Hace años, mi colega
Enrique Giménez me explicó que, para motivar al alumnado, comenzaba el curso
preguntándose si la construcción del monasterio de El Escorial había sido obra de los
marcianos. Gracias a unas reconocidas dotes de interpretación desde los tiempos
en que le calificaran como «el Marcello Mastroianni alicantino», el catedrático
de Historia mantenía el interrogante durante el tiempo preciso para provocar
inquietud entre quienes creían asistir a un programa de Iker Jiménez. Justo a
continuación, a modo de jarro de agua fría, desmentía la hipótesis dejándola en
la categoría de ocurrencia y daba paso a las explicaciones propias del reinado
de Felipe II.
La experiencia de los
colegas que nos han precedido es la madre de la ciencia, al menos de la
pedagógica que conozco y pongo en práctica. Con algunas variantes y adaptada a
un curso de historia de la literatura, la táctica me ha servido para provocar
el interés del alumnado. El objetivo, tan complejo, justifica cualquier
recurso, incluso la emulación de alguien tan poco fiable como el del cuarto
milenio. Puestos a quedarme intrigado, sin dar paso al bulo, yo prefería las
fantasiosas historias de Jiménez del Oso.
Sin embargo, hablando con
los colegas, nunca he encontrado la forma de dialogar racionalmente con el
alumnado terraplanista, aquel que -ante una foto del globo terráqueo- considera
la imagen como una tergiversación de la realidad. A partir de ese momento, todo
se complica. De nada sirve pedirle que aporte la imagen alternativa. No la
tienen, pero ejemplifican una fe a prueba de evidencias. En definitiva, la
realidad apenas importa a ese alumnado pendiente de la basura que inunda las
redes sociales.
A los terraplanistas debemos
sumar los despistados y aquellos que, si han imaginado un curso alternativo, no
pueden admitir la explicación del temario oficial. Los primeros son almas de
cántaro que merecen una sonrisa y una aclaración. Apenas molestan, pero los
segundos son capaces de echarte en cara que, como historiador, solo te
intereses por el pasado. La acusación no admite réplica racional y requiere una
paciencia beatífica.
La obviedad debe ser
reconocida. Como historiador de la cultura, solo me interesa el pasado y sus
protagonistas. Al margen de las clases, podría decantarme por la actualidad
cultural, pero en tal caso trabajaría como periodista y, si me pagan, no es
precisamente por dar noticias de última hora.
El alumnado terraplanista
es una minoría pronto diluida en el ámbito universitario, donde al final
prevalece la racionalidad. Sin embargo, en otros espacios colectivos y no
digamos en los virtuales, esa racionalidad ni está ni se la espera. La
circunstancia se concreta de múltiples maneras, pero caracteriza especialmente a
quienes despotrican contra los historiadores porque nos interesa una historia a
la que no dejamos «en paz».
La razón les ampara. No
la dejamos en paz porque es el objetivo de nuestra tarea profesional. El
problema radica en que esta gente estaría más tranquila si los historiadores -fundamentalmente,
«los progres»- estuviéramos vetados. De hecho, apoyan o propician cualquier
iniciativa para concretar ese veto mediante la censura, la coacción, el insulto
y el acoso. También con la descalificación o la burla como paso previo para
presentar una historia convertida en una suma de ocurrencias al servicio de la
reafirmación de sus prejuicios. El diálogo con esta gente, por desgracia, es un
imposible. Solo resta mantener la paciencia y seguir adelante.
El curso comienza con
renovadas fuerzas. Aunque la jubilación está cerca, todavía me ilusiona iniciar
las clases tras cuarenta y dos años de profesor universitario. Y lo hago con
recursos nuevos para mejorar la docencia y favorecer la difusión de la tarea
investigadora.
Gracias a mi hijo, estreno
una web renovada donde cualquier interesado encontrará información sobre mis
libros e investigaciones. En 2025, «Dios mediante», aparecerá un nuevo volumen
de la trilogía dedicada a los consejos de guerra de periodistas y escritores,
así como artículos sobre los mecanismos de represión durante el franquismo, el
cincuentenario del fallecimiento del general Franco, la obra de Antonio Buero
Vallejo, el ambiente cultural durante el otoño de 1975… Algunos ya están
entregados y otros los redactaré a lo largo de los próximos meses, esperando la
oportunidad de volver a mi tema favorito: el humor en la ficción.
Al mismo tiempo, este
veterano blog tendrá nuevas utilidades. Las 765 entradas publicadas cuentan con
142768 visitas. La cifra global, que cambia de día a día, supone una media de
193 visitas por entrada, dándose la peculiaridad de que la misma se ha
triplicado durante los dos últimos cursos. Los números son modestos, pero
acostumbro a dar clase a unas pocas decenas de alumnos. En comparación, el blog
me convierte en un «influencer».
Aparte de los temas
relacionados con la investigación, durante el curso publicaré entradas sobre
las obras explicadas en mis clases. El objetivo es facilitar un nuevo material
bibliográfico al alumnado y, sobre todo, incitar a que el mismo escriba acerca
de lo que estudia.
En definitiva, el curso
lo inicio con renovados ánimos, la ilusión de poder defenderme el próximo mes
de octubre tras cinco años de acoso y la voluntad, como historiador, de seguir
pendiente de la historia. Algunos recurren al tópico de pasar la página. La
razón no les falta en ocasiones, pero siempre después de haberla leído sin
obviar lo significativo, aunque nos inquiete o pueda molestar a terceros. En
caso contrario, nunca pasaremos la página de verdad y hasta volveremos a otra
anterior por culpa de nuestra torpeza.
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