comercial. Sin embargo, veinte años después unos jóvenes con ansia de novedad y frescura le recordaron el espíritu renovador de su propia juventud. La propuesta de estrenar la comedia de 1932 le inquietó y se mostró escéptico en un principio. Poco después, y sin un entusiasmo impropio de su actitud vital, cedió porque en el fondo deseaba revivir la apuesta anticonvencional, aunque fuera como una especie de tregua frente a la realidad del teatro que por entonces escribía con acierto para el público más convencional. Incluso con huellas de su primera obra, como observamos en Maribel y la extraña familia, donde la convención queda derrotada sin la carga de profundidad observada en 1932.

La literalidad escénica de Tres sombreros de copa está tan vinculada a la ruptura en el humor que representó la generación del autor que ahora puede resultar ajena, distante y hasta extraña para un público no avezado en ese tipo de humorismo, cultivado por quienes también merecen figurar en la nómina generacional del 27. Sin embargo, Adrián Perea y Beatriz Jaén optan por ilustrar escénicamente un episodio fundamental para entender la historia teatral española del siglo XX y, además, buscan la raíz del mismo. Miguel Mihura, en la cama y añorante de un momento donde la libertad personal fue sinónimo de felicidad, escribe un texto ajeno a cualquier imperativo del teatro comercial. La apuesta es arriesgada, incluso inconsciente con respecto al supuesto absurdo como anticipo de otros movimientos teatrales, pero también vital.




El cinismo puede ser real sin dejar de suponer una máscara. Miguel Mihura nunca pretendió ser un tipo ejemplar. Su biografía desmiente cualquier intento en este sentido, pero al igual que su Dionisio en el fondo siempre añoraría el momento de libertad interrumpido por una realidad donde la continuidad de ese espíritu representaba una quimera.

El comediógrafo lo aceptó con resignación, fue un posibilista genial en sus posteriores creaciones y hasta con su actitud pública favoreció a los partidarios del lugar común y el tópico convencional. Las contradicciones de su trayectoria son notorias, pero en el fondo Miguel Mihura nunca dejó de simpatizar con un Dionisio que paga un precio del que todos tenemos conciencia y hasta evidencia. Por eso necesitamos a Paula, aunque solo sea como un soplo de aire fresco que termina echando al aire los tres sombreros de copa porque la vida continúa y la melancolía, tan justificada, no debe aniquilarnos.




Nota: La representación de la comedia de Adrián Perea en el Teatro Principal de Alicante el 22 de noviembre de 2025 fue el motivo de una clase práctica del curso de teatro español del siglo XX que imparto en la Universidad de Alicante. Para su realización por parte del alumnado, aporto a continuación los enlaces de unos materiales de trabajo:

https://elpais.com/babelia/2025-06-06/mihura-el-ultimo-comediografo-o-como-quitarle-el-polvo-al-humor-de-hace-un-siglo.html

https://www.elconfidencial.com/cultura/2025-05-30/mihura-ultimo-comediografo-adrian-perea-beatriz-jaen_4137659/

https://revistateatros.es/actualidad/estreno-absoluto-de-la-comedia-mihura-el-ultimo-comediografo/

https://www.informacion.es/opinion/2025/11/24/encanto-124045040.html

https://www.larazon.es/cultura/teatro/melancolico-autor-tres-sombreros-copa_20250522682eca4654e3973a601eebeb.html

https://carlosbe.net/2025/05/31/critica-mihura-el-ultimo-comediografo/

https://www.lavanguardia.com/sociedad/20250518/10693522/nave-10-matadero-estrena-semana-mihura-ultimo-comediografo-biografia-sentimental-miguel-mihura-agenciaslv20250518.html

https://www.elespanol.com/el-cultural/blogs/stanislavblog/20250609/mihura-ultimo-comediografo-alocada-comedia-joven-autor-maestro-genero/1003743795708_12.html

https://www.abc.es/cultura/teatros/mihura-ultimo-comediografo-historia-detras-estreno-tres-20250521054916-nt.html?ref=https%3A%2F%2Fwww.abc.es%2Fcultura%2Fteatros%2Fmihura-ultimo-comediografo-historia-detras-estreno-tres-20250521054916-nt.html


Realizada la práctica, incluyo el texto de la alumna que ha obtenido la máxima calificación:

MIHURA, EL ÚLTIMO COMEDIÓGRAFO

Ainara Sedeño Pérez

El pasado 22 de noviembre de 2025 tuvimos el enorme placer de asistir al Teatro Principal de Alicante para disfrutar de Mihura, el último comediógrafo, animados por nuestro profesor Juan Antonio Ríos Carratalá con el fin de realizar una clase práctica asistiendo al teatro.

