De la Standard Eléctrica
al Bazar de Justiniano
Concepción Santalla
Nistal (1909-2004) tuvo tiempo y libertad de sobra para relatar sus peripecias
en la Standard Eléctrica, cuando en marzo de 1937 fue nombrada «corresponsal
obrera» de la misma en Mundo Obrero. Por entonces, esta mujer casada de
cuyo marido nada sabemos destacó por su capacidad para expresarse, tanto
oralmente como por escrito. Sus compañeros de fábrica la animaron a participar
en la vida política y sindical. Concha volvió a militar en la UGT de la que
había salido en 1934, se afilió a las JSU llegando a ocupar el cargo de
«secretaria femenina» para pasar a principios de 1937 al PCE, al tiempo que
participaba en el Socorro Rojo Internacional, la Agrupación de Mujeres
Antifascistas, la Alianza de Intelectuales Antifascistas -supongo que por su
condición de periodista- y los Amigos de la Unión Soviética.
Dado ese currículo
militante, parece lógico que Concepción Santalla Nistal interviniera como una
obrera en mítines junto a La Pasionaria (La Libertad y El Sol, 11-IV-1937)
y formara parte del comité provincial del PCE (El Sol, 13-IV-1937).
También concedió entrevistas en la prensa comunista en su calidad de
representante de la Standard Eléctrica, una fábrica por entonces dedicada a la
industria bélica (El Sol, 17-VI-1937). La madrileña asimismo acudió a
los frentes de la capital para animar a los milicianos (Ahora, 11-IX-1937)
y, poco antes de terminar la guerra, fue la primera mujer que participó en la
junta directiva de la APM, concretamente en la presidida por el pronto fusilado
Javier Bueno (La Libertad, 18-I-1939). En marzo de ese año resultó
detenida por los golpistas del coronel Casado, pero la dejarían libre antes de
llegar las tropas franquistas.
La trayectoria de la
militante comunista es destacada y, comprobado que su nombre no aparece entre
los exiliados, cabía esperar que Concepción Santalla Nistal acabara procesada
en un consejo de guerra. La búsqueda en este sentido ha resultado infructuosa.
Al margen del deliberado silencio mantenido por una protagonista que quiso
difuminar esa etapa biográfica, así se deduce de la frustrada entrevista
telefónica que en 1997 mantuvo con mi colega Juan Carlos Mateo, la explicación
la encontramos en el voluminoso sumario 109.493 del AGHD.
Concepción Santalla
Nistal fue consciente del peligro que corría en el Madrid de la Victoria y
consiguió trasladarse a Mansilla de las Mulas (León), donde vivía su madre
junto con otros familiares. Allí pasó los meses más duros de la represión sin
que nadie la molestara, a pesar de lo sospechosa que sería la llegada de una
mujer procedente de Madrid. El alcalde ni siquiera supo de su existencia y el
comandante de la Guardia Civil el 28 de febrero de 1942 testifica que tuvo una
buena conducta en el pueblo. Así hasta que, para solventar su precariedad
económica, en septiembre de 1939 consiguió un empleo como taquimecanógrafa en
un almacén de accesorios de coches y bicicletas de la capital leonesa.
La madrileña de treinta
años debió sentirse aliviada al esquivar la represión que se cebó con sus
camaradas sin despertar sospechas por su condición de mujer casada que vivía
sola y buscaba trabajo. La casualidad quiso, según su primera declaración en el
citado sumario, que encontrara por las calles leonesas a Concha del Río
Álvarez, a la que conocía de los tiempos en el comité provincial del PCE
madrileño. Ambas reanudaron la amistad y se instalaron en una misma vivienda.
La declarante reconoce que hablaban de su militancia común, pero siempre en
tiempo pasado y a modo de recuerdo. Así hasta que aparece el novio de su amiga,
Valeriano García Marquina, un camarada capaz de convencerla para que en la
primavera de 1941 dejara el empleo en el taller y se trasladara a San
Sebastián, donde le esperaba otro en el Bazar de Justiniano que regentaba
Liberto Llorca Pardo. En realidad, el local era una tapadera de la organización
comunista de aquella capital y su propietario pronto resultaría condenado a
quince años de reclusión mayor.
Tras llegar a la capital
guipuzcoana, Concepción Santalla Nistal pasó a ser viajante de comercio con
destino en Asturias y Galicia. Ambas regiones fueron los destinos de su primer
recorrido comercial. Al volver por un nuevo muestrario del bazar, Valeriano
García Marquina le explicó que la verdadera finalidad de su trabajo era
establecer contactos con los comunistas asturianos y gallegos para saber si
seguían vivos o en libertad. La misión de Concha era «enlazar unas regiones con
otras, aprovechando la movilidad de su profesión y las pocas sospechas que
despertaría». Su condición de viajante tal vez no la hiciera sospechosa a los
ojos de la Brigada Político Social, aunque la femenina lo era de sobra para una
labor profesional ejercida casi exclusivamente por hombres. La misión estaba
condenada al fracaso como tantas otras coetáneas cuya pretensión era la
reconstrucción, o la supervivencia, del PCE en unas durísimas condiciones de
clandestinidad.
