jueves, 26 de septiembre de 2024

Presentes, de Paco Cerdá


La publicación de trabajos de investigación es un requisito para ser profesor universitario. Durante años, los añades a un currículo a menudo utilizado para superar oposiciones, ascender en el escalafón, obtener becas…, sin que las autoridades académicas te pidan una justificación menos utilitarista.

Al cabo del tiempo, conviene tenerla para evitar la sensación de lo absurdo. La observo en numerosas aportaciones destinadas a hinchar el CV y, por esa misma razón, cuando hablo con los doctorandos procuro preguntarles acerca del para qué de su labor, al margen de requisitos y obligaciones más o menos circunstanciales.

Una de esas razones consiste en aportar conocimiento para crear un relato acerca del pasado. Lo construimos con nuestros trabajos, donde la voluntad de relatar y comunicar debiera ser imprescindible, pero también ayudamos a que otros autores vinculados con las distintas modalidades de la ficción lo construyan gracias a obras que disfrutan de una mayor difusión.

La tarea es compleja y precisa de autores interesados en documentar con rigor sus obras, sobre todo si se desenvuelven en el ámbito de la no ficción literaria. Cuento con varios amigos dedicados a la misma, colaboro con ellos desde hace décadas y, cada vez que descubro la huella de algún trabajo académico en esas obras, siento la satisfacción del objetivo cumplido.

Paco Cerdá figura de manera destacada en este grupo. Le descubrí cuando supe que compartíamos el interés por un personaje tan olvidado como el ajedrecista Arturito Pomar, me deslumbró al mostrarme la complejidad de un 14 de abril de 1931 que solo conocía por el relato de unas imágenes mil veces repetidas de masas en las calles con banderas y, ahora, cuando todavía es un hombre joven me ha demostrado la madurez de un escritor gracias a su Presentes, que relata lo sucedido en torno a diez días de noviembre de 1936.

El traslado de los restos de José Antonio desde Alicante hasta El Escorial es una historia que siempre me ha interesado y a la que he dedicado algunas páginas. Incluso en Contemos cómo pasó (2016) comenté una leyenda en torno al traslado capaz de utilizar el humor como arma de resistencia. Paco Cerdá comparte ese mismo interés tras ver un documental de conocimiento obligatorio para saber de la voluntad de los vencedores durante la inmediata posguerra:




A partir de esas imágenes y con la ayuda de una considerable bibliografía, Paco Cerdá relata el traslado de aquellos restos mortales y, lejos de circunscribirse a esa siniestra épica de quienes hacían una demostración de fuerza como vencedores, también nos da muestras de la otra cara: la represión y la eliminación de los vencidos.

Once capítulos dedicados a las jornadas del traslado y veintidós a los retratos de sujetos, la mayoría anónimos, que protagonizan el dramatismo del momento. En total, treinta y tres, los años de un José Antonio que en vida fue un sujeto de relativo relieve y, fusilado, se convirtió en un protomártir del franquismo tras eliminar de su legado lo que resultaba inconveniente para la dictadura.

Así le conocí en las aulas, con el crucifijo en el centro y a la derecha el general Franco. También en las visitas escolares a su celda cada veinte de noviembre, que acabaron creando en mi imaginación numerosas dudas y pocas certidumbres. A las primeras acudo todavía y, de su mano, descubro el sentido de un personaje histórico tan abundante en retórica como cuestionable con la fría razón de quienes procuramos una dialéctica sin puños ni pistolas.

El libro de Paco Cerdá me ayuda en esta tarea porque recopila y sintetiza un enorme caudal de información contrastada, incluso inédita. Muchos de sus capítulos son descubrimientos que necesitan del lápiz para apuntar y subrayar. Otros completan lo parcialmente conocido con datos oportunos y relevantes. Y, sobre todo, el conjunto supone una invitación a la lectura por la calidad de una prosa cuidada, medida y precisa. También de paciente elaboración, como corresponde a las exigencias de un autor ajeno a las prisas de lo fácil.

Paco Cerdá no solo conoce lo sucedido en torno a aquel dramático noviembre de 1939, del I Año de la Victoria, sino que sus muchas horas de lectura y consultas le permiten recrear el ambiente de una época presidida por la violencia y la venganza. La guerra no había terminado. La nueva fase de la misma, superada la crónica de los enfrentamientos bélicos, requiere la reflexión de quien sabe que el estilo también es contenido.

Presentes se incorporará, sin duda, al caudal de la mejor no ficción literaria publicada en España. La respuesta de la crítica y de los lectores así lo confirma. Me alegra por la calidad de la obra de un autor joven al que sigo desde sus principios, pero también «me llena de orgullo y satisfacción» porque tuve la suerte de colaborar en el proceso de redacción.

Ahora, al cabo de los meses, veo que el capítulo dedicado al periodista ejecutado Manuel Navarro Ballesteros me devuelve enriquecido el sumario que facilité a Paco Cerdá. También me descubre matices de una personalidad poco conocida, pero que ejemplifica el dramatismo de un momento donde demasiadas personas vieron su vida truncada. Incluidos los jóvenes dispuestos a ilusionarse con la perspectiva de una vida más justa.

Rafael Azcona me enseñó a escribir sobre la derrota de quienes deambulan por los márgenes de la historia. Paco Cerdá habrá tenido otros maestros, pero comparte esa voluntad porque sabe que, literariamente, la derrota es mucho más rica que la victoria. Nadie se acuerda de quienes concibieron aquel fastuoso traslado de los restos mortales de José Antonio. Su mito ha caído en el olvido de lo artificioso y propagandístico, pero poco a poco, con la voluntad de quienes procuramos el rescate de las voces, emergen otros testimonios capaces de conmovernos.

La mirada del historiador de la posguerra acaba encallecida porque la barbarie es omnipresente en ese período. Sin embargo, gracias al criterio de Paco Cerdá en la selección, la fundamentación de su historia y, sobre todo, la brillantez de su escritura contamos con un conjunto de testimonios capaces de conmovernos, aunque tengamos esa mirada tras conocer otros similares.

Solo cabe, pues, agradecer a Paco Cerdá la oportunidad de haber colaborado con él y, de esa manera, hacer realidad el objetivo con que iniciaba este comentario. Si los años pasados en los archivos militares me han permitido ver las huellas de lo exhumado en una excelente creación de no ficción literaria, el esfuerzo está más que justificado.

El próximo día 10 de octubre, en una librería de Alicante, tendré la oportunidad de compartir esta satisfacción con el propio autor. Y, claro está, buscaremos nuevos motivos para futuros libros que respondan a los intereses comunes de quienes buceamos en la historia porque no paramos de hacernos preguntas.

Os dejo con la grabación de la presentación del libro en Madrid:



 

 

2 comentarios:

  1. Estoy deseando leerlo. Por cierto, ¿sale en el libro la figura de Felipe Ximénez de Sandoval? Es clave en la relación José Antonio-Lorca-Miguel de Molina.

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  2. No recuerdo que aparezca. No obstante, se lo comentaré a Paco Cerdá. Saludos.

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