domingo, 8 de septiembre de 2024

«Franco y el porno»


 

El pasado 1 de septiembre, el responsable de la web antonioluisbaenatocon.com afirmó lo siguiente en su muro de Facebook refiriéndose a mi familia: «al parecer, le gusta el porno en instalaciones educativas públicas, como lo es la UA, según publicaciones de medios que me facilitan y no puedo creer, según me dicen, que uno de sus hijos estuvo como actor principal). Dicen que la universidad blanqueó el asunto diciendo el Rector anterior que se hicieron averiguaciones sin más… Algo que no entiendo, porque yo he trabajado 40 años en la pública y si se me hubiese ocurrido habría estado en la calle de inmediato…». La imagen del texto transcrito está en manos de mi abogado.

Los comentarios absurdos solo merecen el silencio. Sin embargo, el citado señor es uno de los hijos del alférez Baena Tocón y, desde hace cinco años, parece justificar sus días con una obsesión donde mis trabajos académicos son los protagonistas. Si el empeño lo circunscribiera a las redes, como tantos jubilados enfadados con la marcha de los tiempos, la cuestión sería irrelevante. Sin embargo, los insultos y descalificaciones tienen un correlato en sede judicial, donde el demandante de unas cien personas ya cuenta con cuatro sentencias en contra a la espera del próximo juicio.

El «creador digital», así se presenta en Facebook, debe ser una persona de honor a tenor de la demanda presentada en un juzgado de Cádiz, pero solo en lo que afecta a su difunto padre. Con respecto a mí, que como «progre» no parezco tener derecho a ese mismo honor, todo vale. Incluso las falsedades que en otro contexto solo serían motivo de asombro.

Al margen de los insultos y descalificaciones, el hijo del alférez en reiteradas ocasiones me ha considerado especialista en «Franco y el porno». La primera línea de investigación me honra, pero la segunda, a mi edad, sería motivo de rijosa senilidad. No contento con atribuirme esta dualidad en mis publicaciones, ahora me endilga el gusto por las prácticas pornográficas y nada menos que en las instalaciones de la UA.

Sus anónimas fuentes se remiten a lo sucedido en septiembre de 2012 con motivo de un rodaje en la UA. La noticia es accesible a través de Google. No cuento con un certificado en este sentido. Sin embargo, puedo asegurar que, con cincuenta y cuatro años por entonces, no intervine en el mismo, a pesar de que en otras ocasiones el hijo del alférez me ha atribuido una especie de empresa familiar dedicada a estos menesteres.

Yo conozco el origen del error cometido por el responsable de la citada web, poco ducho en la verificación de la información localizada. No se lo explicaré para que la realidad nunca le arruine la seguridad de enfrentarse a un catedrático que, además de «progre», pretende mostrar como «descerebrado» a sus amigos de Facebook.

Si quiere comprobar hasta qué punto ha divulgado un bulo, le bastaría con ponerse en contacto con el gabinete de prensa de la UA o la Secretaría General de la misma. No obstante, resulta más sencillo leer con un mínimo de atención el artículo de D. Martínez titulado «De estudiante en Ciudad de la Luz a productor porno» (ABC, 9-X-2012).

No le contesto por mi «honor», ya acostumbrado a las intrusiones por sus faltas de respeto durante cinco años, sino por mi hijo. Al igual que el alférez en los sumarios, usted no identifica las fuentes utilizadas y tampoco las verifica. Desahogado y temerario, como un contertulio televisivo hablando de Julio Iglesias, me atribuye varios hijos, «uno de sus hijos», de los que no tengo constancia. Preguntada mi esposa, con quien convivo desde hace cuarenta y nueve años, solo nos consta uno, nacido en abril de 1997. Pongo el Libro de Familia a su disposición:




Por lo tanto, el supuesto actor porno tenía quince años en 2012. A partir de este dato, ya hablamos de un infundio lanzado contra quien era un menor de edad. La cuestión debería hacerle reflexionar. Mientras tanto, le daré una noticia para que calibre lo disparatado de su comentario. Mi hijo es doctor en Informática desde el pasado 4 de julio y, si todo va según lo previsto, será profesor cuando me jubile.

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Ignoro si usted es padre, pero comprenderá mi orgullo cuando, al final de la trayectoria docente, veo la continuidad en nuestro hijo con unas cualidades superiores a las mías en su momento. Literalmente y para que me entienda, su madre y yo nos quedamos embobados cuando explica sus trabajos, que en estos dos últimos años le han llevado a Canadá, Francia, Italia, Grecia, USA, Países Bajos, República Checa…

Si nuestro hijo hubiera sido actor porno, algo más digno que difundidor de bulos relacionados con un menor, le habríamos querido y ayudado, pero hemos tenido la suerte de que nos haya salido ingeniero y, sobre todo, respetuoso con los demás. Le queremos a rabiar y ni siquiera unas disculpas por su parte bastarían para aliviar el dolor que causa su infundio.

Es verdad; si como docente usted hubiera escrito semejante barbaridad en relación con un alumno de quince años, le habrían abierto un expediente sancionador. Hace falta una absoluta falta de sentido común para difamar a un menor mediante un infundio. Los cuarenta años no parecen haberle enseñado una premisa para trabajar en las aulas: la educación basada en el respeto a los demás, aunque sean unos «progres».

 

Pd.: Si usted en 2019 no se hubiera hecho «amigo» de unas cien personas relacionadas conmigo, no me llegarían sus comentarios en Facebook. No necesito espías porque, llevado por su obsesión, hasta se hizo amigo de la asociación de vecinos de mi barrio alicantino, que ya es meritorio para quien vive a casi mil kilómetros.

 

 


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