La militante Concepción
Santalla Nistal debió ser mujer de carácter, aceptó el arriesgado encargo de
quien terminaría fusilado y se trasladó hasta Redondela y Vigo, donde
estableció diversos contactos cuya finalidad era la de saberse vivos, aunque
perseguidos y abocados a una próxima caída. Al volver a San Sebastián, Concha
descubrió que la Brigada Político Social ya sabía del Bazar de Justiniano y el
domicilio donde convivía con Valeriano, su novia y otra militante conocida de
los tiempos en el comité provincial, Manolita del Arco Palacios, era un lugar
bajo vigilancia. De hecho, la citada inquilina también fue condenada poco
después a resultas de otro sumario (AGHD, 111.601).
Las detenciones de la
Brigada Político Social habían desarticulado aquella célula que intentaba la
reconstrucción del PCE en las tierras vascas y la viajante hizo uso de su
condición para encaminarse de nuevo a Mansilla de las Mulas. Sin embargo,
alguien debió cantar su nombre y el 28 de enero de 1942 fue detenida en la
estación de Miranda del Ebro. Su calvario, similar al de tantos militantes
comunistas, comenzó ese día al verse Concha incluida en un sumario con
veintisiete procesados, de los cuales siete acabaron fusilados en el madrileño
cementerio del Este a las siete treinta de la mañana del 16 de diciembre de
1942.
Uno de los fusilados era
Valeriano, de treinta y tres años y el novio de Concha del Río Álvarez. Así lo
certificó el teniente médico Ángel Tafalla González, que realizó el mismo
trámite para dar cuenta de los fusilamientos de Antonio Quirós Expósito, de treinta
y tres, Jesús Ugalde Baztán, de treinta y uno, Félix Miñón Merino, de treinta y
cuatro, Luis Fernández García, de treinta y cuatro, Luciano Saldaña Urquía, de
veinticinco y Realino Fernández López, el mayor de los fusilados aquella
madrugada por tener treinta y nueve años. Las profesiones de los ejecutados por
atentar contra la seguridad del Estado, de acuerdo con la ley del 29 de marzo
de 1941, eran confitero, albañil, peluquero, metalúrgico, practicante y, en dos
casos, perito mercantil.
El extenso sumario
109.493 de casi dos mil folios que incluyó otras condenas hasta completar las
veintisiete se tramitó con rapidez. El general honorífico Jesusaldo de la
Yglesia Rosillo (1869-1964), titular del Juzgado Especial de Espionaje «y otras
actividades marxistas», con jurisdicción en todo el territorio nacional desde
el 11 de junio de 1940, era tan tradicional que la Y de su apellido nunca debe
ser reemplazada por una plebeya I. El anciano que sirvió a la Patria durante
ochenta años, tres meses y trece días, sin contar el período de su permanencia
en Filipinas, nunca tuvo el debido reposo para estudiar la carrera de Derecho,
al igual que su sucesor el coronel Eymar Fernández, según el
magistrado Juan José del Águila. https://historia-hispanica.rah.es/biografias/23980-jesualdo-iglesia-rosillo. Sin embargo, a los setenta y tres años era un
anciano tan implacable como eficaz. A la vista de otros casos ya abordados en
mis estudios, su anticomunismo perduró más allá de la edad de
haber pasado a la reserva, circunstancia que impidió la publicación de sus
últimos nombramientos en el BOE.
El consejo de guerra
Una vez detenida en
Miranda del Ebro, Concepción Santalla Nistal fue interrogada por la Brigada
Político Social y pasó a la cárcel de Las Ventas, pues todo lo relacionado con
este sumario se centralizó en Madrid. El 21 de febrero de 1942, el general Jesusaldo
de la Yglesia Rosillo la llamó a declarar. La procesada, aunque colaboró en la
aclaración de lo sucedido, se mostró menos explícita a la hora de dar los
nombres de quienes la habían acompañado durante los meses de clandestinidad. La
probable ausencia de torturas en la sede judicial moderó su espíritu
colaborador, que habría sido forzado ante los policías de la primera
declaración.
Concepción Santalla
Nistal reconoce su presencia en la redacción de Mundo Obrero. Allí
cobraba diez pesetas diarias, que era una retribución modesta para la época,
aunque probablemente la completara con su trabajo en la Standard Eléctrica. La
declarante atribuye esa presencia a la presión de los compañeros de la fábrica
y niega haber escrito artículos de contenido político, pues se limitó a «contar
las condiciones laborales de las mujeres». Es decir, eran artículos provistos
de ese contenido político, al menos de acuerdo con los parámetros de aquella
jurisdicción militar. La madrileña oculta su colaboración como reportera en Estampa
y su presencia en la junta directiva de la APM. Afortunadamente para ella,
el Juzgado Militar de Prensa ya estaba disuelto por entonces y nadie completó
la información acerca de sus actividades periodísticas.
