El catedrático Diego Caro
Cancela, de la Universidad de Cádiz, acaba de mandarme un volumen colectivo
publicado bajo su coordinación: «Cantad alto». Cultura y antifranquismo en
Andalucía (1965-1976). Sus páginas me han aportado abundante información
sobre aquellos años y, al mismo tiempo, las conclusiones evidencian la
necesidad de salir de Madrid o Barcelona para recoger la diversidad de
manifestaciones culturales que se dieron en el marco de la oposición a la
dictadura.
Las comparaciones del
lector son inevitables y, al saber de las más variadas iniciativas
protagonizadas por los andaluces con «inquietudes», el término era habitual por
entonces, he buscado en la memoria su correlato con las conocidas de mi
entorno. Incluso con algunas que tuve la oportunidad de vivir en directo a
mediados de los años setenta.
Una experiencia
inolvidable en ese sentido fue el intento, frustrado a base de golpes, de
rendir homenaje a Miguel Hernández en mayo de 1976, unas semanas antes de que
en Granada se celebrara otro similar estudiado por Diego Caro en el mismo
volumen. La convocatoria se hizo bajo el título de Homenaje de los pueblos
de España a Miguel Hernández, movilizó a muchas personas y, a pesar de la
represión, los participantes alcanzaron algunos de los objetivos propuestos.
Gracias al Archivo de la
Democracia, de la Universidad de Alicante, contamos con imágenes y documentos
que refrescan la memoria de unos momentos vividos cuando estudiaba el primer
curso de Filología Española. Por entonces, mi relación con el poeta era mínima,
apenas conocía lo sucedido durante las décadas anteriores y la voluntad de
participar solo era una respuesta propia del entusiasmo de la juventud
movilizada.
Al cabo del tiempo, he
sabido de otros homenajes similares dedicados al propio Miguel Hernández,
Federico García Lorca y Antonio Machado. Incluso he escrito sobre los intentos
del franquismo para incorporar estos poetas a su cultura. Fueron reiterativos
y, en algunas ocasiones, apreciables en sus resultados. No obstante, la tónica general
estuvo marcada por el autoritarismo, la represión y, sobre todo, la negativa a
que esos homenajes fueran protagonizados por personas ajenas a la cultura de la
dictadura.
El 20 de febrero de 1966,
según cuenta Diego Caro Cancela, estaba previsto celebrar el homenaje a Antonio
Machado en Úbeda. El acto central consistía en la colocación de un busto del
poeta realizado por Pablo Serrano, justo donde el también profesor daba sus
paseos, y celebrar un recital poético con la colaboración de Fernando
Fernán-Gómez, Francisco Rabal y Fernando Rey.
Los primeros pasos del
homenaje se dieron en un clima de relativa permisividad, pero llegado el día, y
ante la evidencia de que el Machado homenajeado era inasumible por la
dictadura, la represión policial se cernió sobre los participantes. El balance
supuso carreras, golpes y hasta veintisiete detenidos por pretender dar los
«Paseos con Antonio Machado».
La sorpresa no cabe para
quien conoce los límites en los que se desenvolvía la cultura antifranquista,
pero Diego Caro Cancela incluye la contraprogramación propuesta por el régimen
unas pocas semanas después. El homenaje incluía otro busto, una lápida en el
instituto donde dio clases el poeta, una misa en su memoria, un recital poético
con Blas Piñar como mantenedor y un festival benéfico-taurino.
La glosa de Antonio
Machado por parte de Blas Piñar, su némesis, debió ser singular, pero la
jornada en general «helaría el corazón» de un poeta cuya memoria se pretendía
poner al servicio de una imagen aperturista del régimen. El precio a pagar era
la desnaturalización de su legado literario.