En Mihura, el último comediógrafo se traslada al escenario algunos de los aspectos más significativos de la biografía de Miguel Mihura (1905-1977), pues Adrián Perea, bajo la dirección de Beatriz Jaén, recupera el texto de Tres sombreros de copa, comedia escrita en 1932 y olvidada durante dos décadas antes de convertirse en uno de los textos fundamentales del teatro contemporáneo en España. Este retraso en su reconocimiento no fue un caso aislado, sino que era a lo que acostumbraban los dramaturgos de la época, ya que fueron muchos los autores del momento que, con un enorme talento, vieron cómo sus obras eran relegadas por un teatro fiel a los convencionalismos.

Es precisamente esta tensión entre la libertad creadora y las limitaciones del teatro comercial la que articula Mihura, el último comediógrafo. Adrián Perea propone con ella una reflexión escénica sobre el origen de Tres sombreros de copa y sobre algunos capítulos de la etapa de juventud de Mihura, quien se ve impedido a frecuentar los círculos profesionales de sus coetáneos a causa de su enfermedad. A pesar de ello, escribió una obra que rompía por completo con el humor tradicional, buscando cierta renovación y ruptura que desafió los tópicos y las normas a las que se arraigaba el teatro de su tiempo.

La vida de Miguel Mihura se refleja en Tres sombreros de copa, donde la biografía del autor dialoga con los personajes que creó. Es por ello por lo que la experiencia personal de Mihura se traslada de manera directa a la figura de Dioniso, un muchacho atrapado entre la comodidad de un matrimonio convencional con Margarita y la sacudida que supone la aparición de Paula en su vida, una bailarina que encarna la libertad y espontaneidad a la que renunciaba en su matrimonio. Asimismo, el excéntrico reparto de artistas que acompañan a Paula representan ese mundo alternativo que Mihura conoció de primera mano y simbolizan en conjunto la irrupción de lo inesperado en una existencia marcada por el deber. Esta tensión entre el deber y el deseo que atravesó a Mihura se traslada a Dioniso, quien se convierte en una imagen del joven Mihura y, como él, muestra cómo su vida se transforma con el paso de Paula en ella. 

En este sentido, la propuesta de Perea se aleja de las puestas en escenas que han representado Tres sombreros de copa de manera literal, pues opta por recrear las circunstancias en las que el texto se gestó. Así, la anécdota que inspiró la escritura de Tres sombreros de copa, el encuentro con una bailarina que le llevó a romper su relación con una mujer adinerada, se convierte en metáfora de la irrupción de la libertad en la vida de un Mihura, quien se ve impedido entre el deber y el deseo, la convención y la autenticidad. Esta ambigüedad o tensión es abordada por Perea y Jaén sin recurrir a la «hagiografía» en el sentido de ser una biografía excesivamente elogiosa, aunque incorporan cierto añadido hacia la conclusión de la obra, en la que un Mihura envejecido se reencuentra con aquella bailarina que inspiró a Paula, que proyecta una imagen ciertamente entrañable del autor que no corresponde a la del Mihura histórico. Del mismo modo, su papel durante la Guerra Civil se ve omitido y minimizado en la obra teatral. Esta ambigüedad permite jugar con la autoficción tejiendo un relato donde vida, teatro y memoria se superponen creando una totalidad homogénea que atrapa al espectador durante la totalidad de la representación.

Mihura, el último comediógrafo funciona como un doble homenaje, ya que, mientras que por un lado devuelve a un autor que, sin pretenderlo, revolucionó el humor escénico y anticipó los rasgos que más tarde determinarían el teatro del absurdo; por otro, homenajea a aquellos jóvenes cómicos y profesionales ilusionados que, veinte años más tarde, liberaron el texto de Tres sombreros de copa con su espíritu libretista y rompedor que le otorgó Mihura y ellos, sin ningún tipo de miedo, vieron en él todo un potencial que aseguraría el éxito en su estreno. No obstante, estos jóvenes aficionados tuvieron que enfrentarse a un Mihura que veía en la obra cierto escepticismo tras las críticas que recibió con su escritura. Por ello, la obra capta de una manera entrañable ese momento de duda, de inseguridad y de ilusión, donde las risas, la pasión y los sueños incumplidos se combinan en un relato vitalista y melancólico.

Del mismo modo, la obra plantea cierta consideración sobre la escritura como forma de resistencia, ya sea frente al mercado, frente a la tradición, frente a las expectativas sociales, frente a un teatro que premia lo convencional, e incluso frente al paso del tiempo. Este hilo temático es lo que permite vincular la trayectoria de Mihura con la de los autores contemporáneos, quienes, como Perea, siguen cuestionándose por el lugar del teatro innovador en un contexto donde el riesgo no siempre es bien recibido.

