sábado, 7 de septiembre de 2024

La conveniencia de pegar la hebra, aunque sea en silencio


 

Luis Landero. Fuente: Wikipedia


La conversación tiene su arte y, cuando no se puede participar directamente en la misma, la asistencia como espectador también satisface. Todavía recuerdo las charlas con personas tan distintas como Rafael Azcona y Pepe Rubianes para preparar los libros que les dediqué. Asimismo, disfruté con directores de cine como Luis G. Berlanga, Juan A. Bardem, José Luis García Sánchez, Mario Camus… y muchos escritores con los que he mantenido conversaciones por motivos profesionales o de amistad.

La satisfacción por una buena charla no depende de la relevancia social o cultural del interlocutor. También disfruto con personas que me rodean por diversos motivos, desde los laborales hasta los propios de una vecindad siempre más amable si median el saludo, el intercambio de palabras y, en definitiva, el contacto que humaniza cualquier experiencia.

La tecnología puede aborregarnos o hacernos felices sin necesidad de fomentar el espíritu gregario. La opción depende de nuestra voluntad. Desde hace años, gracias a una Tablet con la que trabajo, busco la oportunidad de participar como oyente en unas charlas donde los protagonistas no solo son relevantes, sino también excelentes comunicadores.

El objetivo es disfrutar de ese arte, que requiere un tiempo sin prisas, un respeto entre los interlocutores y el gusto por la palabra bien empleada. En definitiva, lo contrario a lo habitual en tantas «tertulias» vociferantes de la televisión.

La palabra tertulia ya no la utilizo en las clases porque temo que el alumnado la asocie a lo visto en diferentes canales. La sustituyo por charla, que introduce un matiz informal, aunque solo sea en apariencia. Lo importante es animarlos a que asistan a las más interesantes gracias a la tecnología, con independencia de que también participen en las celebradas cerca de nosotros.

La experiencia como espectador de charlas es dilatada y, por supuesto, tengo a mis charlistas de referencia por distintos motivos. Fallecido Rafael Azcona, el favorito es Manuel Vicent, que desgrana sabiduría y buen humor en cualquier intervención. También disfruto con Javier Cercas por su apasionada voluntad de polemista o con Iñaki Gabilondo, que lleva décadas enseñándome a concretar de manera comprensible lo que otros solo perciben como una complejidad inabarcable. Junto a distintos interlocutores, los escucho con atención, tomo nota de alguna frase y recuerdo las anécdotas capaces de ilustrar mis explicaciones en clase, que en la medida de lo posible convierto en unas charlas a la espera de los interlocutores.

Gracias a una avería en nuestro monitor de TV, durante unas semanas hemos asistido cada noche a una charla con un novelista como protagonista. La circunstancia me ha permitido localizar una entrevista, convertida en una charla, dada por Luis Landero para un medio de Plasencia. La grabación es una joya para los seguidores del novelista extremeño y para quienes, con dudas a la hora de emprender la tarea de la escritura, pueden escuchar los consejos del experimentado maestro de las letras:




Al margen de las cuestiones concretas, cuando escucho a estos veteranos escritores recuerdo la necesidad de reivindicar el derecho a pegar la hebra, que parece una expresión tan propia de Miguel Delibes como ajena a las actuales pautas de comunicación.

El derecho a pegar la hebra debiera ser universal y, en el caso de que se reivindicara con actitud militante, su práctica resolvería numerosos problemas de una vida tan acelerada como absurda. Dejo ahí la cuestión para futuros programas electorales que nunca cosecharán una votación masiva. Apenas importa porque, mientras tanto, ejerzo ese derecho donde la gente de mi edad cuenta con la ventaja de la experiencia.

Muchos jubilados se levantan cada día con el cabreo del anterior para despotricar contra lo humano y lo divino pensando que los tiempos pretéritos, claro está, fueron mejores. Allá ellos, porque la bilis perjudica la salud y la misma no suele estar para fiestas llegados a cierta edad.

Otros, todavía capaces de sonreír, dispuestos a aprender y cercanos a las nuevas generaciones, gustamos de hablar sin tasa ni tiempo para desgranar la experiencia acumulada. Ahí estamos en una situación de privilegio. Incluso somos unos campeones si evitamos la reiteración y las batallitas inútiles.

Yo me preparo para esta competición de la mano de entrenadores como Manuel Vicent, Luis Landero, Iñaki Gabilondo…, todos ilustres veteranos. El privilegio es notable y el resultado, espero, satisfactorio. También para un alumnado al que procuro enseñar el arte de la charla, cuya primera lección es saber escuchar con atención y respeto. Si pasan a la segunda, ya tienen el título de licenciados en ciudadanía de un país abierto al diálogo.

 


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