domingo, 22 de septiembre de 2024

Un consejo de guerra por 2.50 pesetas

Juan José del Águila

En julio de 1961, mi amigo Juan José del Águila era un joven de dieciocho años que residía en Algeciras junto a su familia. Una de las pocas diversiones para sortear la canícula era asistir a alguno de los nueve cines de verano de la ciudad. Todos eran propiedad de una misma empresa, que aprovechó el monopolio para duplicar ese año el precio de las entradas. De las 2.50 pesetas se pasó al duro, que era un dispendio en aquella época.

La decisión empresarial provocó el malestar de los aficionados a ver cine a la fresca, una costumbre que añoro cada verano. Igual que los bocadillos de tortilla regados con gaseosa que me zampaba por aquel entonces. El ingenio hizo su aparición y pronto surgieron las protestas bajo el lema «si eres un buen ciudadano, no vayas a los cines de verano».

Juanjo junto a su hermano Jorge, menor de edad, se apostaron en la puerta de uno de los cines para boicotear la entrada al mismo mediante el abucheo, que no suponía peligro alguno. Un «gris» introdujo a Jorge en el interior del local y su hermano, asustado, se dirigió a la farmacia que regentaba el padre de ambos y que esa noche estaba precisamente de guardia.

El farmacéutico se presentó en el cine para interesarse por la situación de su hijo. Unos instantes después, el padre recibió una sonora bofetada a manos de un policía. Los hermanos intervinieron y, como era costumbre, también fueron golpeados, esta vez con las reglamentarias porras.

El incidente, uno de los innumerables testimonios recopilados acerca del autoritarismo que reinaba por entonces, desembocó nada menos que en un consejo de guerra por la acusación de «insultos a fuerzas armadas». La pena solicitada para el padre era de seis meses y multa. Quedó rebajada y Juanjo fue absuelto, pero ahí nació un espíritu rebelde contra la dictadura que pronto se hizo abogado y terminó su carrera de jurista como magistrado.

Hoy Juanjo conserva el mismo espíritu cuando ya ha superado la frontera de los ochenta y me cuenta que empieza a tener algún problema con la memoria. Gracias a la ayuda de sus nietos, ha conseguido consultar el sumario de aquel consejo de guerra y en su blog, tan imprescindible para quienes nos ocupamos de estos temas, ha contado la experiencia:

https://justiciaydictadura.com/no-161-boicot-a-los-cines-de-verano-el-25-de-julio-de-1961-en-algeciras-y-algunas-de-sus-consecuencias-consejo-de-guerra-contra-juan-del-aguila-lozano-y-juan-jose-del-aguila-torres-primera-parte/

Justicia y dictadura me ha ayudado a resolver dudas acerca de mis trabajos sobre la jurisdicción militar durante el franquismo. Ya conocía el imprescindible libro de Juanjo sobre el Tribunal de Orden Público y, con la confianza en un doctor que también ejerció de magistrado, me introduje en las numerosas entradas y artículos dedicados a la jurisdicción militar.

Y, si la duda persiste, Juanjo siempre está dispuesto a aclararla para quien, procedente de la historia de la literatura, debe someter sus trabajos a la supervisión de los expertos en Derecho. Así lo he hecho y ahora, al cabo de los años, cuento con un nutrido grupo de amigos entre los colegas de esa especialidad. También entre magistrados que aúnan su actividad profesional con el interés por cuestiones históricas. El intercambio de publicaciones y la resolución de consultas me han permitido avanzar en mis estudios al tiempo que las relaciones de amistad se han consolidado.

Si cito el caso de Juanjo, es por un motivo añadido: su generosa solidaridad. Tengo la fortuna de contar con un grupo de colegas jubilados que siguen investigando y publicando con una voluntad encomiable. También cuidan a los nietos, pero siempre hay un tiempo para la vocación que les define. Ángel Viñas, Francisco Espinosa, Antonio Barragán, Glicerio Sánchez… son ejemplares en este sentido y coherentes con unas trayectorias de décadas al servicio de la investigación histórica. Ya alejados de las aulas, hablar con ellos, consultarles y someter los propios trabajos a su consideración siempre es un placer.

Juanjo, además, se adelanta a las posibles peticiones llevado por la solidaridad y el espíritu de colaboración. Solo me queda agradecerle la ayuda, seguir leyendo sus aportaciones con el objetivo de aprender de su mano y, sobre todo, desear que la salud le respete para disfrutar de su presencia de indómito ciudadano que se rebela contra la injusticia.

Mientras tanto, quienes blanquean el tardofranquismo generalizando y sobrevolando una realidad histórica para evitar mancharse, debieran atender a esas pequeñas historias como la relatada por Juanjo con motivo del consejo de guerra de 1961. Ahí, sin necesidad de teorizar, reside la esencia de una dictadura violenta desde su nacimiento hasta su final. El correspondiente relato supone una obligación profesional y ética que, junto a mis buenos amigos jubilados, asumo cada vez que emprendo la redacción de un trabajo académico.


 

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