La declarante manifiesta
haber ganado unas cuatrocientas o quinientas pesetas mensuales como viajante,
pero nunca cotizó a favor del PCE porque, aunque «inconscientemente se ha ido
metiendo en estas actividades del partido», se limitó a establecer los contactos
que reseñó en la anterior declaración. La ancianidad del general Jesusaldo de
la Yglesia Rosillo no suponía blandura y la devolvió a la prisión de Las Ventas
con la acusación de haber participado en la reorganización del PCE.
El 22 de junio de 1942,
el juez instructor redacta un extenso informe acerca de los veintisiete
procesados. Al llegar a lo relacionado con Concepción Santalla Nistal, se
limita a resumir sus declaraciones y recopila lo fundamental de los informes
solicitados. Los mismos «dicen que tiene buena conducta y en la hoja de
depuración de la fábrica donde prestó sus servicios se hace constar que es
comunista, que asistía a asambleas y cobraba, habiendo sido propagandista y
colaboradora de Mundo Obrero durante la guerra, careciendo de
antecedentes penales».
El 14 de octubre de 1942,
el fiscal pide treinta años de reclusión mayor para la militante comunista y
una semana después le leen los cargos en la prisión de Las Ventas. La acusación
se centra en la misión de enlace de los comunistas vascos con los gallegos y
asturianos, prescindiendo de sus actividades durante la Guerra Civil. Esta
circunstancia retrasaría su indulto años después.
El 3 de noviembre de 1942
tiene lugar el consejo de guerra bajo la presidencia del comandante Carlos -o
Marcos, según los documentos- Lobato Castillo. A pesar de la dureza de una
sentencia dictada en una mañana y que incluye siete condenas a muerte, el tribunal
solo condena a cinco años de reclusión a Concepción Santalla Nistal. La rebaja
con respecto a lo pedido por la fiscalía es tan notable que induce a pensar en
alguna circunstancia carente de huellas documentales en el sumario.
El auditor recaló
inmediatamente en esa rebaja y el 26 de noviembre establece, sin argumentos
jurídicos para la modificación, una pena de treinta años de reclusión mayor
para la militante madrileña. El capitán general de la I Región Militar la
confirma el 15 de diciembre por un delito contra la seguridad del Estado,
previsto y penado en la ley de 29 de marzo de 1941. Por lo tanto, la fecha de
la extinción de la condena quedó establecida para el 28 de enero de 1972. Por
aquel entonces, Concepción Santalla Nistal habría sido una anciana asombrada al
salir a la calle y ver a las jóvenes con minifalda.
La militante madrileña no
debió esperar tantos años en la cárcel. El 24 de mayo de 1947, se acoge al
Decreto del 9 de octubre de 1945 y solicita el indulto «por tener necesidad de
cuidar y mantener con su trabajo a su madre, anciana de sesenta y ocho años,
que se encuentra completamente sola por carecer de otros parientes». El 24 de
junio el auditor remite al fiscal la petición para el correspondiente informe,
que es negativo porque los hechos delictivos eran posteriores al 1 de abril de
1939. El 14 de julio el auditor deniega el indulto y una semana después el
capitán general de la I Región Militar ratifica la decisión. Del destino de la
anciana madre, probablemente en Mansillas de las Mulas, nada sabemos.
La vía para el indulto
quedó cerrada, pero la benevolencia de S.E. el Jefe del Estado, siempre atento
a estas medidas de gracia según sus hagiógrafos, permitió que el 30 de
diciembre de 1948 Concepción Santalla Nistal fuera indultada. La excarcelación
de Las Ventas tuvo lugar el 19 de enero. Es decir, la madrileña sufrió siete
años de reclusión por haber servido de enlace para los comunistas vascos,
aunque solo fuera para saber que los camaradas gallegos y asturianos seguían
vivos.
Visto lo sucedido y que
siete compañeros nunca pudieron acogerse al cabo de los años a la benevolencia
del S.E. el Jefe del Estado, parece comprensible que la militante renunciara a
su pasado, quedara espantada para el resto de sus días y procurara difuminar su
presencia en aquella barbarie de la Victoria. La actitud humana de la anciana
Concha merece el respeto, pero los historiadores estamos obligados a contar lo
sucedido con aquellos treintañeros que siendo confiteros, peluqueros y peritos
mercantiles acabaron ejecutados por atentar contra la seguridad del Estado.
También con aquella militante que, por tener don de palabra y escritura,
apareció en la prensa como «corresponsal obrera» dispuesta a dar cuenta de las
condiciones laborales de otras mujeres. La realidad documentada de aquel drama
merece el respeto de la memoria, que se traduce en un testimonio para la
reflexión acerca de la violencia empleada por los artífices de la Victoria
cuando se trataba de juzgar al «enemigo» en una interminable guerra.