El relato de estos hechos
parece sacado del baúl de los recuerdos. Algunos pensarán que forman parte de
un pasado ya clausurado. Sin embargo, justo ahora, cuando varios compañeros
andan empeñados en promover la nulidad de la sentencia de Miguel Hernández, veo
comportamientos de políticos locales bastante similares a los de quienes
organizaron el festival benéfico-taurino:
La corta vida de Miguel
Hernández fue suficiente para que en su trayectoria veamos diferentes
personalidades, desde la del católico hasta la del militante comunista. Todas
son respetables y dignas del conocimiento, pero el intento de desvincular al
poeta de la II República y, sobre todo, la negativa a admitir lo brutal que
resultó su procesamiento parece bochornoso a estas alturas.
Afortunadamente, los
tiempos han cambiado desde fechas como las de 1966 y 1976. Ahora no habrá
detenidos ni golpes. Incluso el próximo día 31 de octubre, con la prevista
asistencia del presidente del Gobierno, se celebrará en Madrid el acto donde
quedará declarada nula la sentencia de acuerdo con lo previsto en el artículo 6
de la Ley de Memoria Democrática.
El desenlace será feliz
para un empeño hernandiano con una larga trayectoria de iniciativas hasta ahora
frustradas. Incluso tengo el orgullo de que, para argumentarlo, mi libro Los
consejos de guerra de Miguel Hernández (2022) haya sido útil. Para eso lo
escribí, pero todavía queda pendiente el objetivo de que lo documentado sea
admitido por todos los sectores democráticos.
Si en 1966, según cuenta
Diego Caro Cancela, hubo gente dispuesta a recibir golpes para homenajear a
Machado, nuestro propósito de divulgar lo investigado es comparativamente una
cuestión menor. Así lo entiendo y, mientras escucho a quienes me hablan del
Miguel Hernández católico, siempre recuerdo sus momentos finales, cuando
quienes decían encarnar ese catolicismo se comportaron con la saña de los vencedores.
Las pruebas están al
alcance de cualquiera, como los versos siempre oportunos de Antonio Machado.
Solo resta aceptar este legado, comprenderlo en su complejidad e incorporarlo a
nuestra cultura democrática. La alternativa pasa por las porras de los grises y
la organización de festivales taurinos, aunque ahora esas manifestaciones de la
España más autoritaria se hayan adaptado a los tiempos que corren.
Blas Piñar llegó a formar parte de un jurado de Juegos Florales, precisamente celebrados en un pueblo de la provincia de Alicante en la inmediata posguerra, que premió nada menos que al hoy celebérrimo Vicent Andrés Estellés por una composición poética patriótica e imperialista, de clara inspiración fascista, que no hubiera dudado en suscribir un Rafael Duyos o un Federico de Urrutia. Se ve que este señor fue evolucionando en gustos poéticos.
ResponderEliminarLo ignoraba por completo. Sorpresas da la vida. Supongo que la composición de Estellés habrá quedado «olvidada» como las de Rafael Duyos y Federico de Urrutia, que no son autores a despreciar. En cualquier caso, recuerdo a Blas Piñar y no me lo imagino hablando de Antonio Machado. Gracias por la noticia. Saludos.
ResponderEliminarEl homenaje a Machado, creó recordar que iba a celebrarse en Baeza. Luego se pudo hacer en el curso 1983/84. A este asistí con mis alumnos de Villacarrillo. Recuerdo a J.L. Abellán y a Rafael Alberti y mucho frío. Parece ser que en ese acto Rafael conoció a... la viuda. El busto se guardó durante esos años en el garaje del fiscal Chamorro.
ResponderEliminar1982/83
EliminarConfundí el curso
En efecto, Diego Caro Cancela también da cuenta de este homenaje que finalmente se pudo celebrar superada la etapa franquista. El dato del fiscal Chamorro es verídico. Lo de la viuda no te lo puedo confirmar y, como todo lo relacionado con Alberti, supongo que será motivo de polémica. Saludos.
EliminarConfundí el curso. 1982/83
Eliminarhttp://baezaliteraria.blogspot.com/2010/04/1966-el-frustrado-homenaje-antonio.html
ResponderEliminarhttps://elpais.com/diario/1983/04/11/cultura/418860006_850215.html
ResponderEliminarEste homenaje de 1983, sí se celebró