Luis Landero. Fuente: Wikipedia
La conversación tiene su arte
y, cuando no se puede participar directamente en la misma, la asistencia como espectador también satisface. Todavía recuerdo las charlas con personas tan
distintas como Rafael Azcona y Pepe Rubianes para preparar los libros que les
dediqué. Asimismo, disfruté con directores de cine como Luis G. Berlanga, Juan
A. Bardem, José Luis García Sánchez, Mario Camus… y muchos escritores con los
que he mantenido conversaciones por motivos profesionales o de amistad.
La satisfacción por una
buena charla no depende de la relevancia social o cultural del interlocutor. También disfruto con
personas que me rodean por diversos motivos, desde los laborales hasta los
propios de una vecindad siempre más amable si median el saludo, el intercambio
de palabras y, en definitiva, el contacto que humaniza cualquier experiencia.
La tecnología puede
aborregarnos o hacernos felices sin necesidad de fomentar el espíritu gregario. La opción depende de nuestra voluntad. Desde hace
años, gracias a una Tablet con la que trabajo, busco la oportunidad de
participar como oyente en unas charlas donde los protagonistas no solo son
relevantes, sino también excelentes comunicadores.
El objetivo es disfrutar
de ese arte, que requiere un tiempo sin prisas, un respeto entre los
interlocutores y el gusto por la palabra bien empleada. En definitiva, lo
contrario a lo habitual en tantas «tertulias» vociferantes de la televisión.
La palabra tertulia ya no
la utilizo en las clases porque temo que el alumnado la asocie a lo visto en
diferentes canales. La sustituyo por charla, que introduce un matiz informal,
aunque solo sea en apariencia. Lo importante es animarlos a que asistan a las
más interesantes gracias a la tecnología, con independencia de que también participen
en las celebradas cerca de nosotros.
La experiencia como
espectador de charlas es dilatada y, por supuesto, tengo a mis charlistas de
referencia por distintos motivos. Fallecido Rafael Azcona, el favorito es
Manuel Vicent, que desgrana sabiduría y buen humor en cualquier intervención.
También disfruto con Javier Cercas por su apasionada voluntad de polemista o
con Iñaki Gabilondo, que lleva décadas enseñándome a concretar de manera
comprensible lo que otros solo perciben como una complejidad inabarcable. Junto
a distintos interlocutores, los escucho con atención, tomo nota de alguna frase
y recuerdo las anécdotas capaces de ilustrar mis explicaciones en clase, que en
la medida de lo posible convierto en unas charlas a la espera de los
interlocutores.
Gracias a una avería en nuestro monitor de TV, durante unas semanas hemos asistido cada noche a una
charla con un novelista como protagonista. La circunstancia me ha permitido
localizar una entrevista, convertida en una charla, dada por Luis Landero para
un medio de Plasencia. La grabación es una joya para los seguidores del
novelista extremeño y para quienes, con dudas a la hora de emprender la tarea
de la escritura, pueden escuchar los consejos del experimentado maestro de las
letras:
Al margen de las
cuestiones concretas, cuando escucho a estos veteranos escritores recuerdo la
necesidad de reivindicar el derecho a pegar la hebra, que parece una expresión
tan propia de Miguel Delibes como ajena a las actuales pautas de comunicación.
El derecho a pegar la
hebra debiera ser universal y, en el caso de que se reivindicara con actitud
militante, su práctica resolvería numerosos problemas de una vida tan acelerada
como absurda. Dejo ahí la cuestión para futuros programas electorales que nunca
cosecharán una votación masiva. Apenas importa porque, mientras tanto, ejerzo
ese derecho donde la gente de mi edad cuenta con la ventaja de la experiencia.
Muchos jubilados se
levantan cada día con el cabreo del anterior para despotricar contra lo humano
y lo divino pensando que los tiempos pretéritos, claro está, fueron mejores.
Allá ellos, porque la bilis perjudica la salud y la misma no suele estar para
fiestas llegados a cierta edad.
Otros, todavía capaces de
sonreír, dispuestos a aprender y cercanos a las nuevas generaciones, gustamos
de hablar sin tasa ni tiempo para desgranar la experiencia acumulada. Ahí
estamos en una situación de privilegio. Incluso somos unos campeones si evitamos
la reiteración y las batallitas inútiles.
Yo me preparo para esta
competición de la mano de entrenadores como Manuel Vicent, Luis Landero, Iñaki
Gabilondo…, todos ilustres veteranos. El privilegio es notable y el resultado,
espero, satisfactorio. También para un alumnado al que procuro enseñar el arte
de la charla, cuya primera lección es saber escuchar con atención y respeto. Si
pasan a la segunda, ya tienen el título de licenciados en ciudadanía de un país
abierto al diálogo.
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