El pasado 1 de
septiembre, el responsable de la web antonioluisbaenatocon.com afirmó lo
siguiente en su muro de Facebook refiriéndose a mi familia: «al parecer, le
gusta el porno en instalaciones educativas públicas, como lo es la UA, según
publicaciones de medios que me facilitan y no puedo creer, según me dicen, que
uno de sus hijos estuvo como actor principal). Dicen que la universidad
blanqueó el asunto diciendo el Rector anterior que se hicieron averiguaciones
sin más… Algo que no entiendo, porque yo he trabajado 40 años en la pública y
si se me hubiese ocurrido habría estado en la calle de inmediato…». La imagen del
texto transcrito está en manos de mi abogado.
Los comentarios absurdos
solo merecen el silencio. Sin embargo, el citado señor es uno de los hijos del
alférez Baena Tocón y, desde hace cinco años, parece justificar sus días con
una obsesión donde mis trabajos académicos son los protagonistas. Si el empeño
lo circunscribiera a las redes, como tantos jubilados enfadados con la marcha
de los tiempos, la cuestión sería irrelevante. Sin embargo, los insultos y
descalificaciones tienen un correlato en sede judicial, donde el demandante de
unas cien personas ya cuenta con cuatro sentencias en contra a la espera del
próximo juicio.
El «creador digital», así
se presenta en Facebook, debe ser una persona de honor a tenor de la demanda
presentada en un juzgado de Cádiz, pero solo en lo que afecta a su difunto
padre. Con respecto a mí, que como «progre» no parezco tener derecho a ese
mismo honor, todo vale. Incluso las falsedades que en otro contexto solo serían
motivo de asombro.
Al margen de los insultos
y descalificaciones, el hijo del alférez en reiteradas ocasiones me ha
considerado especialista en «Franco y el porno». La primera línea de
investigación me honra, pero la segunda, a mi edad, sería motivo de rijosa
senilidad. No contento con atribuirme esta dualidad en mis publicaciones, ahora
me endilga el gusto por las prácticas pornográficas y nada menos que en las
instalaciones de la UA.
Sus anónimas fuentes se
remiten a lo sucedido en septiembre de 2012 con motivo de un rodaje en la UA.
La noticia es accesible a través de Google. No cuento con un certificado en
este sentido. Sin embargo, puedo asegurar que, con cincuenta y cuatro años por
entonces, no intervine en el mismo, a pesar de que en otras ocasiones el hijo
del alférez me ha atribuido una especie de empresa familiar dedicada a estos
menesteres.
Yo conozco el origen del
error cometido por el responsable de la citada web, poco ducho en la
verificación de la información localizada. No se lo explicaré para que la
realidad nunca le arruine la seguridad de enfrentarse a un catedrático que,
además de «progre», pretende mostrar como «descerebrado» a sus amigos de
Facebook.
Si quiere comprobar hasta
qué punto ha divulgado un bulo, le bastaría con ponerse en contacto con el
gabinete de prensa de la UA o la Secretaría General de la misma. No obstante,
resulta más sencillo leer con un mínimo de atención el artículo de D. Martínez
titulado «De estudiante en Ciudad de la Luz a productor porno» (ABC, 9-X-2012).
No le contesto por mi
«honor», ya acostumbrado a las intrusiones por sus faltas de respeto durante
cinco años, sino por mi hijo. Al igual que el alférez en los sumarios, usted no
identifica las fuentes utilizadas y tampoco las verifica. Desahogado y temerario,
como un contertulio televisivo hablando de Julio Iglesias, me atribuye varios
hijos, «uno de sus hijos», de los que no tengo constancia. Preguntada mi
esposa, con quien convivo desde hace cuarenta y nueve años, solo nos consta
uno, nacido en abril de 1997. Pongo el Libro de Familia a su disposición:
Por lo tanto, el supuesto
actor porno tenía quince años en 2012. A partir de este dato, ya hablamos de un
infundio lanzado contra quien era un menor de edad. La cuestión debería hacerle
reflexionar. Mientras tanto, le daré una noticia para que calibre lo disparatado
de su comentario. Mi hijo es doctor en Informática desde el pasado 4
de julio y, si todo va según lo previsto, será profesor cuando me
jubile.
xxx
Ignoro si usted es padre,
pero comprenderá mi orgullo cuando, al final de la trayectoria docente, veo la
continuidad en nuestro hijo con unas cualidades superiores a las mías en su
momento. Literalmente y para que me entienda, su madre y yo nos quedamos
embobados cuando explica sus trabajos, que en estos dos últimos años le han
llevado a Canadá, Francia, Italia, Grecia, USA, Países Bajos, República Checa…
Si nuestro hijo hubiera
sido actor porno, algo más digno que difundidor de bulos relacionados con un
menor, le habríamos querido y ayudado, pero hemos tenido la suerte de que nos
haya salido ingeniero y, sobre todo, respetuoso con los demás. Le queremos a
rabiar y ni siquiera unas disculpas por su parte bastarían para aliviar el
dolor que causa su infundio.
Es verdad; si como
docente usted hubiera escrito semejante barbaridad en relación con un alumno de
quince años, le habrían abierto un expediente sancionador. Hace falta una
absoluta falta de sentido común para difamar a un menor mediante un infundio. Los
cuarenta años no parecen haberle enseñado una premisa para trabajar en las
aulas: la educación basada en el respeto a los demás, aunque sean unos
«progres».
Pd.: Si usted en 2019 no
se hubiera hecho «amigo» de unas cien personas relacionadas conmigo, no me
llegarían sus comentarios en Facebook. No necesito espías porque, llevado por
su obsesión, hasta se hizo amigo de la asociación de vecinos de mi barrio alicantino,
que ya es meritorio para quien vive a casi mil kilómetros.
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