En Mihura, el último comediógrafo, desde una perspectiva biográfica y metateatral, no sólo se rescata a un autor injustamente relegado durante años, sino que la obra nos permitió comprender las tensiones creativas y vitales que dieron origen a Tres sombreros de copa, obra clave del teatro español, al entrelazar la vida de Mihura con su teatro bajo una mirada sensible y lúcida que explicita la valentía de desafiar lo establecido. Así, se nos regaló una experiencia enriquecedora donde la curiosidad se combinaba con la risa, la ternura y las pasiones que nos contagiaban todos y cada uno de los personajes, trasladándonos a la espontaneidad y los desequilibrios de la vida de Mihura. En definitiva, esta experiencia no solo enriqueció nuestro conocimiento académico, sino que también reforzó la importancia de acercarnos al teatro para entender plenamente la fuerza transformadora de sus historias, ya que Mihura, el último comediógrafo nos permitió observar cómo las voces del pasado conviven con las del presente y cómo en esa miscelánea el teatro continúa siendo refugio para la libertad y la creación.


lunes, 24 de noviembre de 2025

Miguel Hernández en los escenarios


 El 27 de enero de 2024 tuve la fortuna de ver el espectáculo Federico García en el Teatro Principal de Alicante. La «biografía sonora y visual» del poeta granadino puesta en escena por Pep Tosar y Evelyn Arévalo me entusiasmó como espectador. Y, como historiador del teatro, me sorprendió la combinación de la música, el baile y la palabra con un documental donde intervenían dos excelentes colegas: Mario Hernández y Domingo Ródenas. Al terminar la representación, los miembros del jurado de los premios José Estruch compartimos el mismo entusiasmo y, si la obra no resultó premiada esa temporada, tan solo fue porque en la categoría correspondiente había otra con méritos similares cuya valoración mereció una igualada votación.

La memoria de aquel espectáculo ha perdurado en mis clases, donde suelo ejemplificar las nuevas posibilidades del teatro gracias a la presencia de imágenes grabadas, incluso de un documental a base de entrevistas como es el caso, en un diálogo escénico hasta hace poco impensable. La conclusión parece obvia: Pep Tosar y Evelyn Arévalo habían abierto un camino por donde otros poetas o literatos podían discurrir con similares garantías de interesar a un público dispuesto a disfrutar mientras conoce mejor un legado como el lorquiano.




La vida depara sorpresas. Hace unos meses recibí una llamada de Pep Tosar anunciándome el montaje de un nuevo espectáculo dedicado en esta ocasión a Miguel Hernández. Por entonces estaba en la fase de documentación y consultas bibliográficas, que es previa a la dramaturgia. Otros compañeros ya le habían aportado información biográfica acerca del poeta y Pep quería completarla con lo sucedido en torno al consejo de guerra que le condenó a muerte. Se lo expliqué, le mandé la edición facsímil de 2022 y le indiqué cómo tramitar, si fuera necesaria, la autorización para utilizarla en el espectáculo teatral.



Pep Tosar

La colaboración se completó el pasado mes de septiembre cuando grabé una entrevista en Orihuela sobre distintos aspectos de la biografía de Miguel Hernández. La misma aparecerá junto a las de otros compañeros y amigos que, desde siempre, han dedicado buena parte de su labor investigadora al poeta oriolano: José Carlos Rovira, Carmen Alemany, Aitor Larrabide, José Luis Vicente Ferris, Jesucristo Riquelme… Sus publicaciones hernandianas han sido referencias inexcusables para mi tardía aportación, que se centra en un aspecto tan concreto como es el consejo de guerra. Del resto, de la obra y la vida de Miguel Hernández, todos ellos me han enseñado y lo agradezco, al igual que hiciera en otras ocasiones tras conocer el testimonio de Lucia Izquierdo, la nuera del poeta con la que ese mismo mes compartí una inolvidable sesión en el Parlamento Europeo.

Ahora, al cabo de unos meses de trabajo, el espectáculo ya se encamina hacia su estreno y con él, a modo de broma, vendrá mi «debut teatral», que llega tras más de cincuenta años en el patio de butacas como espectador. La noticia me ilusiona, pero sobre todo comparto la ilusión de que la obra y la vida de Miguel Hernández tengan un tratamiento escénico como aquel de García Lorca que me entusiasmó.

Mi modesta contribución será recoger en la presente entrada del blog aquellas referencias periodísticas que den cuenta del nuevo espectáculo desde su estreno. Algunas han aparecido previamente y con ellas iniciamos la recopilación. Otras muchas se sucederán y las iremos enlazando como una muestra de agradecimiento por la oportunidad de llevar a los escenarios lo investigado acerca de un consejo de guerra como los sufridos por tantos escritores y periodistas republicanos.

https://www.contraproducions.com/espectaculo/vientos-del-pueblo/

https://www.teatreprincipal.com/es/ficha/detalle/960/vientos-del-pueblo/

https://www.auditoricornella.com/es/programacion/c/4690-vientos-del-pueblo.html

https://www.instagram.com/reel/DRrhqQ7jIg5/