Juan José del Águila
En julio de 1961, mi
amigo Juan José del Águila era un joven de dieciocho años que residía en
Algeciras junto a su familia. Una de las pocas diversiones para sortear la
canícula era asistir a alguno de los nueve cines de verano de la ciudad. Todos eran
propiedad de una misma empresa, que aprovechó el monopolio para duplicar ese
año el precio de las entradas. De las 2.50 pesetas se pasó al duro, que era un
dispendio en aquella época.
La decisión empresarial
provocó el malestar de los aficionados a ver cine a la fresca, una costumbre
que añoro cada verano. Igual que los bocadillos de tortilla regados con gaseosa
que me zampaba por aquel entonces. El ingenio hizo su aparición y pronto surgieron las protestas bajo el lema
«si eres un buen ciudadano, no vayas a los cines de verano».
Juanjo junto a su hermano
Jorge, menor de edad, se apostaron en la puerta de uno de los cines para
boicotear la entrada al mismo mediante el abucheo, que no suponía peligro
alguno. Un «gris» introdujo a Jorge en el interior del local y su hermano,
asustado, se dirigió a la farmacia que regentaba el padre de ambos y que esa noche estaba
precisamente de guardia.
El farmacéutico se
presentó en el cine para interesarse por la situación de su hijo. Unos
instantes después, el padre recibió una sonora bofetada a manos de un policía.
Los hermanos intervinieron y, como era costumbre, también fueron golpeados,
esta vez con las reglamentarias porras.
El incidente, uno de los
innumerables testimonios recopilados acerca del autoritarismo que reinaba por entonces, desembocó nada menos que en un consejo de guerra por la
acusación de «insultos a fuerzas armadas». La pena solicitada para el padre era
de seis meses y multa. Quedó rebajada y Juanjo fue absuelto, pero ahí nació un
espíritu rebelde contra la dictadura que pronto se hizo abogado y terminó su
carrera de jurista como magistrado.
Hoy Juanjo conserva el
mismo espíritu cuando ya ha superado la frontera de los ochenta y me cuenta que
empieza a tener algún problema con la memoria. Gracias a la ayuda de sus nietos, ha
conseguido consultar el sumario de aquel consejo de guerra y en su blog, tan imprescindible
para quienes nos ocupamos de estos temas, ha contado la experiencia:
Justicia y dictadura me
ha ayudado a resolver dudas acerca de mis trabajos sobre la
jurisdicción militar durante el franquismo. Ya conocía el imprescindible libro
de Juanjo sobre el Tribunal de Orden Público y, con la confianza en un doctor
que también ejerció de magistrado, me introduje en las numerosas entradas y artículos
dedicados a la jurisdicción militar.
Y, si la duda persiste,
Juanjo siempre está dispuesto a aclararla para quien, procedente de la historia
de la literatura, debe someter sus trabajos a la supervisión de los
expertos en Derecho. Así lo he hecho y ahora, al cabo de los años,
cuento con un nutrido grupo de amigos entre los colegas de esa especialidad.
También entre magistrados que aúnan su actividad profesional con el interés por
cuestiones históricas. El intercambio de publicaciones y la resolución de
consultas me han permitido avanzar en mis estudios al tiempo que las relaciones
de amistad se han consolidado.
Si cito el caso de
Juanjo, es por un motivo añadido: su generosa solidaridad. Tengo la fortuna de contar con un grupo de colegas jubilados
que siguen investigando y publicando con una voluntad encomiable. También
cuidan a los nietos, pero siempre hay un tiempo para la vocación que les
define. Ángel Viñas, Francisco Espinosa, Antonio Barragán, Glicerio Sánchez…
son ejemplares en este sentido y coherentes con unas trayectorias de décadas al
servicio de la investigación histórica. Ya alejados de las aulas, hablar con
ellos, consultarles y someter los propios trabajos a su consideración siempre
es un placer.
Juanjo, además, se
adelanta a las posibles peticiones llevado por la solidaridad y el espíritu de
colaboración. Solo me queda agradecerle la ayuda, seguir leyendo sus aportaciones con el objetivo de aprender de su mano y, sobre todo, desear que la salud le respete para
disfrutar de su presencia de indómito ciudadano que se rebela contra la injusticia.
Mientras tanto, quienes
blanquean el tardofranquismo generalizando y sobrevolando una realidad
histórica para evitar mancharse, debieran atender a esas pequeñas historias
como la relatada por Juanjo con motivo del consejo de guerra de 1961. Ahí, sin
necesidad de teorizar, reside la esencia de una dictadura violenta desde su
nacimiento hasta su final. El correspondiente relato supone una obligación
profesional y ética que, junto a mis buenos amigos jubilados, asumo cada vez
que emprendo la redacción de un trabajo académico.
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