lunes, 2 de septiembre de 2024

El Escorial y los marcianos


 

Hace años, mi colega Enrique Giménez me explicó que, para motivar al alumnado, comenzaba el curso preguntándose si la construcción del monasterio de El Escorial había sido obra de los marcianos. Gracias a unas reconocidas dotes de interpretación desde los tiempos en que le calificaran como «el Marcello Mastroianni alicantino», el catedrático de Historia mantenía el interrogante durante el tiempo preciso para provocar inquietud entre quienes creían asistir a un programa de Iker Jiménez. Justo a continuación, a modo de jarro de agua fría, desmentía la hipótesis dejándola en la categoría de ocurrencia y daba paso a las explicaciones propias del reinado de Felipe II.

La experiencia de los colegas que nos han precedido es la madre de la ciencia, al menos de la pedagógica que conozco y pongo en práctica. Con algunas variantes y adaptada a un curso de historia de la literatura, la táctica me ha servido para provocar el interés del alumnado. El objetivo, tan complejo, justifica cualquier recurso, incluso la emulación de alguien tan poco fiable como el del cuarto milenio. Puestos a quedarme intrigado, sin dar paso al bulo, yo prefería las fantasiosas historias de Jiménez del Oso.

Sin embargo, hablando con los colegas, nunca he encontrado la forma de dialogar racionalmente con el alumnado terraplanista, aquel que -ante una foto del globo terráqueo- considera la imagen como una tergiversación de la realidad. A partir de ese momento, todo se complica. De nada sirve pedirle que aporte la imagen alternativa. No la tienen, pero ejemplifican una fe a prueba de evidencias. En definitiva, la realidad apenas importa a ese alumnado pendiente de la basura que inunda las redes sociales.

A los terraplanistas debemos sumar los despistados y aquellos que, si han imaginado un curso alternativo, no pueden admitir la explicación del temario oficial. Los primeros son almas de cántaro que merecen una sonrisa y una aclaración. Apenas molestan, pero los segundos son capaces de echarte en cara que, como historiador, solo te intereses por el pasado. La acusación no admite réplica racional y requiere una paciencia beatífica.

La obviedad debe ser reconocida. Como historiador de la cultura, solo me interesa el pasado y sus protagonistas. Al margen de las clases, podría decantarme por la actualidad cultural, pero en tal caso trabajaría como periodista y, si me pagan, no es precisamente por dar noticias de última hora.

El alumnado terraplanista es una minoría pronto diluida en el ámbito universitario, donde al final prevalece la racionalidad. Sin embargo, en otros espacios colectivos y no digamos en los virtuales, esa racionalidad ni está ni se la espera. La circunstancia se concreta de múltiples maneras, pero caracteriza especialmente a quienes despotrican contra los historiadores porque nos interesa una historia a la que no dejamos «en paz».

La razón les ampara. No la dejamos en paz porque es el objetivo de nuestra tarea profesional. El problema radica en que esta gente estaría más tranquila si los historiadores -fundamentalmente, «los progres»- estuviéramos vetados. De hecho, apoyan o propician cualquier iniciativa para concretar ese veto mediante la censura, la coacción, el insulto y el acoso. También con la descalificación o la burla como paso previo para presentar una historia convertida en una suma de ocurrencias al servicio de la reafirmación de sus prejuicios. El diálogo con esta gente, por desgracia, es un imposible. Solo resta mantener la paciencia y seguir adelante.

El curso comienza con renovadas fuerzas. Aunque la jubilación está cerca, todavía me ilusiona iniciar las clases tras cuarenta y dos años de profesor universitario. Y lo hago con recursos nuevos para mejorar la docencia y favorecer la difusión de la tarea investigadora.




Gracias a mi hijo, estreno una web renovada donde cualquier interesado encontrará información sobre mis libros e investigaciones. En 2025, «Dios mediante», aparecerá un nuevo volumen de la trilogía dedicada a los consejos de guerra de periodistas y escritores, así como artículos sobre los mecanismos de represión durante el franquismo, el cincuentenario del fallecimiento del general Franco, la obra de Antonio Buero Vallejo, el ambiente cultural durante el otoño de 1975… Algunos ya están entregados y otros los redactaré a lo largo de los próximos meses, esperando la oportunidad de volver a mi tema favorito: el humor en la ficción.

Al mismo tiempo, este veterano blog tendrá nuevas utilidades. Las 765 entradas publicadas cuentan con 142768 visitas. La cifra global, que cambia de día a día, supone una media de 193 visitas por entrada, dándose la peculiaridad de que la misma se ha triplicado durante los dos últimos cursos. Los números son modestos, pero acostumbro a dar clase a unas pocas decenas de alumnos. En comparación, el blog me convierte en un «influencer».

Aparte de los temas relacionados con la investigación, durante el curso publicaré entradas sobre las obras explicadas en mis clases. El objetivo es facilitar un nuevo material bibliográfico al alumnado y, sobre todo, incitar a que el mismo escriba acerca de lo que estudia.

En definitiva, el curso lo inicio con renovados ánimos, la ilusión de poder defenderme el próximo mes de octubre tras cinco años de acoso y la voluntad, como historiador, de seguir pendiente de la historia. Algunos recurren al tópico de pasar la página. La razón no les falta en ocasiones, pero siempre después de haberla leído sin obviar lo significativo, aunque nos inquiete o pueda molestar a terceros. En caso contrario, nunca pasaremos la página de verdad y hasta volveremos a otra anterior por culpa de nuestra torpeza.

 

 

 

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