La
publicación de trabajos de investigación es un requisito para ser profesor
universitario. Durante años, los añades a un currículo a menudo utilizado para
superar oposiciones, ascender en el escalafón, obtener becas…, sin que las
autoridades académicas te pidan una justificación menos utilitarista.
Al
cabo del tiempo, conviene tenerla para evitar la sensación de lo absurdo. La observo en numerosas aportaciones destinadas a hinchar el CV y, por
esa misma razón, cuando hablo con los doctorandos procuro preguntarles acerca
del para qué de su labor, al margen de requisitos y obligaciones más o menos
circunstanciales.
Una
de esas razones consiste en aportar conocimiento para crear un relato acerca
del pasado. Lo construimos con nuestros trabajos, donde la voluntad de
relatar y comunicar debiera ser imprescindible, pero también ayudamos a que
otros autores vinculados con las distintas modalidades de la ficción lo
construyan gracias a obras que disfrutan de una mayor difusión.
La
tarea es compleja y precisa de autores interesados en documentar con rigor sus
obras, sobre todo si se desenvuelven en el ámbito de la no ficción literaria.
Cuento con varios amigos dedicados a la misma, colaboro con ellos desde hace
décadas y, cada vez que descubro la huella de algún trabajo académico en esas
obras, siento la satisfacción del objetivo cumplido.
Paco
Cerdá figura de manera destacada en este grupo. Le descubrí cuando supe que
compartíamos el interés por un personaje tan olvidado como el ajedrecista
Arturito Pomar, me deslumbró al mostrarme la complejidad de un 14 de abril de
1931 que solo conocía por el relato de unas imágenes mil veces repetidas de
masas en las calles con banderas y, ahora, cuando todavía es un hombre joven me
ha demostrado la madurez de un escritor gracias a su Presentes, que
relata lo sucedido en torno a diez días de noviembre de 1936.
El
traslado de los restos de José Antonio desde Alicante hasta El Escorial es una
historia que siempre me ha interesado y a la que he dedicado algunas páginas. Incluso en Contemos cómo pasó (2016) comenté una leyenda en torno al traslado capaz de utilizar el humor como
arma de resistencia. Paco Cerdá comparte ese mismo interés tras ver un
documental de conocimiento obligatorio para saber de la voluntad de los vencedores durante
la inmediata posguerra:
A
partir de esas imágenes y con la ayuda de una considerable bibliografía, Paco
Cerdá relata el traslado de aquellos restos mortales y, lejos de
circunscribirse a esa siniestra épica de quienes hacían una demostración de
fuerza como vencedores, también nos da muestras de la otra cara: la represión y
la eliminación de los vencidos.
Once
capítulos dedicados a las jornadas del traslado y veintidós a los retratos de
sujetos, la mayoría anónimos, que protagonizan el dramatismo del momento. En
total, treinta y tres, los años de un José Antonio que en vida fue un sujeto de
relativo relieve y, fusilado, se convirtió en un protomártir del franquismo
tras eliminar de su legado lo que resultaba inconveniente para la dictadura.
Así
le conocí en las aulas, con el crucifijo en el centro y a la derecha el general
Franco. También en las visitas escolares a su celda cada veinte de noviembre,
que acabaron creando en mi imaginación numerosas dudas y pocas certidumbres. A
las primeras acudo todavía y, de su mano, descubro el sentido de un personaje
histórico tan abundante en retórica como cuestionable con la fría razón de
quienes procuramos una dialéctica sin puños ni pistolas.
El
libro de Paco Cerdá me ayuda en esta tarea porque recopila y sintetiza un enorme caudal de información contrastada, incluso inédita. Muchos de sus capítulos son
descubrimientos que necesitan del lápiz para apuntar y subrayar. Otros
completan lo parcialmente conocido con datos oportunos y relevantes. Y, sobre
todo, el conjunto supone una invitación a la lectura por la calidad de
una prosa cuidada, medida y precisa. También de paciente elaboración, como
corresponde a las exigencias de un autor ajeno a las prisas de lo fácil.
Paco
Cerdá no solo conoce lo sucedido en torno a aquel dramático noviembre de 1939,
del I Año de la Victoria, sino que sus muchas horas de lectura y consultas le permiten recrear el ambiente de una época presidida por la violencia y la
venganza. La guerra no había terminado. La nueva fase de la misma, superada la
crónica de los enfrentamientos bélicos, requiere la reflexión de quien sabe que
el estilo también es contenido.
Presentes
se incorporará,
sin duda, al caudal de la mejor no ficción literaria publicada en España. La respuesta de
la crítica y de los lectores así lo confirma. Me alegra por la calidad de la
obra de un autor joven al que sigo desde sus principios, pero también «me llena
de orgullo y satisfacción» porque tuve la suerte de colaborar en el proceso de
redacción.
Ahora,
al cabo de los meses, veo que el capítulo dedicado al periodista ejecutado
Manuel Navarro Ballesteros me devuelve enriquecido el sumario que
facilité a Paco Cerdá. También me descubre matices de una personalidad poco
conocida, pero que ejemplifica el dramatismo de un momento donde demasiadas
personas vieron su vida truncada. Incluidos los jóvenes dispuestos a
ilusionarse con la perspectiva de una vida más justa.
Rafael
Azcona me enseñó a escribir sobre la derrota de quienes deambulan por los
márgenes de la historia. Paco Cerdá habrá tenido otros maestros, pero comparte
esa voluntad porque sabe que, literariamente, la derrota es mucho más rica que
la victoria. Nadie se acuerda de quienes concibieron aquel fastuoso traslado de
los restos mortales de José Antonio. Su mito ha caído en el olvido de lo
artificioso y propagandístico, pero poco a poco, con la voluntad de quienes procuramos
el rescate de las voces, emergen otros testimonios capaces de
conmovernos.
La
mirada del historiador de la posguerra acaba encallecida porque la barbarie es
omnipresente en ese período. Sin embargo, gracias al criterio de Paco Cerdá en
la selección, la fundamentación de su historia y, sobre todo, la brillantez de
su escritura contamos con un conjunto de testimonios capaces de conmovernos,
aunque tengamos esa mirada tras conocer otros similares.
Solo
cabe, pues, agradecer a Paco Cerdá la oportunidad de haber colaborado con él y,
de esa manera, hacer realidad el objetivo con que iniciaba este comentario. Si
los años pasados en los archivos militares me han permitido ver las huellas de
lo exhumado en una excelente creación de no ficción literaria, el esfuerzo está
más que justificado.
El
próximo día 10 de octubre, en una librería de Alicante, tendré la oportunidad
de compartir esta satisfacción con el propio autor. Y, claro está, buscaremos
nuevos motivos para futuros libros que respondan a los intereses comunes de
quienes buceamos en la historia porque no paramos de hacernos preguntas.
Os dejo con la grabación de la presentación del libro en Madrid:
Estoy deseando leerlo. Por cierto, ¿sale en el libro la figura de Felipe Ximénez de Sandoval? Es clave en la relación José Antonio-Lorca-Miguel de Molina.
ResponderEliminarNo recuerdo que aparezca. No obstante, se lo comentaré a Paco Cerdá. Saludos.
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